El comisario Hugo Lagos ya no sabía qué hacer con «Corbata», el perro mestizo de ocho meses que le destrozaba toda la ropa que encontraba en su casa de Viedma. Por eso decidió llevarlo a la sección canes de la fuerza policial rionegrina. Fue allí donde lo descubrió el médico veterinario Mario Rosillo, referencia internacional en la odorología forense, una técnica de identificación molecular del olor humano sobre evidencias de la escena del crimen con caninos.
«¿Por que no me traés al perrito que tienen atado a un árbol hace una semana?», le pidió Rosillo a un agente. «Corbata» demostró enseguida unas condiciones sobresalientes. Lo entrenó y, a los cinco meses, el animal participó de su pericia inicial, en 2003: un homicidio ocurrido en un pueblo cercano a la capital rionegrina. Fue su primera vez en una década en la que alcanzaría prestigio mundial.
«Él resolvió el caso, se tomaron evidencias, entre ellas un resto de ropa, donde el homicida se apoyó con los pies. Hubo dos sospechosos y él marcó al autor del crimen», le cuenta el hombre a Clarín desde su casa de Corrientes, pocos días después de la muerte del perro, que en 2015 había sido pasado a retiro con banda de música y una medalla de honor en la Policía de Río Negro.
«Corbata», según Rosillo (70), intervino en 359 pericias y resolvió 298 casos. ¿Algunos de los más conocidos? El secuestro de Christian Schaerer (21) en 2003, en el que identificó los dos vehículos (un Fiat Duna blanco y un Chevrolet Corsa gris) donde había sido llevada cautiva la víctima, cuyo cuerpo jamás apareció, en Corrientes. También, en el misterioso caso de Fernanda Aguirre (13), desaparecida en Entre Ríos (2004). Su última participación fue en Misiones, por el homicidio del sindicalista mercantil Pablo Sabino Achingo (58), ocurrido el 7 de junio de 2017 en la zona oeste de Posadas.
«Corbata» había nacido en Carmen de Patagones. Después pasó a manos del comisario Lagos y finalmente se volvió el perro buscado por todos los investigadores judiciales del país, como también de otros países, debido a su gran efectividad en las pericias.
«Buscan las evidencias que tiene el olor humano. El humano desprende 667 células por segundo y eso se trabaja con vapores, a diferencia del ADN, que usa del núcleo de la cédula», explica Rosillo, quien añade que en estas pericias suelen usar tres perros, pero el suyo era el que siempre pasaba primero, por pedido de los fiscales y de los jueces, para detectar los olores de las evidencias en la escena del crimen.
De acuerdo a los especialistas, el olfato de un perro es mil veces superior al del ser humano. Casi nunca falla. Además, su sensibilidad olfativa es mayor a la de una nariz electrónica.
«Corbata» murió el jueves 12 de diciembre en Corrientes, adonde llevaba cuatro años viviendo con el entrenador que lo rescató de aquel árbol al que estaba atado. En 2015, Rosillo inició una campaña en la Web para apurar su jubilación y quedarse con el animal. «En pocas semanas juntamos más de 5.000 firmas con una ONG y en las redes subieron más de 1.000 fotos con perros de distintas partes del mundo adornados con una corbata», recuerda.
Lo cierto es que aquel año el perro fue despedido con honores en la Policía de Río Negro. Por entonces sufría serios problemas de salud: una afección cardíaca, parálisis en la cadera y complicaciones renales.
«Estaba delicado, me lo traje conmigo y lo hice atender con veterinarios de Corrientes, de Misiones. En dos meses se mejoró y vivía en mi casa, donde somos todos perreros, pero tenía su espacio», cuenta el veterinario.
Roselli destaca: «Corbata es el perro que más me marcó, fue el perro bandera de la odorología forense en Río Negro y hoy sigue siendo un puntal en el mundo».
El 12 de diciembre, «Corbata» se desvaneció a las 3 de la mañana y se quedó echado. «Se sintió bien hasta último momento y seguía manteniendo firme su olfato. Le daba bolitas de carne molida: una con la medicación y la otra sin la medicación. Él primero comía la que no tenía nada y luego la otra, pero largaba el medicamento por el costado de la boca. Tuve que cambiar de técnica para engañarlo», dice el médico, que trabaja en el Ministerio de Seguridad de Corrientes y enterró sus restos en el patio de su casa.
«Con él aprendí a valorar los olores en las escenas del crimen, podía identificar a las personas con un pedacito de pelo», agrega Rosillo, nacido en la provincia de Salta y egresado de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE).
El 2019 fue un año de duelo para el mundo de los perros rastreadores. También murió «Alcón», un ovejero sable nacido en Alemania que, con apenas seis años de vida, resolvió más de 20 casos en base a los rastros que dejan las personas en la escena del crimen.
Entre ellos dio con la huella principal en el asesinato de Mario Salto, «Marito», en Quimilí (Santiago del Estero), en un ritual satánico.
«El perro de Dios», como lo apodaban, también halló el cuerpo de Araceli Fulles (22), a quien ocultaron bajo una construcción en la casa del principal acusado, en abril de 2017, en José León Suárez (San Martín).
Además, recolectó pruebas clave para juzgar al asesino de Micaela Ortega (12), víctima de grooming, en abril de 2016, en Bahía Blanca, y participó de rastrillajes en el caso Santiago Maldonado, en agosto de 2017, en Chubut.
«Alcón» murió el 29 de septiembre a causa de una extraña enfermedad que no pudo ser diagnosticada, contraída en Quimilí, en los brazos de Marcos Herrero, su cuidador, tras una carrera brillante, al igual que «Corbata», en el escuadrón canino de la Policía de Viedma.
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