Este domingo 19, el Rey Sol llega al medio siglo. Un repaso por su historia, digna de un culebrón mexicano.
Carismático, polémico, talentoso, imprevisible, trágico, malhumorado. Luis Miguel cumple 50 años, con una vida llena de contrastes extremos. El más mexicano de los cantantes internacionales nació en Puerto Rico de madre italiana y padre español, el 19 de abril de 1970. Y en sus cinco décadas de existencia se podría decir que ha tenido una vida de película. O de serie de Netflix.
Precisamente, la producción televisiva sobre su vida que él mismo autorizó, en 2018, volvió a generar furor alrededor de su figura y una vez más, Luis Miguel emergió de sus cenizas cual Ave Fénix.
De niño prodigio y explotado comercialmente por su padre a adulto hermético y conflictivo, supo cultivar un perfil al estilo de las viejas leyendas de Hollywood: reservado al extremo del misterio, siempre salpicado por enigmas y escándalos, nunca se preocupó por desmentir rumores de ningún tipo sobre su persona.
Sumó fanáticos y fanáticas de a miles alrededor del mundo que le profesan una devoción casi ciega, lo idolatran. Por algo lo bautizaron el Sol de México y todos los derivados de esa poderosa simbología: brillo, luz y fuego. Cada vez que entona Sigo siendo el rey parece escrito a su medida.
Sin embargo, la vida de este sol azteca estuvo atravesada por muchas sombras, empezando por la tragedia que involucró a su madre, Marcela Basteri (desaparecida desde 1986) y por la oscura figura de su padre, Luis Gallego (Luisito Rey, su nombre artístico), violento e inescrupuloso.
Con apenas 11 años, Luis Miguel debutó como cantante en un cabaret de Ciudad Juárez, en un ambiente sórdido e impulsado por un padre ambicioso y decidido a convertir a su vástago mayor en una fábrica de ganar dinero. Por entonces ya había dejado la escuela primaria y estudiaba con tutores como podía, mientras empezaba una carrera artística con las exigencias de un adulto.
En una de sus actuaciones, en la fiesta de casamiento de la hija del entonces Presidente mexicano José López Portillo, un productor musical que estaba como invitado, captó enseguida el talento del chico rubio de sonrisa gigante. Y a los 12, ya estaba grabando su disco debut. A los 15, logró su primer Grammy, algo que con los años se hizo costumbre: llegó a ser el artista latino con más premios Grammy en su haber, entre decenas de otras distinciones.
Precoz para todo, su primer romance público ya fue escandaloso. Luis Miguel, estrella juvenil, tenía 17 años y la actriz Lucía Méndez, reina de las telenovelas, 30. Ella terminó la relación diciendo que él le había mentido con la edad asegurándole que tenía 20.
El mayor de tres hermanos, fue bautizado Luis Miguel en honor a un torero, Luis Miguel Dominguín (padre del cantante Miguel Bosé). Si un nombre define una vida, la del cantante lleva la marca trágica de la tauromaquia.
Algún guionista de culebrones mexicanos podría haber imaginado su biografía como ficción y, tal vez lo hubieran tildado de exagerado. Sin embargo, el alma de Luismi arrastra muchas heridas que parecen no cicatrizar nunca.
La más dolorosa se llama Marcela Basteri. “Si le preguntan por la madre en una entrevista, se levanta y se va“, alertan en su entorno. Sin embargo, hubo una vez en que el cantante se encontró con la guardia baja, quizás abrumado por el peso de esa ausencia. En 2008, durante un reportaje televisivo en Miami, se refirió públicamente y por única vez a la desaparición de su madre: «Es una de las cosas que más me duelen, un tema pendiente», dijo. Tengo todo excepto a ti, probablemente sea un himno dedicado íntimamente a esa mamá que no está.
La otra herida se llama Luisito Rey. Al parecer, su padre ha sido el gran villano en la vida de Luis Miguel. Mentiroso y manipulador, durante años también fue su manager y dispuso de las ganancias de su hijo, casi siempre para su propio provecho y vinculadas a lo ilegal. La relación llegó tan desgastada a la mayoría de edad de Luismi que el cantante decidió romper todo contacto con su progenitor y no le habló nunca más. Luisito Rey murió en 1992, alejado de su hijo por un océano de distancia y silencio.
Los datos manipulados por su padre en sus inicios con respecto al lugar de nacimiento no impidieron que, en 1991, México le ofreciera la ciudadanía de ese país. «Yo nací en la Ciudad de México, pero no me molesta que se siga pensando que soy de otros lugares, porque la verdad soy de muchas partes», declaró alguna vez, siempre jugando a aportar más misterio al misterio.
A los 25 años, un accidente de avión en Guadalajara casi le cuesta la vida. Sin embargo, milagrosamente a los 45 minutos de un aterrizaje de emergencia, Luis Miguel estaba, una vez más, arriba de un escenario cantando. «Sólo le quiero pedir a toda la gente que sienta, porque sentir es vivir y vivir es ser feliz», declaró micrófono en mano ante el público, luego de la conmoción por el susto.
La vida sentimental de Luis Miguel ha sido, desde muy joven, una montaña rusa. Reales o inventados, o ambas cosas, sus romances se cuentan por docenas. La lista con los nombres de las mujeres que fueron novias, amantes, esposas o touch&go es extensísima: a Lucía Méndez, se suman la cantante Alejandra Guzmán, Alicia Machado (ex Miss Universo), Brigitte Nielsen, Sofía Vergara, Thalía, Salma Hayek, Kate del Castillo, Lindsay Lohan, Daisy Fuentes, Myrka Dellanos, Mariah Carey y muchas más.
Pero si vida amorosa es errática, su perfil como padre no es menos conflictivo. A los 19, nació su hija Michelle (que tuvo con Stephanie Salas), a quien reconoció como tal casi 20 años más tarde. Y con la actriz Aracely Arámbula tuvo a Miguel y Daniel, a quienes, aparentemente, ve poco y nada. Calificado por su ex como padre ausente, aún mantiene con Arámbula una disputa legal por la cuota alimentaria de los chicos. Actualmente, está de novio con una de sus coristas, Mollie Gould, de 21 años (otro cliché de rockstar), también modelo.
Criticado muchas veces por egocéntrico y narcisista (circula el mito de que no se lo puede mirar directo a los ojos en las entrevistas), al cantante le preocupa mucho su imagen. Bronceado eterno, sonrisa perfecta, colecciona anteojos de sol (cliché de estrella enigmática) y ama los carísimos trajes de diseño italiano que viste en sus shows.
A lo largo de los años, se lo vinculó con el consumo de drogas y alcohol, con depresión y exceso de peso (tiene debilidad por las pastas, los tacos mexicanos y el sushi). También, en más de una ocasión tuvo que remontar bajones económicos y su preciado yate de 3 millones de dólares corrió el riesgo de ser puesto en venta debido a un juicio millonario que le plantó su colega y compatriota Alejandro Fernández.
Sin embargo, pudo sortear esas dificultades y ahora mismo, en tiempos de pandemia, ese yate es su refugio en Miami donde pasa la cuarentena junto a su hermano menor.
La sobreexposición por la fama tan temprana lo volvió bastante obsesivo de su seguridad. Y se acostumbró a convivir vigilado por cámaras y guardaespaldas a toda hora. En sus giras, es común que reserve varios pisos en un hotel o se registre en varios hoteles distintos para despistar y para resguardar una intimidad que, a esta altura, le es casi por completo esquiva.
Su admiración temprana por Elvis Presley lo llevó también a aprender a tocar la guitarra, el piano y la batería, aunque casi nunca lo hace en público. Su voz se movió con naturalidad por el pop, las baladas, los boleros, el tango, las rancheras. A mitad de su carrera, cuando parecía haber alcanzado la cima y empezar un leve declive, unió su nombre al de Armando Manzanero y pusieron de moda nuevamente los boleros.
Todas las cifras en él son exorbitantes: 100 millones de discos vendidos, decenas de giras por el mundo, estadios llenos de miles de personas en distintas ciudades del planeta: desde el Madison Square Garden, en Nueva York, hasta el Palacio de Bellas Artes, de Ciudad de México, con un hit tras otro. Sólo algunas canciones como La incondicional, Hasta que me olvides o Ahora te puedes marchar, suman más de 200 millones de reproducciones en YouTube.
“Este chico tiene una voz única”, comentó alguna vez Frank Sinatra quien además, en 1994, lo invitó a que grabaran un tema juntos. De esa unión salió el dueto de Come Fly with me, una suerte de padrinazgo en el que el cantante estadounidense lo ungió como su sucesor, a pesar de cantar en distintos idiomas.
Llegado al medio siglo, su futuro es un auténtico interrogante. Exagerado, contradictorio, caprichoso, sufrido, exitoso y huraño, cuando recién comenzaba su carrera, definió su estilo y tal vez su filosofía de vida: «Canto mirando para arriba, mirando a Dios».
Sandra Commisso,
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