En 2023, casi 35 años después de la primera adaptación animada de La sirenita, se estrenará la versión live-action de este clásico de Disney.
La noticia, sin embargo, generó controversia cuando se anunció que la actriz que representará a Ariel, la sirena pelirroja que decide cambiar su fisionomía animal por una completamente humana, es la cantante Halle Bailey, una mujer negra. Pero, ¿importa el color de piel de una criatura fantástica que, además, es una metáfora para algo incluso más profundo?
En su libro En busca de ‘La sirenita’, la escritora y periodista argentina Miriam Molero se zambulló de lleno en Den lille Havfrue, el cuento de Hans Christian Andersen en su danés original, a partir de la pregunta: “¿Por qué alguien decide entregar el poder de una cola de pez formidable por un par de piernas de mujer?”. Pero hubo en su aproximación una particularidad: la autora no sabía danés. Sin embargo, lo que para cualquiera sería un callejón sin salida, Molero lo interpretó como una aventura.
Para deshilvanar los posibles significados ocultos de La sirenita, Molero desestimó las incontables traducciones e hizo un exhaustivo trabajo con el texto en su idioma original con el fin de descubrir sus misterios. Como el mar en el que habita, La sirenita tiene profundidades insondables que, de todos modos, esperan a ser exploradas. ¿Qué metáforas esconde este cuento infantil?, se pregunta la autora.
En busca de ‘La sirenita’, contenido exclusivo de la colección Panorámica de Indie Libros, parte de la ya conocida pero en su momento secreta homosexualidad de Andersen, el autor, pero incluso va más allá. “Ser gay tiene poco o nada que ver con estar dispuesto a cortarse la cola de pez, con someterse a una castración. Es, eso sí, aplicable a la problemática quirúrgica trans”, escribe la autora.
En el cuento, según afirma Molero, la sirena quiere convertirse en persona para tener, como el resto de los humanos, un alma inmortal. Y, teniendo en cuenta el trasfondo religioso del autor, escribe: “Me pregunto si Hans Christian Andersen, al revés que la sirenita, temía perder su alma inmortal si lograba tener el amor de un hombre”.
La pregunta
¿Por qué alguien decide entregar el poder de una cola de pez formidable por un par de piernas de mujer?
Todo comenzó cuando me hice esa pregunta. Por amor, me contestarán rápidamente. No me conforma. Ninguna respuesta que incluya la palabra “amor” me resulta, a priori, lógica.
¿Y si la trampa fuese la literalidad? ¿Y si fuera un error pensar que las piernas son piernas? Las piernas pueden ser un eufemismo, pienso. Y para tener eso que el eufemismo evita nombrar, se sabe, para tener esas piernas hay que cortar la cola de pez. La cola de pez es otro eufemismo, claro. No tardé en suponer que Hans Christian Andersen debe de haber sido gay. En ese instante comprendí que mi descubrimiento debía de ser vox populi y aquí, esta servidora, apenas la última en enterarse.
No obstante, ser gay tiene poco o nada que ver con estar dispuesto a cortarse la cola de pez, con someterse a una castración. Es, eso sí, aplicable a la problemática quirúrgica trans. Adivino cientos de papers académicos de distintas universidades del mundo de las carreras de Medicina, de Sociología, de Psicología, desbordadas de tesis o trabajos prácticos sobre La sirenita.
La sirenita de Andersen está dispuesta a sacrificar su poderosa cola de pez. Digo poderosa porque la imagino fuerte como las sirenas de Piratas del Caribe y no inofensiva como Ariel. Si está decidida a transformarse para conseguir una genitalidad femenina porque, en el fondo, se percibe como una mujer atrapada en el cuerpo de una sirena, ¿tiene sentido tamaño sufrimiento para conseguir esas piernas soñadas y luego mantenerse y morir virgen?
¿Se conserva intacta la sirenita tanto en el cuento adaptado para niños en el siglo XX con final feliz a la Disney como en las versiones más fieles al original con final trágico?
Esto me condujo a la gran pregunta madre de todas las preguntas: ¿qué habrá escrito Andersen realmente, y cuando digo realmente digo re-al-men-te, en el cuento La sirenita?
—Ay, si supiera danés…
Esa expresión de deseo sería un aceptable punto final para cualquiera. Excepto que mi mente y mi patrón de acciones se mueven en escalada, como la violencia. Cuando parece que llega a una instancia de rendición, resulta que esa rendición es falsa, es sólo un descanso para volver a subir, en forma de espiral, a un nivel superior de confrontación.
—¿Qué tan difìcil puede ser leer y traducir danés?
Ni siquiera sé alemán, hay que aclararlo de entrada. Solamente inglés, francés y aledaños, y algunos rudimentos de japonés y coreano cuyos estudios no pude continuar (por el momento). Lo que sí sé es que los idiomas tienen lógica interna y que si uno logra entrar en esa lógica puede entender del mismo modo que el infante que dice “sabo”, que yerra las conjugaciones irregulares porque lo primero internalizado es la regularidad, es decir, la regla estructural.
Además, puede que hace un par de décadas un atleta ruso haya cambiado no sé si el curso de mi vida pero sí seguramente algún pasadizo de mi cerebro. Compartíamos mesa con el ruso en una cena bastante poco oficial. Él no hablaba español ni inglés e insistía en dirigirme la palabra. Le contesté que no sabía ruso. Entonces, con palabras sueltas en inglés seguidas por un ruso fluido, me pidió que no pensara en las palabras, que lo mirara a los ojos, que si lo miraba a los ojos y me dejaba llevar iba a entenderle. Tenía razón.
Otra cuestión es que, supongo, me desagradan los espacios de confort, me atrae pisar terreno resbaladizo, me encanta aprender. Nada me aburre más que hablar de lo que sé, trabajar en lo que sé, volver sobre lo que ya sé, repetir, repetirme. Es como enloquecer. Es como obligar a tu cuerpo a comerse sus propios músculos. Dame territorio desconocido y estaré contenta.
Así que este trabajo no pretende inaugurar o partir las aguas en torno a La sirenita. Si en el camino algo de eso se produce será consecuencia de la apertura de miras que da la ausencia de conocimiento y, por lo tanto, de prejuicio. Cuando uno no sabe qué es lo que tiene que esperar arrasa todo.
Este texto quiere ser apenas una bitácora para compartir un aprendizaje que me resultó esclarecedor. Algunos lo encontrarán poco novedoso. Otros, con suerte, se sorprenderán paso a paso como yo. Creo que, en el fondo, no me importa ni una cosa ni la otra ni espero la compañía de nadie. Me vale la aventura. Si le sirve a alguien más, ¡tanto mejor!
Miriam Molero, autora de «En busca de La sirenita», tradujo el mítico cuento de su danés original sin conocer el idioma para ahondar en sus profundidades y descubrir sus metáforas ocultas.
Miriam Molero, autora de «En busca de La sirenita», tradujo el mítico cuento de su danés original sin conocer el idioma para ahondar en sus profundidades y descubrir sus metáforas ocultas.
Azul, como la centaurea azul
Busco el original en danés de Den lille Havfrue, abro el diccionario online de Google, el WordReference, el Linguee, distintos diccionarios online danés-inglés, danés-francés y danés-español, y me proveo de varias traducciones de La sirenita.
Allá vamos.
La primera línea del cuento dice “Langt ude i Havet er Vandet saa blaat, som Bladene paa den deiligste Kornblomst”.
Busco palabra por palabra y sin entender demasiado ya me anoticio de que los sustantivos están escritos con mayúscula —gracias, idioma danés, por la pista descomunal. Sigo no sé si decir leyendo… sigo mirando el texto y me doy cuenta de que, al menos en este cuento, Andersen escribe muchos “og”, “og”, “og”, que significa “y”, “y”, “y”. Me recuerda a un nenito francés que te contaba algo diciendo et puis, et puis, et puis (Estaba el perro y entonces el perro se puso a ladrar y entonces le grité a mamá y entonces vino mamá y me salvó del perro que era malo). La sirenita integra un libro que se anuncia como cuentos para niños. Googleo y encuentro un textual de Andersen que me viene al pelo porque aclara que había escrito las narraciones “en el mismo lenguaje y con las mismas expresiones con que se las contaba de palabra a los pequeños y estaba convencido de que gustaban a gente de todas las edades”.
Este descubrimiento me entusiasma: ha de ser mucho más sencillo traducir del danés un cuento para niños escrito en un lenguaje para niños.
Sigo explorando el texto y me topo con otra repetición. Usa mucho deiligste, deiligste, deiligste. O sea que todo es delicioso. Eso un poco que no se lo voy a respetar. Lo decido de entrada.
Y ya en esa primera oración me doy la cabeza contra la primera dificultad: la palabra kornblomst, que quiere decir “centaurea”. No sé qué es una centaurea. Me entero al menos de que no es un animal mitológico. En diversas traducciones se hizo de Kornblomst lo que se quiso aunque hay que reconocer que tanto el danés “kornblomst” como el inglés “cornflower” tienen la gentileza de incluir “flor” en la palabra compuesta mientras que en español la palabra “centaurea”, así sin pistas, un poco por el contexto fantástico, un poco por la cercanía a la palabra centauro, un poco por la propia ignorancia botánica, puede dirigirnos equívocamente hacia un animal marino. O, mejor dicho, una animala marina escamada: En alta mar el agua es tan azul como los pétalos de la centaurea más hermosa.
Sin embargo, esta preciosidad es una centaurea o cornflower o kornblomst.
Me debato sobre si dejar una palabra como “centaurea” en la primera línea de una traducción. Chequeo en el trabajo de otros y veo que la volaron de un plumazo. Dudo. La flor es muy hermosa y estoy a favor de conocerla en lugar de eliminarla o reemplazarla.
Entonces, después de un rato de buscar palabra por palabra, foto por foto, figura por figura, finalmente consigo escribir unos párrafos. (Me digo que si sigo a este ritmo voy a pasar las Fiestas con Andersen.)
En alta mar el agua es tan azul como los pétalos de la centaurea más hermosa y tan transparente como el cristal más puro, pero el océano es muy profundo, más profundo de lo que cualquier ancla puede alcanzar, habría que apilar unas sobre otras muchas torres de catedrales con sus chapiteles para poder subir desde el fondo hasta la superficie. Allá abajo vive la gente del mar.
En una versión en inglés se les da por spoilear y directamente ponen “There dwell the Sea King and his subjects”. Ahí habitan el rey del mar y sus súbditos. Lo que es no manejar la ansiedad.
La religiosidad y la angustia existencial
Hans Christian Andersen reconoce que La sirenita fue el único de sus escritos que lo conmovió enormemente al momento de su producción. Movilización interna, diría. Un escritor que sea digno de llamarse escritor domina las palabras y el texto que produce, los personajes, la trama, lo que quiere o no quiere transmitir con su trabajo. Eso no obsta que, en ocasiones, no sepa por qué elige determinados detalles, por qué pone una casa en una pradera y no en una montaña o por qué tal personaje lleva una canasta y no una bolsa o por qué tiene un perro y no un gato o un canario. Simplemente lo imagina así. Hay algo del orden del inconsciente que se escapa siempre, pienso.
En su autobiografía El cuento de mi vida, Andersen relata su infancia desgraciada de chico pobre, sensible y afeminado, de cómo sufrió de forma permanente lo que en aquella época no tenía el nombre de bullying pero lo era, de cómo una vez sus compañeros intentaron quitarle los pantalones para ver qué tenía allí, si era niño o niña. También insiste en describir su infantilismo, que llama “infantilismo” porque no lo abandona aun mucho más allá del final de su niñez e incluso de su adolescencia. Se pinta a sí mismo como un sujeto casi asexuado y ya cerca de pisar los treinta surgen algunos enamoramientos de mujeres, más bien, diría, divas. Ya era maduro y famoso cuando, según leí, mantuvo relaciones amorosas con otros hombres.
Supongo que la reiteración de Andersen al señalar su inmadurez quizás fue su forma de decir que no tenía vida sexual, que no entendía lo que le sucedía con otros hombres aunque reconocía lo que sí le sucedía con las mujeres. Pero, al no asumir o quizás entender su homosexualidad, quedaba en terreno de nada y de nadie.
En Hans Christian Andersen, A New Life, el biógrafo Jens Andersen —el apellido es mera coincidencia— presta atención a lo que el propio Andersen señalaba sobre sí mismo al hablar de su juventud. Por ejemplo: “Mi desprecio por las mujeres llegaba a tal punto que eso fue lo que me mantuvo incorrupto e inocente”.
La sirenita dice que le gustaría vivir aunque más no fuera un día como humana para poder tener, como los seres humanos, alma inmortal. En esta instancia del cuento se abre paso la angustia existencial, la confrontación de la sirenita con la nada. El amor del príncipe aparece no como un fin en sí mismo sino como un medio para lograr un objetivo superior: trascender a otro estado, morir sin morir. Me pongo a pensar en Andersen, que era un hombre muy religioso. Me imagino las sensaciones encontradas que debería de tener con su propio deseo y con su cuerpo, confrontado con una religión que condena la homosexualidad. Creo comprender todavía más lo movilizador que debió de ser para él escribir sobre un personaje que ansiaba lo que no podía tener, el amor de un hombre y un alma inmortal. Me pregunto si Hans Christian Andersen, al revés que la sirenita, temía perder su alma inmortal si lograba tener el amor de un hombre.
Quién es Miriam Molero
♦ Es una escritora y periodista argentina.
♦ Trabajó como columnista de literatura en Radio Mitre (Sábado Tempranísimo) y en la TV Pública (Pura Vida).
♦ Es autora de libros como El rapto y En busca de “La sirenita”.
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