La lluvia de cuadraditos dorados todavía revolotea en su retina. A Roberto Ruíz de Galarreta (60) le cuesta caer. Pasó un buen tramo de la noche respondiendo mensajes en WhatsApp y otra parte intentando conciliar el sueño.
No le resultó fácil. “Me dormí como a la 1.30 de la mañana. Sigo en el aire”, suelta. Y, entre tanta mueca de felicidad, una lágrima se filtra.
En la noche del lunes, cuando se presentó en Los 8 escalones del millón (El Trece, lunes a viernes a las 21.45), Roberto no imaginaba volverse a Parque Chacabuco con un millón de pesos, cientos de abrazos y una anécdota grabada en el corazón. “Volví de Mendoza -bromea el abogado especialista en derecho de familia- y a los días me preguntaron si quería grabar. Era tirarme por el balcón o ir, ja”.
Sucede que, en enero, mientras disfrutaba de los últimos días de vacaciones en un hotel ubicado en Potrerillos, fue víctima de una estafa. Pero nadie en el programa de Guido Kaczka (44) lo supo hasta que el también profesor de secundario blanqueó su situación. “Te sentís como si te hubieran pegado un sopapo en la oscuridad. No sabés quién fue. Te sentís burlado, humillado…”, le cuenta a Clarín.
-¿Qué fue lo que pasó?
-Viajamos a Mendoza con Susana (61), mi señora, en auto. Al principio mis hijos, Pedro (30) y Joaquín (26), no podían ir porque los días no encajaban con las vacaciones de sus laburos. Después se sumó el más grande, que viajó en avión y tenía el pasaje de vuelta para un viernes. Necesitaba cambiarlo y trató de hablar con la agencia. Ahí pasó todo.
-¿Cómo fue?
-Mandó varios mensajes a la agencia, pero nunca le daban bolilla. De pronto, alguien lo llamó y dijo ser de ahí. Le pidió pagar un monto como multa por cambiar el pasaje cerca de la fecha de viaje. Estábamos caminando y, como no tenía la tarjeta encima, me pidió la mía. Le dio los datos y el tipo nos fue llevando, hasta que pudo linkearla con el homebanking, se pasó la plata y quedamos en cero.
Tantas preguntas despertaron cierta desconfianza. El detonante llegó una vez que el estafador le pidió al chico sus datos, a pesar de que tenía agendados los de su mamá. “Pedro se negó y él le cortó. Tampoco es fácil darte cuenta. Estábamos paseando y cuando uno está de vacaciones está en otra cosa. En Buenos Aires desconfiás hasta de los colores del semáforo”, reconstruye Roberto.
La primera reacción fue correr hasta un cajero automático e intentar una extracción: “Fui a sacar 3.000 pesos y me decía saldo insuficiente. Ahí confirmamos que nos habían estafado. Fue un momento realmente horrible. Nos dejó sin nada. Teníamos un poquito de efectivo, pero tampoco era para hacerse los locos y mil kilómetros de casa”.
-¿Consideraron volverse antes?
-Sí, lo pensamos. La estafa fue el viernes a la tarde y pensábamos en volver al día siguiente, pero como nos quedaban unos días y el hotel ya estaba pago, nos quedamos.
-¿Por eso decidiste ir al programa?
-No. El año pasado, mi hijo me preguntó por qué no me anotaba. Y yo dudaba, porque los rivales también juegan: no estás solo y nadie es invencible. Al final me anoté. Veía que pasaba gente por el programa y no me llamaban, suponía que iba a pasar. Pero pasaron como cinco meses y con el viaje y todo ya me había olvidado.
-¿Practicabas?
-Sí, Pedro me insistía con eso. Por ejemplo, sabía que venía Betiana Blum como invitada, entonces nos pusimos a repasar un poco su trabajo. Es una actriz que admiro mucho… ¡Una genia! Y tuve la posibilidad de decírselo. También leía un poco de historia, que a mí me encanta, y demás cosas. Repasaba constantemente.
Cuando se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Roberto se desempeñó durante dos años como ayudante en la cátedra de Historia del derecho argentino. Luego lo hizo en escuelas, donde hoy da clases de Derecho, Formación ética y ciudadana y Formación cívica. “Me gusta mucho ese ambiente… Más que la abogacía. Los pibes te devuelven mucho cariño. Es pura vida”, sostiene.
No sólo tiene experiencia en esa área: hizo teatro durante muchos años, guiado por profesores como Darío Levy, y hasta un curso de clown. “Estar expuesto -explica- a una cámara o a la mirada de un público no me intimida mucho. Tengo la piel dura para eso, no tengo problema. Es distinto al cine, que podés grabar varias veces. Acá si salió mal, salió mal”.
-¿Dudaste en contar lo que te pasó?
-Sí, porque da un poco de pudor. Cuando te estafan, te sentís humillado. Pero soy humano y me puedo equivocar. Antes de ir lo pensé y dije: “Si sale todo bien, digo la verdad”. Hay como un mandato en esta sociedad de que uno tiene que ser perfecto, lindo…
-Los estereotipos…
-Exacto. Yo no soy lindo y me equivoco. Todo el mundo comete errores, ¿por qué no decirlos? Pero no lo quise decir antes para no dar lástima. Si salía mal, bueno, paciencia. Se llama vida. Hay que mostrar los petates y volver a casa, a otra cosa.
–Una vez que lo contaste, ¿qué te dijeron fuera de cámara?
-Me trataron de 10. El productor, Daniel, fue muy amable. Guido también. Después, viendo el video, me di cuenta de que Carmen Barbieri se emocionó cuando conté la verdad. Eso de que iba a usar la plata para irme de viaje era un verso: quería ver si podía recuperar un poco, aparte de darme el gusto de estar en un programa hermoso que veo siempre. Pero quería salir del estereotipo de que el ganador no se equivoca.
JA