El 30 de octubre de 1938 Orson Wells hizo, por la radio, una adaptación de la novela “La guerra de los mundos”, que más que literatura parecía una noticia.
Hubo histeria, huídas, accidentes de tráfico, partos prematuros. ¿Anunciaba lo que se vendría en el mundo de la comunicación? Ahora el libro se puede bajar y leer en cualquier dispositivo.
Por: Daniela Pasik
La gente huye despavorida. Hay pánico colectivo y se congestionan las rutas de los alrededores de Nueva York. El clima es de Apocalipsis. Llamadas telefónicas a parientes para despedirse o pedir perdón, a la Policía para hacer denuncias, a hospitales en situaciones de emergencia. Accidentes de autos, violencia, incluso varios partos prematuros. Muchas personas se esconden en sus sótanos con escopetas y latas de conserva. Todo lo desata un programa de radio en vivo. Una ficción que se construyó con herramientas y recursos informativos. El 30 de octubre de 1938, un joven Orson Welles hizo un especial radiofónico con La guerra de los mundos, del británico H. G. Wells (la coincidencia en la sonoridad de apellidos es solo un giro simpático de la casualidad). Pero el entonces futuro director de cine no leyó la novela tal cual es. Tuvo una idea genial, artística y disruptiva que terminó mostrando la enorme influencia de los medios de comunicación. En los años 30 era la radio, después fueron la televisión y los diarios. Hoy se sumaron las redes sociales.
Muchos análisis discursivos y sobre comunicación ubican este hito radiofónico como la primera fake news, ya que para contar esa ficción se usaron recursos del periodismo, con testimonios y móviles. Hilando más fino, podría ser, como mucho, apenas una suerte de antecedente. Pero la transmisión de La guerra de los mundos por Orson Welles fue un hecho artístico. Lo que hizo, sin planearlo, fue complejizar el papel de los medios.
El mundo actual es como una carrera de obstáculos contra las noticias falsas. Se le dice fake news a un contenido difundido por radio, prensa escrita, televisión o redes sociales que, mientras se presenta como si estuviera informando, tiene el real objetivo de desinformar. Redireccionar la opinión pública. Se crean deliberadamente, con el fin de, por ejemplo, manipular decisiones y desprestigiar o enaltecer a una persona o entidad, siempre con el fin de obtener ganancias, económicas o políticas.
Orson Welles no quiso manipular, aterrar, o generar pánico colectivo. Tenía 23 años, y conducía un programa semanal por CBS en el que hacía adaptaciones de novelas. Un radioteatro literario con clásicos como Drácula, de Bram Stoker, o 20 mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. Su competencia en esa franja horaria era Edgar Bergen, un ventrílocuo que salía por la NBC. Entonces, para la noche de Halloween, preparó algo diferente. La guerra de los mundos es una novela de Ciencia Ficción que describe por primera vez en literatura una invasión extraterrestre a la Tierra. Se lanzó episódicamente en 1897, salió como libro en 1898 y se centra en un narrador sin nombre que busca refugio en el campo británico en medio del ataque y destrucción que llevan adelante los marcianos.
Welles, junto al guionista Howard Koch y parte de la compañía The Mercury Theatre, adaptaron la historia. Primero, la trasladaron a Nueva Jersey, en Estados Unidos. Pero ante todo, cambiaron el formato. La genialidad artística fue que armaron una versión de La guerra de los mundos como si estuviera ocurriendo en ese momento. Y la llevaron adelante como una cobertura periodística. El resultado inmediato fue pánico total en la audiencia. A 85 años de ocurrido el hecho, son los 59 minutos de radio más famosos de la historia y es la mayor leyenda de la historia de los medios de comunicación, que tiene ecos hasta hoy.
Mentime que me gusta
Antes de comenzar el programa, se avisó al público que la historia que iban a oír era una ficción. Millones de personas escucharon la emisión aquella tarde. La mayoría no le prestó demasiada atención al anuncio y otros tal vez sintonizaron la radio después. “Señoras y señores, les presentamos el último boletín de Intercontinental Radio News”, arrancó un actor que hacía del periodista Carl Philips. Después, presentó a Welles, que hacía de un científico experto en extraterrestres: “Desde Toronto, el profesor Morse de la Universidad de McGill informa que ha observado un total de tres explosiones del planeta Marte entre las 7:45 P.M. y las 9:20 P.M”.
Como si fuera un día de radio cualquiera, comenzó a sonar música. Pero en medio de Stardust, interpretada por Ramón Raquello and his Orchestra, volvió el supuesto anunciador: “Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien… o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos… ¿Son ojos? Puede que sean una cara”.
En pocos minutos se desató la histeria colectiva en las ciudades que supuestamente estaban siendo atacadas por extraterrestres. En el fragor de la obra, Welles y su equipo recordaron por segunda vez a los radioyentes que se trataba de ficción recién en el minuto 40. Ya daba lo mismo. Ajenos al caos exterior, el último tramo del programa explicaba con detalle el ataque de las naves con rayos de calor. Al final, el periodista moría en la terraza del estudio de la radio, ahogado por gases venenosos alienígenas. En lugar de aplauso y ovación, hubo histeria y reacción.
El pavor por la invasión extraterrestre duró varios días. “Oyentes de radio dominados por el pánico: muchos huyeron de sus hogares para escapar a la invasión proveniente de Marte”, informó el New York Times. Welles tuvo que salir a pedir disculpas públicas. En un encuentro con la prensa después del programa, explicó que nadie relacionado con la emisión que habían realizado había pensado que podía generar ese terror. El escándalo, lejos de perjudicarlo, le abrió las puertas de Hollywood. Orson Welles consiguió un contrato para filmar tres películas con el estudio RKO y, entre ellas, estuvo su opus El ciudadano (Citizen Kane, 1941), un hito de la historia del cine.
Verás que todo es mentira
Después del gran momento de Welles en la radio, la historia de los medios de comunicación tuvo otras instancias que se pueden considerar brillantes a primera vista, y dignas de análisis, si se toma un poco de distancia. Cuando fueron pensadas como piezas culturales, muchas resultaron perfectas. Únicas. Consumadas, fueron capaces de trazar derroteros más que curiosos en los circuitos de significación cotidiana. “La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”, escribió el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que pensó mucho el tema de la verdad y su funcionamiento. Cinco años después del caos en Nueva York por el programa de Halloween, el 12 de febrero de 1949, en Perú, se hizo una nueva adaptación de La guerra de los mundos en el estilo de Orson Welles.
Otra vez, aunque se avisó que era una radionovela, muchas personas creyeron que era verdad. Hubo incertidumbre y caos en parte de la población. Nunca habían experimentado una ficción en formato símil al periodístico. La diferencia con el hito de Welles fue bestial. Terminada la transmisión, al enterarse de que se trataba de una obra, muchos reaccionaron con violencia y quemaron el edificio de Radio Quito y Diario El Comercio. Cinco personas murieron en el incendio.
Ocho años después, la televisión ya había comenzado a desplazar a la radio del corazón de los hogares. El 1º de abril de 1957 se puso al aire una pequeña, sencilla y bastante hermosa pieza: La cosecha del espagueti en Suiza. La transmitió en Gran Bretaña el programa Panorama, de la BBC, y la presentó Richard Dimbleby, uno de los periodistas más respetados del Reino Unido. El segmento duraba tres minutos. De riguroso blanco y negro, la historia seguía a una familia del cantón del Tesino que cosechaba espaguetis en su granja de espaguetis. Esos espaguetis crecían de los árboles de espaguetis. Los espaguetis colgaban de los árboles, por supuesto. La familia los cosechaba, tranquila, campestre. Una mujer subida a una escalera, los descolgaba con cuidado. Un hombre los acomodaba metódicamente en una canasta. Al final, terminaban en el plato de un restaurante.
Ocho millones de televidentes cayeron como chorlitos. Hasta que se avisó que era un pequeño chiste por April fools, el día de los inocentes, una celebración en muchos países europeos que tiene como costumbre hacer bromas sonsas. Los televidentes, engañados por el formato y la novedad, fueron crédulos, sí, pero no eran tontos. En 1957 el consumo de espaguetis no estaba extendido en el Reino Unido. Fue sencillo que muchos británicos creyeran que podían llegar a crecer en árboles. La reacción no fue pánico ni furia. Esta vez, hubo responsabilidad de algunos televidentes, que llamaron al canal para avisar que eso no era cierto. Otros, después de saber que había sido una broma, se comunicaron para lamentarse de no existieran los árboles de espaguetis. También hubo, durante y después, incluso cuando estaba claro que había sido una broma, personas que querían saber cómo plantar sus propios árboles de espaguetis en sus casas.
La idea fue de un camarógrafo vienés llamado Charles de Jaeger. Había ido a una escuela en Austria en la que los maestros reprendían a los alumnos diciéndoles que eran tan estúpidos que si les decían que los espaguetis crecían en árboles se lo creerían. La televisión demostró que aquellos maestros austríacos en muchos, muchos casos, tenían razón.
I want to believe (Quiero creer)
Es uno de los hechos más resonantes de la última década. En 2016, muchas noticias falsas influyeron en el resultado de las elecciones de Estados Unidos, cuando ganó Donald Trump. Ya no eran obras de futuros cineastas o piezas para bromear en el Día de los Inocentes. A pesar de la información que existía, fake news armadas para diluir los aspectos negativos de Trump generaron reacciones. El público se aterrorizó, se puso violento, denunció, no quiso saber la verdad a pesar de que otras fuentes la decían. El magnate fue presidente. Desde entonces, se abrió el debate sobre cómo las fake news y su prima la posverdad —una reorganización parcializada y/o tendenciosa de hechos concretos para favorecer ideologías específicas y/o voluntades políticas—, influyen y definen campañas políticas. Las personas —escribió también Nietzsche― a veces permiten que les mientan, porque sueñan y su sentido moral no hace nada por evitarlo.
Más de 80 años después de la transmisión de Welles de La guerra de los mundos, en 2020, las redes sociales comenzaron a llenarse de fotos de hospitales, acompañadas del hashtag #FilmYourHospital. Denunciaban que el COVID era un montaje.
Decían que los centros médicos estaban vacíos y llamaban a que otros usuarios se sumaran con imágenes para demostrar que la pandemia no existía. Todo comenzó el 28 de marzo de 2020 a las 6.36 de la mañana cuando el usuario de Twitter @22CenturyAssets publicó el hashtag en cuestión. Y como en La guerra de los mundos, pero al revés, la paranoia colectiva surgió desde ese anónimo hasta encender una voz de reclamo común que reunió a trumpistas en Estados Unidos, bolsonaristas en Brasil y militantes pro-Brexit en Gran Bretaña, entre otros.
En menos de un año, el tema había crecido tanto que fue material de estudio de académicos de distintos lugares del mundo, que empezaron a analizar la relación entre la viralidad en redes sociales y las teorías conspirativas. La emisión radial de La guerra de los mundos fue el primer fenómeno que marcó esta parte de la historia de los medios de comunicación. Abrió una puerta que, en manos malintencionadas, resulta peligrosísimo. Igual que con una pieza de ficción para entretener, el público cree lo que quiere ver. Aunque se explique que se trata de una fantasía. O, en el caso de las fake news, contra las pruebas empíricas y/ o información con sustento. Como cuando Welles avisó, dos veces, pero el pánico se propagó igual y, para el final de la emisión, ya era imparable.
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