El notable ensayista argentino habla de «Historia natural y mítica de los elefantes», su último libro, que recorre la presencia en el arte y la religión de la gran bestia, su paralelo con el humano a la hora del llanto y el duelo, su inteligencia, la majestuosidad de su presencia y también su desconocida delicadeza. Además, reflexiona sobre Leonardo y Rembrandt, a propósito de los aniversarios de la muerte de estos grandes artistas
Por Hinde Pomeraniec
El libro que tengo entre las manos es mucho más que un libro: es una obra y un tesoro. Es un objeto precioso, un contenido exquisito, una historia que provoca fascinación porque se ocupa del animal más grande de la tierra, que es una figura mítica, pero también porque esas figura lleva consigo un fantasma: el de su posible extinción.
En Historia natural y mítica de los elefantes, José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski (Ampersand), expertos en arte, en filosofía y en historia de la cultura, abordan el universo simbólico de los elefantes a través de un relato que cautiva a los interesados y que consigue atrapar a una audiencia más amplia. De hecho, hay dos características muy singulares del libro: una es la tapa, cuyo color y textura buscan reproducir los de la piel del elefante y, luego, una propuesta de cambio de color en la tipografía, con la que se busca facilitar el acceso a todo tipo de lector. A lo largo del libro -con interior en papel ilustración e imágenes fascinantes del arte de todos los tiempos- hay una tipografía oscura y clásica para el público adulto y una grisada para chicos o adolescentes que aún no se animan a lanzarse a una escritura informativa algo más compleja.
Nada de las grandes bestias quedó fuera de esta maravillosa enciclopedia siglo XXI: su presencia en el arte y la religión, la fisiología del animal y su paralelo con el humano a la hora del llanto y el duelo, pasando por su inteligencia («poseen una memoria asombrosa y es el núcleo de su inteligencia», la majestuosidad de su presencia y un rasgo que el lugar común contradice y que es la delicadeza de los elefantes, cuya trompa es capaz «de golpear con fuerza, de envolver a un animal o a un hombre violento y arrojarlo lejos, pero también de tomar sin romper una copa de vidrio», como cuenta en esta entrevista Burucúa, uno de los hombres más ilustrados de la Argentina, posiblemente el mayor especialista en Historia del Arte, y también una de las personas más generosas con su conocimiento.
Semanas atrás, Burucúa (Gastón para quienes lo conocen) estuvo en Vidas Prestadas, un programa de Radio Nacional y allí conversó sobre este nuevo y monumental trabajo sobre los elefantes pero también habló sobre Leonardo Da Vinci y Rembrandt, a propósito de los aniversarios de la muerte de los grandes artistas.
— El libro que publicaron es la historia de un animal mítico. Me gusta porque cuando se refieren al elefante, lo mencionan como «nuestro animal», eso me divierte mucho. Y me gusta también que no es solo una historia de los elefantes en el arte sino que uno se entera montones de cosas sobre los mismos elefantes.
— Claro, es un poco el testimonio de lo que nos vimos obligados a hacer con Nicolás para poder darle riqueza y la densidad necesaria al texto de meternos en la historia natural, en los elefantes y en otras cuestiones como el vínculo de los elefantes con la religión, tanto en la India como en Europa. En Europa el elefante también fue un animal muy central en lo que podríamos llamar la alegoresis (N. de la R.: alegoría y exégesis) cristiana, ¿no? Sobre todo en el Medioevo.
Esta idea de que en el elefante hay rasgos que los aproximan mucho a nosotros, y muchas veces a lo bueno de nosotros como especie, es algo que está presente inclusive en Darwin
— Hay palabras que aparecen mucho porque tienen que ver con la vida y las rutinas de los elefantes como la palabra «maohut». Yo la desconocía, ¿qué es un mahout?
— Es el que cuida al elefante, el que establece un vínculo único entre un ser humano y un animal. No creo que haya… a ver, el vínculo con el perro es diferente. En el caso del elefante, es asombroso lo que puede conseguir el mahout y a su vez la protección que el mahout recibe del elefante. Hay un entendimiento extraño, por eso yo diría excepcional. Y es un buen indicio de la excepcionalidad del elefante en el reino animal, que ya llamaba la atención de los antiguos. Ha seguido esa idea de que en el elefante hay rasgos humanos hasta diría exaltados, enaltecidos, que tiene por supuesto mucho de mítico, pero se ha prolongado en los siglos XIX y XX, cuando la visión del elefante era realmente mucho más científica, más racional, se dejaba llevar menos por la emoción. No obstante esta idea de que en el elefante hay rasgos que los aproximan mucho a nosotros, y muchas veces a lo bueno de nosotros como especie, es algo que está presente inclusive en Darwin. Darwin en su libro sobre la expresión de los animales y del hombre, del ser humano, dice que el elefante y el ser humano tienen algo en común muy importante que son los músculos perioculares que no tienen nuestros primos hermanos los primates. Lo cual permite llorar. Y llorar de tristeza.
— Entre las cosas que cuentan en este libro, hablan de ciertas costumbres y ciertos hábitos y del momento en que llega la muerte. Las escenas que escriben en relación con el duelo, cómo llevan el duelo los elefantes, son muy conmovedoras.
— Absolutamente. Eso es un descubrimiento bastante reciente pero que confirma la vieja idea del cementerio de los elefantes. No hay tal cosa, no hay un cementerio de los elefantes, pero lo que sí hay es esto que vos has señalado bien como el duelo. La manada hace un duelo en particular cuando muere una de las matriarcas.
— Porque hay un matriarcado entre los elefantes.
— Ah sí, absolutamente.
— El feminismo de los elefantes (risas).
— Sí, los grupos gregarios de elefantes están siempre conducidos por una hembra y es la hembra, en general la de más edad, que cuando nota que se debilita suele ceder a la que le sigue.
Cuando la la primera, la más antigua, muere, hay verdaderamente una consternación en la manada y están dos días alrededor de la elefanta muerta a la que suelen tapar, cubrir con ramas, con tierra.
— Impresionante, porque uno podría imaginar que hay en todo caso como una disputa por ese lugar.
— En absoluto. No hay disputa, la matriarca se retira y llega la segunda. Y cuando la la primera, la más antigua, muere, hay verdaderamente una consternación en la manada y están dos días alrededor de la elefanta muerta a la que suelen tapar, cubrir con ramas, con tierra. Y después siguen su marcha, la marcha de los elefantes tiene que ver mucho con la disponibilidad de agua, entonces se ven obligados a trasladarse de oasis a otros. Pero cuando vuelven a pasar por ahí donde han sepultado, digamos así, a la matriarca, ahí se detienen y le rinden un homenaje. Es decir que hay una suerte, yo no diría de culto a los muertos pero sí hay un recuerdo de los muertos.
— ¿Tienen una inteligencia superior en relación al resto de los animales, no?
— Sí, son animales muy inteligentes porque poseen una memoria asombrosa, y la memoria es el núcleo fuerte de la inteligencia. Y yo creo que esa es un poco la razón. Y luego ellos suelen aprender mucho de la experiencia. Por eso, por ejemplo, cuando el cautiverio los arranca de su medio natural los elefantes cambian mucho sus conductas, más allá de lo que podría uno prever por el peso de la vida instintiva. Más que aprenden, se adaptan, y en ese sentido se parecen muchísimo al ser humano. Es decir, llevan en sí esa capacidad de adaptación.
— Algo muy interesante también es el relato del primer elefante que llegó a distintos lugares. Por ejemplo la historia con Japón me pareció fascinante. También mencionan los primeros elefantes que llegaron a la Argentina. Pero lo de Japón me pareció una historia increíble y en medio de la guerra.
— Claro, porque el elefante se conoce tardíamente en Japón, se lo mandan de regalo al emperador los ingleses desde Java, creo que es 1813, no me acuerdo exactamente. Bueno, por supuesto que eso ahí fascinó a los japoneses. Y después ya a partir de la apertura de Japón, a fines del siglo XIX, empiezan a importarse elefantes de la India, de Birmania, para los zoológicos japoneses. Y realmente la cultura japonesa acogió de forma entusiasta al elefante porque además bueno, ya lo conocían por el arribo de Ganesha en su versión budista (N. de la R.: uno de los dioses más conocidos y adorados del panteón hinduista). Tiene cuerpo humano y cabeza de elefante] al Japón, conocían dibujos, imágenes, y, bueno, el elefante real satisfizo todas las expectativas. Pero durante la guerra el problema era que había dos hembras y un macho en el zoológico de Tokyo. Claro, a partir del 42 fue muy difícil mantener a esos elefantes, alimentarlos, porque la situación de guerra y más tarde el bloqueo americano impuso condiciones draconianas para la alimentación de la población y no había recursos, parecía absurdo distraer la comida en el elefante, ¿no? Entonces se ordenó matarlos. Matarlos. Y hubo primero hubo resistencia de los que los cuidaban; resistencia del público debió haberla habido pero no se sabe porque el régimen japonés imponía una censura.
— El tema era cómo matarlos.
— Cómo matarlos, ¿no? Entonces decidieron envenenarlos. El macho murió pero las hembras rechazaron la comida envenenada. Y cuando insistían, bueno, le tomaban la comida envenenada y se las arrojaban a los cuidadores. Finalmente murieron de hambre.
— De inanición, que increíble.
— De inanición, sí. Pero el recuerdo de esos tres elefantes quedó y esta historia finalmente se conoció y hay cuentos infantiles y cartoons y libros de ilustraciones que circulan muchísimo todavía hoy en Japón con la historia de estos tres elefantes.
— Ahora, Gastón, hay algo también con la figura del elefante en términos de lo simbólico, el elefante incluso representando el globo. Esta enormidad de su figura tiene mucho que ver con la fascinación que crean, ¿no?
— Sí. Bueno, hay que pensar que entre los animales terrestres es el más grande. Entonces, la aparición de un elefante siempre, cómo puedo decir, suscita asombro, suscita en primera instancia también temor por supuesto. Sabemos que ya en la prehistoria una variante de la especie que era el mamut era perseguido y cazado pero también había seguramente situaciones de gran peligro que vivían los primeros grupos humanos cuando aparecían los mamuts.
— El tema de la trompa es algo que ejerce muchísima fascinación.
— Claro. Porque la trompa ya en la India en tiempos de los vedas es considerada una mano. Es un equivalente de la mano humana. Porque la capacidad que tiene tanto de golpear, de golpear con fuerza, de envolver a un animal o a un hombre violento y arrojarlo lejos, pero también de tomar sin romper una copa de vidrio.
La expresión “elefante en un bazar” es un poco injusta
— Leo en el libro: «Asimismo es capaz de moverse con sutileza y finura tales que recoge objetos diminutos y frágiles sin dañarlos, limpia los ojos propios y ajenos, acaricia a otros individuos, les llama la atención y les transmite mensajes con solo introducirse suavemente en sus bocas.»
— Por eso que la expresión «elefante en un bazar» es un poco injusta (risas).
— Son delicados.
— Claro, nadie ha hecho la prueba pero creo que podría darnos una sorpresa.
— ¿Recordás cuándo empezó tu fascinación con los elefantes?
— No podría, no sé. Yo recuerdo una vez, tendría 3 años, y fui al zoológico con mi madre. Tomábamos el tranvía frente al Hospital Italiano que nos llevaba hasta el zoológico. Y ahí recuerdo que ella fue la primera que me habló del elefante, me dijo que era un animal de la India. Y a partir de ahí siempre fue la gran fascinación. Y después, el comienzo de una película que era Las minas del Rey Salomón con Stewart Granger y Deborah Kerr. Empezaba con la caza de un elefante.
— Y con tus hijos y con tus nietos, ¿les transmitiste esa fascinación o surgió sola?
— Creo que se las he transmitido, sí, sí. Y después yo tuve un tío a quien quise con locura, el hermano de mi madre, que fue soltero hasta grande y entonces nos acompañaba en todos los viajes que hacíamos, y él tenía fascinación por los elefantes. Él era cazador y su propósito era ir al África a cazar un elefante. A punto tal que se compró un fusil para cazar elefantes, especial ¿no? Con una potencia de fuego, te podés imaginar. Pero nunca jamás pudo ir y el fusil estuvo siempre ahí, no tiró un tiro. Es una historia…
— El sueño de tu tío.
— El sueño de mi tío. Pero era cazar un elefante y tener los colmillos en su casa.
— Una de las cosas que aparece en el libro tiene que ver justamente con la bestialidad humana contra los animales, eso aparece muchísimo. Se cuentan casos tremendos como la electrocución de una elefanta o el tema del circo llevado al extremo más cruel. Nada de sueños de cazar elefantes van a encontrar en este libro.
— No, por supuesto que no. Y me alegro que mi tío, a quien quiero mucho no lo pudo cazar. Me alegro. Hubiera sido una mancha en su vida que fue una vida, digamos, llena de benevolencia. Pero esa era su obsesión.
— ¿Y tocaste un elefante?
— Nunca. Tocarlo nunca. Verlos sí los he visto.
— Pero nunca tocaste.
— Ah no, sí, me has hecho recordar. Una vez en el zoológico de Buenos Aires había una elefanta muy mansa y yo era chico y nos subían a los visitantes, a los niños visitantes, y a mí me subieron, sí. O sea que sí, lo toqué, estuve arriba de un elefante.
— Este es un año en el que se están recordando los 500 años de la muerte de Leonardo Da Vinci y los 350 años de la muerte de Rembrandt, dos nombres fenomenales en la historia del arte, no puedo no preguntarte un poco por cada uno de ellos. Me encantaría una clase del profesor Burucúa: ¿por qué son tan importantes tanto Leonardo como Rembrandt?
— Bien, a ver, intentaré salir airoso de este desafío. En el caso de Leonardo Da Vinci yo te diría que él es el prototipo del hombre curioso que lleva hasta lo sublime su curiosidad. Sabemos muy bien que él no fue solo pintor, no fue solo artista en el sentido tradicional de esa palabra sino que también fue un hombre que se ocupó del estudio racional y sistemático de la naturaleza. Prácticamente no hubo rama del conocimiento natural que él no cultivara y en donde no haya hecho algún aporte que luego se demostraría único para su época. Fue también un insigne geómetra. Se ocupó también de las ciencias de la tierra. Y también fue un extraordinario escritor. Sus cuentos, sus historias de animales, su bestiario, están cargados de leyenda, de fantasía. De manera que ingresar en su obra escrita tanto como su obra pintada es una navegación fascinante que uno puede hacer entre los espíritus, uno de los espíritus más grandes que han existido en la historia.
“La Gioconda” es dentro de la constelación extraordinaria y casi aplastante de obras, de retratos del Renacimiento, es la primera a mi criterio que instala la ambigüedad expresiva del instante.
— Me atrevo a preguntarte: ¿te conmueve «La Gioconda»?
— Es indudable que sí, porque «La Gioconda» para mí es dentro de la constelación extraordinaria y casi aplastante de obras, de retratos del Renacimiento, es la primera a mi criterio que instala la ambigüedad expresiva del instante. Porque «La Gioconda» sonríe, pero lo que no sabemos, la de ella es una sonrisa en transición, no sabemos si ella ha comenzado a sonreír y ese proceso va a terminar quizás en una carcajada. O no sabemos si es al revés, si ha sonreído complacida por algo que vio, por algo que escuchó y está transitando hacia la nostalgia, hacia la melancolía. Entonces ese rasgo de la transitoriedad, y asociado con lo que es el rasgo del hombre por antonomasia que es el animal que ríe, eso le da a «La Gioconda» un aura, una impronta que es absolutamente única, ¿no? Es esa captación en un objeto estable como puede ser una pintura de esa transición que no sabemos muy bien de dónde a dónde va ¿no? Entonces ese para mí es uno de los grandes logros de la pintura. Bueno, finalmente producen imágenes estáticas, y sin embargo con ella tenemos la sospecha que si dejamos de mirarla y la volvemos a mirar quizás esa sonrisa se haya transformado en otra cosa. Entonces ese paso ha sido aprehendido en un ser que está quieto. Lo único que es esa cara, esos ojos, el brillo de sus ojos, un levísimo movimiento de la masa de la cara que hace que no sepamos tampoco muy bien si va dejar de ser frontal y va a ir gradualmente hacia un perfil, no. Es decir, es esa cosa del movimiento anímico, del movimiento interior que tiene esa figura retratada.
— Un experto como vos, las veces que va al museo ¿vuelve a ver la misma obra?
— Por supuesto que sí, y siempre la veo diferente. Siempre, siempre. Bueno, en el caso de «La Gioconda» esa sensación de que estoy viendo otra cosa que no he visto es fortísima, fortísima. Pero de todas maneras es un camino que Leonardo recorre por primera vez pero a partir de él va a haber otros artistas que conociendo la experiencia de Leonardo y se colocan allí hasta donde Leonardo ha llegado y siguen adelante.
— ¿Como quiénes?
— Bueno, por ejemplo pienso en Caravaggio. Y después los propios discípulos de Leonardo. O los que tenían una cercanía con él durante su estancia en Milán como Bernardino Luini por ejemplo. Boltraffio. Son artistas que exploran esa posibilidad de dotar de un movimiento anímico al retratado.
— Te llevo un siglo y medio después a los Países Bajos, Rembrandt.
— Rembrandt, bueno. Yo de Leonardo sé un poco porque con Nicolás Kwiatkowski hicimos una traducción de buena parte de los escritos de Leonardo. Así que fue una cosa maravillosa poder hacer ese libro con Nicolás con quien nos reuníamos los viernes y los sábados y nos transportábamos, nos metíamos en los textos de Leonardo e intentábamos comprenderlos bien para poderlos traducir. Así que estuvimos entre 8 y 9 años trabajando en eso. Y de ahí que sacamos, hicimos la traducción yo diría de un 60% de los textos de Leonardo. Cuando yo lo recordaba a Machiavelli, Machiavelli dice en una carta a un amigo, Vettori, está viviendo en el campo en una especie de exilio entonces el amigo le pregunta qué haces ahí, un hombre de ciudad que está entre los leñadores, los porquerizos, entonces él le dice no, durante el día frecuento mucho a esta gente porque me interesa verlos trabajar, bueno, además eran sirvientes de él, pero cuando a la noche me visto con mis mejores galas decía y voy a leer a los antiguos, entonces ahí yo frecuento a estos personajes y es el momento de mi mayor felicidad. Entonces poder nosotros en esos viernes y sábados meternos en los textos de Leonardo y tratar de hacerlo vivir dentro de nosotros y luego volcar esa vivencia en la traducción eso fue un trabajo fascinante.
— Hablemos de Rembrandt.
— Rembrandt me cautivó. No lo he estudiado en la misma medida en que estudié a Leonardo pero sí, hubo una época en que me atrajo mucho por la relación que solía hacerse entre él y Spinoza, la filosofía. Creo que era una relación abusiva, no creo ni que Spinoza haya conocido la pintura de Rembrandt o le haya llamado particularmente la atención y la recíproca seguro que no, Rembrandt no creo…
Esa serie de autorretratos de Rembrandt, que van desde que él era un muchacho casi hasta los últimos días de su vida para mí es una de las empresas más extraordinarias que ha acometido un pintor
— O sea, algún crítico, algún teórico vos decís que creó ese vínculo.
— Gebhardt, Gebhardt que era un gran historiador del arte escribió un libro que se llama Rembrandt y Spinoza. Un libro extraordinario pero creo que él lo que hace es colocarlos en paralelo y ver hasta qué punto hay ciertas semejanzas estructurales. Pero él en ningún momento dice que hubo un conocimiento, simplemente que la época produjo estas dos vidas tan llenas de creatividad.
— Y uno diría en el caso de Rembrandt, uno lo llamaría maestro del retrato sin duda.
— Sin duda, lógico. Y del autorretrato. Porque ese es un caso yo creo único en la historia de la pintura de un pintor, un artista, que se toma a sí mismo con esa lejanía como modelo ¿no? Y lo convierte en un ser otro al que con su maestría y con sus cambios de estilo indaga, ausculta, explora, como si fuera un desconocido. Entonces esa serie de autorretratos de Rembrandt, que van desde que él era un muchacho casi hasta los últimos días de su vida para mí es una de las empresas más extraordinarias que ha acometido un pintor. Solo comparable, solo comparable a la que Hokusai, el japonés, hizo con el monte Fuji. Este paralelo no es mío eh, es un paralelo de un gran historiador del arte alemán que se llamó Hans Sedlmayr que hace un estudio comparativo de estas dos obsesiones, la de Rembrandt con su propia cara alejándola, convirtiéndola en un otro, y ahí está lo interesante, y Hokusai tomando el monte Fuji y viendo el monte Fuji como lo majestuoso que es, lo imponente, lo monumental, pero también lo coloca entre las piernas abiertas de un pescador, ¿no? Cómo se ve como un objeto pequeño subordinado. Entonces, ese estudio de Sedlmayr en donde él compara precisamente los autorretratos de Rembrandt con los retratos entre comillas que Hokusai hizo del monte Fuji, es extraordinario.
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