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Jacobo Winograd, imperdible. A 35 años del día que hizo saltar la banca en Mar del Plata: “Gané 4 millones de dólares”

Rusito, ¿comiste?, cuenta Jacobo Winograd que le preguntaba Juan Carlos Calabró cuando él tenía apenas trece años y se lo encontraba a la salida de los teatros abriendo y cerrando puertas de autos poderosos que trasladaban a grandes artistas y celebrities de la época.

Y como la respuesta la mayoría de las veces era “no”, lo invitaba a la pizzería Iguazú frente al Maipo. Moria Casán era otra “grande del espectáculo” que también se acordaba siempre de él cuando su estómago rugía por falta de alimentos.

Y así fue creciendo, en la calle, después de escaparse del asilo de la AMIA en Burzaco donde lo había dejado Sául, su padre polaco, cuando Marta su madre los abandonó a él y a sus tres hermanas, que terminaron en un colegio de mujeres. Sus progenitores se habían conocido en los campos de concentración de Auschwitz durante la guerra y primero lograron huir a Chile. Luego llegaron a la Argentina cuando Jacobo tenía cuatro años y se instalaron en el barrio de Mataderos ya sin su mamá.

A poco de cumplir trece se fugó del orfanato: primero vivió en casa de unos amigos, también en una pensión, y cuando no tenía un peso, dormía en la Plaza de Mayo tapado con diarios. Y seguía acumulando el cariño de gente solidaria de la farándula: “El Facha Martel cuando me veía me pagaba el desayuno. Ya era un muchacho cuando Carmen Barbieri me compraba linda ropa. Alfredo su papá también me ayudaba”, detalla a La Nación. Jacobo además vendía diarios cuando empezaba la madrugada y más tarde chocolates a la salida de los boliches. “El tema era no pasar hambre, querido. Tuve una infancia muy pero muy dura, que me marcó”, confiesa sin pudores.

El tiempo fue pasando y creció poniéndose objetivos. Pisaba los veinte y pocos cuando comenzó a alquilar autos en el Hotel Sheraton a figuras internacionales de la talla de Rod Stewart, Joe Cocker, David Bowie, George Kennedy, Tina Turner, Esther Williams, Bo Derek, Eric Clapton… Empezó a ganar buen dinero, y de la mano llegó la tentación del juego.

Verano del 86

Jacobo, allá lejos y hace tiempo

Fue en los carnavales del mes de febrero cuando Jacobo hizo saltar la banca en el casino de Mar del Plata. Así lo explica hoy: “Había visitado todos los casinos del mundo y sabía que se podía lograr. Estudié e instrumenté un sistema con muchos jugadores a la vez. Yo les indicaba cómo apostar. Siempre después de errar tres o cuatro bolas, venían cinco siete o diez buenas. Jugaba fuerte, eh. Entonces pensé, ‘si tengo bastante resto y muchos jugadores lo puedo hacer’. Les daba la plata en la calle, porque adentro del casino no se podía ni se puede ahora. Iban y compraban las fichas de chance e imitaban lo que yo hacía. Gané durante cuarenta días seguidos y junté una plata grande con cinco o seis personas, no más”.

Pero como su intención era derrotar al casino, Winograd dice que fue por más: “Quería ponerlo de rodillas –admite, y agrega-: Llamé a todos mis empleados de la rentadora de autos y los hice viajar a Mar del Plata. Los reuní y les indiqué que todos compraran fichas de chance. Debían jugar en la última bola de la noche de ruleta los números del 22 al 36. Sobre todo 23, 26, 29, 32 y 35, los centrales. Éramos 40 en total: 38 muchachos más mi gerente y yo que apostamos. Tardamos 25 minutos en fichar, estaba lleno de gente. Había como 500 personas rodeando la mesa especial.

“Colorado el 32”

Según el apasionado relato de Jacobo, aquella noche el crupier tiró la bola… “y vino colorado el 32, que está al lado del cero, casi me desmayo o me muero directamente –amplía-. Saltó la banca literalmente. Ahí fue donde me aplicaron el derecho de admisión, porque si bien no cometí ningún delito, no me querían ver más. Me dijeron que tenía que venir a Buenos Aires a cobrar en cuatro veces con cheques, era presidente Raúl Alfonsín, a quien yo amaba profundamente. Fue un escándalo porque los habitués del casino, jugadores que me conocían de muchos años, protestaron cantando: ‘si lo tiran a Jacobo al bombo, va a haber quilombo’. Fui tapa de diarios y revistas, hasta del New York Times”.

Claro que el tema ni el conflicto terminaron ahí. Porque pese a que le aplicaron el derecho de admisión, Winograd al otro día intentó volver a entrar. Obviamente no se lo permitieron. Hoy recuerda que “como no podía ingresar mandé a la misma gente, conseguí una escalera y me trepé a un árbol que daba a una ventana: jugué desde ahí con un walkie talkie. Me acuerdo que mi gente abrió la ventana y corrió la cortina para que yo pudiera ver algo y por lo menos escuchar, aunque me comunicaba por el radio. Ganamos otra vez en la última bola con el “negro 29”. Me caí del árbol de la emoción, me rompí el huesito dulce, estuve cinco meses enyesado. Veinticuatro horas más tarde las autoridades del casino lograron que la municipalidad pode el árbol, te juro”.

Ese hecho fue el primero que lo llevó a la tevé: “Me invitaron Adolfo Castelo y Carlos Abrevaya a La Noticia Rebelde, era un boom lo que había hecho. Pero con el juego perdí también fortunas incalculables. La primera noche gané casi cuatro millones de dólares. Había apostado 850 mil dólares para lograrlo, cuidado, que no fue gratis. Al otro día con el 29 cobré dos millones y pico. ¿Sabés por qué me aplicaron el derecho de admisión? Porque no podían decir que hice trampa porque la verdad no la había hecho. Me costó estar como 18 años suspendido, pero no me importó”.

-¿La plata la ahorró o la terminó gastando?

-Me la patiné toda. Hasta que nació mi hija Nazarena yo era un ludópata terrible. No soñaba con una mujer, soñaba con el 23, 26, 29, 32. Para mí hacer el amor era que saliera el 32 en la ruleta. El orgasmo más lindo de mi vida no lo tuve con una mujer, sí con la rula. Estaba muy enfermo. No creo que nadie en la historia argentina haya jugado tanto como yo. Cuando nació mi hija hice un click. El amor por Nazarena me hizo ver que el “verdadero” 32 era ella, no el juego. Lo logré gracias al amor que le tengo. Dije ‘si sigo así no voy a poder darle un estudio, un futuro’ Y paré, tomé conciencia. Me cambió la cabeza. Ella vive conmigo, se recibió de arquitecta. Es la razón de mi vida, antes era la ruleta. Salí con un montón de mujeres pero nunca me enamoré. Nunca conviví con una mujer porque a mi juicio “baño mata amor” y “convivencia mata amor”. Estas son frases que inventé como “billetera mata galán”. Ahora Naza está de novia, me dijo que el año que viene se va a vivir con el novio y me mató, pero no puedo hacer nada. Es la ley de la vida, tiene 25 años y hace ocho que vive conmigo, nunca discutimos, nunca una palabra de más. Me levanto y me acuesto con su cara.

-¿Cómo empezó a jugar, lo recuerda?

-Tenía 21 años y fui a jugar unas fichas, me daba curiosidad. Los primeros tres días gané y dije ‘qué fácil que es, una semana más y me hago millonario’. Todo mentira, de enero a enero la plata es del banquero. El que juega por necesidad, pierde por obligación. El casino tiene resto, siempre te espera. Yo creía que me iba a hacer rico y que iba a fundir al casino. Por eso le digo a la gente que no juegue porque no se le puede ganar. Destruye hogares, familias, vidas enteras. El que apuesta gana tres veces y en lugar de irse se queda porque está enfermo. Cuando iba al casino del barco en Puerto Madero y al casino del Hipódromo veía muchos jubilados y me hacía mal, me daba miedo por ellos. Ahora estoy expulsado también del de Palermo, yo digo que me dieron perpetua, ellos lo definen como “suspensión permanente”.

-¿Lo sancionaron como en Mar del Plata?

-Me habían suspendido por un año, cuando quise volver no me dieron explicaciones, solo me indicaron que la suspensión era permanente. Por eso de vez en cuando voy a Puerto Madero. No hice ningún lío, nada más ocurrió que un día jugaba en las cinco máquinas y se trabaron cuando salió el 26. Yo golpeaba las mesas porque quería saber por qué se habían trabado. Vinieron, me echaron y no me pagaron. Hoy al único que puedo entrar es al barco, de los demás me echaron de todos. No me permiten ingresar porque todos pertenecen a Lotería de la provincia de Buenos Aires. Yo les contesto que no soy un monstruo ni un asesino ni un ladrón, pero igual me dejan afuera. Igual no me importa porque ahora voy a jugar para divertirme, como un evento más social que otra cosa, no estoy enfermo como antes.

-¿De qué vive?

-De lo que pude guardar de todos mis trabajos, la pandemia me alejó de la televisión donde ganaba buena plata con mis apariciones, también en el teatro. Estoy anímicamente muy triste, quiero trabajar, tuve COVID en agosto del año pasado, totalmente asintomático. En abril me aplicaron la primera dosis de la Sputnik V y estoy esperando la segunda dosis.

-Me quedé con lo que dijo al principio que su infancia fue demasiado dura y que lo marcó, ¿podría contar algo más?

-Mi mamá no estaba bien por culpa de los nazis y nos dejó. Mi papá no se podía hacer cargo. Yo fui al asilo como ya sabés y a mis hermanas las volví a ver después de muchos años. Pero a mi madre jamás en la vida, después entendí que estaba enferma, que no fue intencional lo que hizo. ¿Sabés? Cuando murió no fui a despedirla. Y eso pesa, te juro que pesa.

«Nazarena vive conmigo, se recibió de arquitecta. Es la razón de mi vida, antes era la ruleta. Salí con un montón de mujeres pero nunca me enamoré. Nunca conviví con una mujer porque a mi juicio ‘baño mata amor’ y ‘convivencia mata amor’. Ahora Naza está de novia, me dijo que el año que viene se va a vivir con el novio y me mató, pero no puedo hacer nada. Es la ley de la vida, tiene 25 años», asegura Jacobo.

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