“Intenté retratar a una mujer que luchaba por compaginar la familia y la política”, dijo el director del film sobre su vida que está en Netflix.
El gran clásico de la era dorada de Hollywood, Casablanca, tenía entre sus personajes a Victor Laszlo, un héroe de la resistencia checa contra los nazis. Victor necesita un salvoconducto para salir de Casablanca, volver a Europa y conducir la lucha por la libertad, y sobre eso gira en buena medida la trama. ¿Le dará Rick Blaine, el dueño del café donde sucede la historia, los documentos que necesita para dejar la ciudad?
Exactamente al mismo tiempo, una heroína de la vida real, Milada Horáková, trabajaba de veras en la resistencia de Checoslovaquia contra los ocupantes nazis, que en 1939 habían cruzado la frontera como si no existiera. Era el comienzo del asalto militar con el que Hitler se embolsó, de manera veloz y voraz, una buena tajada de Europa.
La inefable Gestapo, la policía secreta del Fürher, descubrió sus actividades y la hizo prisionera. Milada deambuló por distintas cárceles, campos de concentración, y estuvo a punto de ser ejecutada. Pero se defendió en el idioma de los conquistadores y logró conmutar su sentencia de muerte original por una condena en prisión, hasta la liberación de Europa en 1945. Sería solo el primer capítulo de su historia. Aun la aguardaba otro sistema totalitario, el comunismo.
Milada quedó en el olvido durante cuatro décadas, desde su muerte en 1950 hasta la caída del comunismo en su país y el resto de Europa del Este. El gobierno checo reconoció sus luchas y cubrió los cuarenta años de insostenible vacío con la puesta en valor de su imagen y la merecida exaltación de su memoria. Hoy Milada está en monumentos, en calles, en edificios… y en películas. Sí, al igual que el ficticio Victor Laszlo, Milada se ganó un lugar en el cine.
Quien la rescató para la pantalla y le dio la difusión extraordinaria que necesitaba, incluso entre los checos, fue el realizador David Mrnka, que en 2017 estrenó, producida por Netflix, la película que lleva su nombre y que desde entonces está disponible en la plataforma de streaming.
Se trata a la vez de un thriller político y un drama familiar, donde Milada entra en conflicto con las tiránicas fuerzas totalitarias que se expanden por Europa, pero también con su propia sensación de estar en falta con su familia. Y eso que también ellos, su marido y su hija, demostraron una valentía inusitada en tiempos donde una palabra fuera de lugar se pagaba con la muerte.
“Milada Horáková es probablemente la luchadora por la libertad checa más famosa, que dio su vida por la libertad y la democracia. No fue hasta hace poco que los checos empezaron a conocerla de una manera más profunda y significativa”, dijo David Mrnka a LA NACION desde Los Angeles.
“Hace una o dos décadas, había calles, monumentos y escuelas con su nombre por toda Praga y la República Checa, pero la gente sabía poco sobre ella. Intenté cambiar eso con mi película. Intenté retratar a una mujer que era humana, que luchaba por compaginar la familia y la política. Y con el auge de los regímenes autocráticos en nuestro vecindario, los checos empezamos a recordar el pasado, incluida la historia de Milada. Espero que la película haya tenido algo que ver”, agregó.
Mrnka llevó adelante el proyecto tras conversarlo con Jana, la hija de Milada, que vive en Estados Unidos desde 1968, cuando se exilió de su país. Con ella coincidieron en que la película se hiciera en inglés. Querían difundir la gesta de su madre fuera de las fronteras checas, dándole la dimensión universal de las causas que defendió y sentando el ejemplo de su coraje.
Su batalla final
Quienes la conocieron, vieron a Milada meterse en problemas con las autoridades desde sus días en el colegio secundario, de donde fue expulsada por su activa militancia feminista. Se graduó en Derecho en 1926 y fue nombrada directora del Departamento de Servicio Social del gobierno de la ciudad de Praga. Ese mismo año se unió al Partido Socialista Nacional, del cual años más tarde sería legisladora. También integró varias entidades de ayuda social y defensa de los derechos de las mujeres.
Pasados sus primeros años de vida profesional y superado el escollo del Führer, le esperaba un reto mayor. La resistencia contra los alemanes sería a la larga solo un entrenamiento de la batalla que debería librar con otra tiranía. Fue la antesala del infierno. Esta nueva batalla sería irremontable y le costaría la vida, pero le dio una estatura moral que trascendió largamente su lugar y su tiempo.
Un golpe de Estado comunista, bajo la dirección subterránea del Gran Hermano en Moscú, derribó en 1948 la frágil y flamante democracia y pasó a dominar la escena política checa. Se acabó la política y entró la mano dura. ¿Quién estaba ahí para desafiarla? Milada, que renunció a su banca legislativa en protesta por el arrebato, y se mantuvo como una voz que denunció a los usurpadores de la libertad y se esmeró a destajo por recuperarla.
Si antes fue la Gestapo, ahora fueron los comunistas los que deciden su arresto. Nada de democracia liberal, le dijeron. La moda era la democracia comunista. Así se llamaban los nuevos regímenes de Europa del Este, “repúblicas democráticas”.
Al arresto le siguió un juicio montado para la ocasión, difundido por radio para aleccionar a los checos de que la rebelión no tenía sentido. Milada fue ejecutada bajo cargos de conspirar con el liberalismo burgués para socavar el paraíso socialista que reinaba de ese lado de Europa.
“Ella era miembro del Parlamento y renunció poco tiempo después del golpe de Estado comunista. Renunció y mantuvo el vínculo con políticos exiliados. Y por otro lado era una figura muy conocida, muy prestigiosa. Por eso el PC trató de incorporarla. La presionaron bastante, y ella dijo que no, que era una demócrata, que no se iba a incorporar. Ahí decidieron acusarla de conspirar con políticos del exterior”, dijo a LA NACION el historiador argentino Ricardo López Göttig, admirador de Milada desde que cursó su doctorado en la Universidad Karlova de Praga.
López Göttig fue otro de los que sucumbió a las proezas humanitarias de Milada, a quien le dedicó una biografía: Milada Horáková. Defensora de los derechos humanos y víctima de los totalitarismos, que escribió en Buenos Aires en 2020, durante el encierro de la pandemia.
El papel más difícil
En el film, el rol de Milada fue interpretado por la actriz israelí Ayelet Zurer, que había intervenido en conocidas producciones de Hollywood como Munich y Angeles y demonios. Zurer dijo en un podcast de la New York Film Academy que el papel más difícil de su carrera había sido el de la activista checa. Debió investigar la persona y la época, situarse en una realidad absolutamente distinta, entender cómo veía ella el mundo y cómo se relacionaba con los demás.
Y Zurer lo logró. Además del notable parecido con la Milada original, su inmersión dramática en el personaje sacó a la luz tanto sus conflictos interiores como la formidable resistencia durante el juicio ante sus captores, que no tenían verdaderos argumentos para condenarla.
Los dirigentes comunistas pretendieron hacerle memorizar a Milada una declaración incriminatoria que debía repetir, palabra por palabra, ante el tribunal y los miles de checos que seguían el proceso por radio. Como cabe suponer, cuando subió el estrado, desechó el discurso oficial y se defendió con la misma pasión y elocuencia con que enfrentó en su momento a los jueces nazis. Solo que, esta vez, la sentencia estaba escrita de antemano. Murió en la horca días después.
“Milada es una historia difícil de digerir para los checos. Estuvo en campos nazis durante cinco años, los alemanes no la mataron. Su propio pueblo la condenó a muerte cinco años después de terminada la Segunda Guerra Mundial en un juicio simulado dirigido por los rusos. Ese es el trágico pasado que no nos gusta y al que no queremos enfrentarnos”, dijo Mrnka.
Ni siquiera Victor Laszlo debió cruzarse con ese segundo monstruo totalitario, el comunismo. Al final de Casablanca, cabe esperar que Victor derrote a los nazis y termine sus días en brazos de Ilsa, su mujer, quien se embarca en el avión que saca a los dos de Marruecos. Esa es la penúltima escena de la película. La escena final, claro, es la que eternizó Humphrey Bogart, como Rick Blaine, con su icónica frase sobre el principio de una gran amistad.
Pero Milada siguió luchando: después de desafiar a la raza superior que decían ser los nazis, desafió con la misma vehemencia a la vanguardia iluminada que decían ser los comunistas. Un demonio es un demonio, no importa el traje vista. Milada no se andaba con vueltas.
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.
Ramiro Pellet Lastra