Sentado en una de las primeras filas del ringside, tan al borde del cuadrilátero que podía oler la sangre de los boxeadores, la estrella del cine francés, el rostro masculino más hermoso de Europa (y quizá del mundo), Alain Delon, caía rendido ante la destreza feroz de Carlos Monzón. Octavo día de mayo de 1971 en Montecarlo. El argentino le daba la revancha al italiano Nino Benvenuti, a quien había derrotado ocho meses antes en Roma. No sólo la revancha era lo que le daba: también una paliza. Al tercer round el rincón del retador arrojó la toalla para evitar una masacre.
El campeón del mundo de los medianos retuvo su corona y Delon -que murió este domingo a los 88 años- salió del combate absolutamente fascinado con la figura del boxeador santafesino -a quien veía pelear por primera vez- con esos rasgos toba, con la potencia de sus puños que, a esa altura, ya eran una leyenda del deporte y le valieron el apodo de “Escopeta”, porque cada piña de Monzón era un balazo en el cuerpo del contrincante.
Pero el actor veía algo más. Dos años después, otra vez en Mónaco, Delon fue testigo de la traumática defensa del argentino ante Emile Griffith. Compartió las primeras filas junto a otras celebridades. Según el legendario cronista Ernesto Cherquis Bialo, testigo de todo aquello, allí estuvieron el Príncipe Rainiero, los actores David Niven (de smoking), Jean Paul Belmondo (con campera de cuero, camisa a rayas, corbata antigua y zapatillas blancas de goma) y los diseñadores Pierre Cardin y Jean Bousquet, fundador de Cacharel.
Fue tras ese combate, un triunfo ajustado y por puntos, que el protagonista de “El gatopardo” pensó al menos dos cosas: al campeón del mundo le quedaría mejor que a cualquier otro hombre del mundo el apodo “El Macho” y a su amigo, el boxeador francés Jean-Claude Bouttier, le vendría bien una revancha (tras el primer intento fallido por quitarle el título en junio del 72 en París). Ir por todo. Show.
Monzón acababa de retener el título por sexta vez consecutiva. Las dudas de la pela con Griffith hacían pensar a muchos especialistas que podría ser la hora del retiro y, en palabras de Cherquis, el campeón “lejos estaba de suponer (…) que sería el ‘rey de los medianos’ cuatro años más. Y que el glamour estaba por llegar a su vida: cine, Susana, amigos del teatro de revistas, divorcio, nuevo sastre, nuevas amistades, popularidad, nuevas costumbres, fama, gloria, cielo… Y el infierno de cerrar la parábola de su trágica vida”. Tampoco imaginaría que con todo eso vendría una amistad íntima con Delon, quien arrancaba su carrera como promotor de boxeo asociado al italiano Rodolfo Sabbatini, representante del argentino en Europa.
La segunda pelea con Bouttier ocurrió en junio del 72, en el court central de Roland Garros, en París. Antes de subir al ring, el retador leyó una carta (exhibida en el Museo Nacional del Deporte de Niza) que su amigo Delon le dejó en el vestuario. “Quizás esta noche seas campeón del mundo”. No pasó. Monzón, que ya estaba en la cumbre de la fama deportiva y hacía su octava defensa, lo mandó a la lona en los rounds 13, 14 y en el último. Bouttier evitó el knock out pero perdió por puntos.
Poco después, ahora sí, Delón puso parte del dinero para promocionar junto a Sabbatini la novena defensa de Monzón. Esta vez ante el cubano radicado en México José Ángel “Mantequilla” Nápoles, campeón de la categoría wélter. El santafesino era una muralla invencible. En un viaje a Venezuela para ver una pelea de Locche, Monzón, que estaba junto a Cherquis, fue amenazado con armas por desconocidos. “Monzón, maricón, cobarde, dale un chance a Mantequilla; dale un chance, ese es el que te va a noquear, acuérdate Monzón, maricón…”, le gritaron. El argentino se arrancó la camisa y los desafió a que disparen, a riesgo de errarle y vérselas con sus manos de plomo.
Así, el campeón de los medianos se enteró de la existencia de ese tal Mantequilla y le pidió a Tito Lectoure, su manager, que le organice la pelea. La promoción del show finalmente quedó en manos de Sabbatini y Delon. Para ese año, 1973, Mantequilla era el amo indiscutido de los pesos welters, por lo que cuando Delon, que en ese momento tenía 37 años, lo tentó, no supo decir que no.
La pelea llegó el 9 de febrero de 1974, bajo una carpa de circo armada en Puteaux, conurbano de París, para 11 mil personas, entre las que estaba Julio Cortázar, que saldría de allí con el cuento “La noche de Mantequilla” en su cabeza. Monzón recibió 175.000 dólares. La marquesina del combate no podía ser más tentadora: “Alain Delon presenta: Carlos Monzón – Mantequilla Nápoles”. En los afiches aparecía un guante hecho de ladrillos, como una muralla, y se presentaba al santafesino, por primera vez, como quería el actor: “El Macho”.
Los vestuarios de los boxeadores eran casas rodantes. El periodista Horacio Pagani, enviado por Clarín, intentó sacarle unas frases a Monzón antes de la pelea. “Pero apareció Delon como un fantasma. Con un piloto negro. ‘No…no…no’, nos gritó. Y nos tomó a cada uno de un brazo y nos llevó escaleras arriba. En el trayecto yo le decía a José María (Casabal, periodista de La Razón) ‘¡mirá quién nos está subiendo!’. Todo parecía increíble”, recordó.
Monzón salió a escena con la voz de Gardel de fondo en el tema “Silencio”. Una idea de Delon. “Yo te bauticé El Macho y, Gardel, es ideal para vos”, le recomendó el francés. En el séptimo round Mantequilla no podía ni ver de los golpes que recibió de El Macho. “El aire de París parecía más puro. Monzón había defendido por 9° vez su corona. Era invencible”, escribió Cherquis Bialo.
Delon había armado la fiesta posterior a la pelea en el Lido de París. Apenas terminó el combate, mientras dos médicos intentaban sin éxito extraerle una muestra de orina para el antidoping al campeón (luego valdría que le quiten el título a Monzón), el actor francés apuró a Lectoure en el vestuario: “Tito, lo antes posible en el Lido, por favor, que nos están esperando”.
Así lo recordó Cherquis: “En tres coches Peugeot negros de alta gama llegamos al Lido de París. Qué maravilla. El show de las diez se había diferido a pedido de Alain Delon para homenajear a Carlos Monzón. Orquesta, bailarinas y las principales vedettes comenzaron el show bajo la larga y exclusiva mesa que solo una celebridad como Alain Delon podía lograr. Toda la noche sería para Monzón”. También evocó una escena graciosa, cuando el campeón del mundo le pidió a los mozos que el champagne “fuera francés”.
La pelea con Mantequilla, y las luces que irradiaba Delon, pusieron a Monzón en la escena máxima del jet set mundial. Al mismo tiempo, su manager recibía el guión para filmar una película que significaría el debut de Susana Giménez en la pantalla grande: “La Mary”. En 1974 el santafesino fue distinguido en Francia como deportista del año. De aquel episodio salió la célebre frase “pipí cucú”, que según contó Cherquis se originó como una mala pronunciación del merci beaucoup (muchas gracias, en francés) que habían intentado que Monzón aprendiera para el momento de agradecer el premio.
“Alain Delon es un tipo bárbaro y un buen amigo. Él se largó a organizar boxeo en mi pelea con Bouttier y ahí empezó la amistad. Es trabajador, serio, responsable y no está en estrella”, le dijo Monzón a Gente en 1975.
Un año más tarde se publicó “Yo, Carlos Monzón”, un libro de ediciones Pigmalión, en Francia. No es una biografía sino “recuerdos reunidos” por Henry Pessar, con el prólogo escrito nada menos que por su, ya por entonces, gran amigo Alain Delon: “Es un conquistador y un príncipe, es un domador y es la bestia, es el matador y el toro bravo, es el hombre y es un animal. Es Carlos Monzón. Es, en definitiva, el macho, en español. Pero, en Argentina, no se dice que Carlos sea un macho. Dicen que es EL MACHO. Es decir, perfección viril. Esa cosa misteriosa e inexplicable que brilla en ciertos hombres y que hace que cuando aparecen, simplemente, cada uno perciba que nacieron para tener un reino. El del boxeo, por ejemplo. U otro. Carlos Monzón es de esta raza. Nació para ser el primero y salir victorioso. No necesita decirlo. Se adelanta y es suficiente. Perdón, en todos los ámbitos, me encantan los que son los primeros, que tienen el orgullo de decir que es su lugar y el coraje de sumar también que están dispuestos a ponerlo en juego. En una bicicleta, entre los cuatro cuerdas de un anillo. O en otro sitio. Por eso, en definitiva, amo a Carlos Monzón. Porque lo admiro. Porque es un hombre y porque mientras haya hombres necesitaremos admirar a los que, donde están, son, entre nosotros, los mejores”.
En julio de 1977 Monzón, a los 35 años, finalmente dio su último show arriba del ring. Como era costumbre, Delon vio el combate en el ringside. Llevó su récord hasta un invicto de 80 peleas. Enfrentó al colombiano Rodrigo Valdez en Montecarlo y, si bien besó la lona por primera vez en su carrera, ganó la pelea. “Me voy con toda la gloria, ya no me queda nada por conseguir”, dijo el campeón.
Once años después, en febrero de 1988, el campeón asesinó a su pareja de entonces, Alicia Muñiz, y terminó preso. Hacía mucho ya que no se veían ni hablaban pero Delon, tal vez con el afán de respaldar a su amigo, concedió una entrevista a la corresponsal en Francia de la revista Gente, que llevó a su portada un retrato del ya cincuentón galán francés con un título tremendo: “¿Qué hombre no le pegó alguna vez a su mujer?”.
“Le pedí a Henry Pessar que me mantuviera informado sobre lo que había sucedido. Nunca llamé personalmente a la Argentina. No sabría ni a quién llegar. Creo que podría ayudarlo, porque soy una personalidad pública como él. Una estrella como él. Incluso soy un hombre como él, con sus cualidades y defectos. ¿Qué hombre no le ha pegado a una mujer? Para mí se trata de un accidente y no de un crimen premeditado. Yo también poseo la misma violencia interna. No hace falta ser boxeador para eso. Me enfurezco rápidamente. Uno de mis principales defectos es la cólera. Monzón siempre expresó violencia y es justamente esa violencia la que lo llevó a la cima de la gloria y de su arte. Esa violencia se volvió ahora contra él, la misma que lo llevó a la gloria y lo convirtió en un héroe nacional”, intentó justificar el francés. A esa altura, los rumores de que entre ellos hubo un romance eran tan populares como imposibles de chequear.
Finalmente, tras muchos años sin verse, Delon y Monzón se reencontraron en 1993 en una cárcel, la Unidad Penitenciaria 2 de Las Flores, Santa Fe, donde el campeón del mundo cumplía una condena de 11 años. Fue una reunión de amigos promocionada por la revista Caras.
Alberto Núñez, el director de la Unidad Penitenciaria Nº 2 de Las Flores, fue el encargado de recibir, personalmente, a Alain Delon cuando fue a visitar a Monzón en 1993, en lo que fue una nota exclusiva, producida por Caras. Charlaron, tomaron café y se dejaron retratar por el fotógrafo de la revista.
“Estar en una celda es deprimente, macho. A veces, te dan ganas de matarte. Encima, tuve a una mujer de jueza, y como soy Carlos Monzón fueron más duros con la sentencia. Si Dios quiere, voy a salir pronto”, le dijo el boxeador a su amigo mientras conversaban sentados en la cama. “Carlos, yo solamente quiero decirte que, para mí, sos un hermano”, le respondió Delon, quien una horas antes había visitado al gobernador de Santa Fe, Carlos Alberto Reutemann.
Lo que le dijo Delon, todavía retumba: “Monzón y yo venimos de abajo, los dos hemos sido muy pobres, los dos llegamos a ser estrellas. Y él siempre fue un gran amigo. Por eso estoy aquí, porque en las buenas es fácil tener compañía, pero es en los malos momentos donde se conoce a la gente”. Fue la última vez que se vieron los viejos amigos. La última vez que, el macho y el galán, se declararon su amor.
Por
Fernando Soriano