¿Qué tiene Vladimir Putin en la cabeza? Las escalofriantes revelaciones de dos allegados del presidente ruso

Dos hombres que formaron parte del riñón de la URSS e incluso compartieron el universo profesional y personal del actual líder ruso revelan aspectos hasta hoy secretos, desde sus ambiciones hasta sus traumas de la infancia

Son muy pocos quienes pueden responder con seriedad a la pregunta que se hacen millones de personas desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania: ¿qué pasa por la cabeza de Vladimir Putin?

Entre esos raros personajes, hay dos hombres, en particular, que formaron parte del riñón de la URSS e incluso compartieron el universo profesional y personal del actual autócrata del Kremlin. El primero es Serguei Jirnov, exagente del KGB formado para infiltrar las administraciones occidentales, que siguió el mismo cursus que Putin. El segundo es Alexander Adler, historiador, especialista de la Unión Soviética y Europa del este, exmiembro del Partido Comunista Francés (PCF), profesor durante muchos años de la escuela central del partido en Francia y conspicuo allegado a las más altas instancias del politburó soviético, antes de girar hacia el atlantismo. Ambos revelan aspectos hasta hoy secretos de la vida del hombre que tiene en vilo al mundo, esbozando rasgos estremecedores de su personalidad.

“Como un búmeran, la ‘operación militar’ de Putin volverá de Kiev a Moscú”, afirma Alexander Adler, probablemente el mejor analista de Rusia en Europa ante un grupo de periodistas. “Si hay un destino humano complejo es el de Vladimir Putin. Veo en su gesto la tragedia de un hombre que se está suicidando políticamente y probablemente también en forma personal. Se trata, en todo caso, de un hombre desesperado y desesperante”, precisa.

La enfermedad de los genios

¿Qué lo lleva a esa convicción? “Su historia personal íntima”, asegura el historiador. “Putin es hijo de dos genios: su padre biológico y su padre adoptivo. Pero esto no solo no lo ayudó, sino que lo incapacitó debido a una suerte de emulación. Putin se cree siempre más fuerte de lo que es y vive en un estado de rabia impotente que lo conduce a los peores excesos”.

«Veo en su gesto la tragedia de un hombre que se está suicidando políticamente y probablemente también en forma personal. Se trata, en todo caso, de un hombre desesperado y desesperante»

El primero de esos hombres -relata el historiador- se llamaba Broveman. En su calidad de alto responsable del contraespionaje, el ‘Smersh’, encargado de la liquidación de aquellos que habían vuelto sus armas contra el poder soviético, fue uno de los artesanos de la victoria de 1945. Aunque después, durante las purgas antisemitas de Stalin, fue uno de los primeros detenidos. Stalin tenía la intención de reservarlo para un juicio monstruo contra toda la vieja guardia que quería descabezar. Pero Stalin murió el 5 de marzo de 1953. Broverman fue liberado, aunque todo volvió a cambiar tiempo después, cuando lo condenaron a 20 años de cárcel, pena que purgó integralmente.

Ese fue el comienzo de Putin. Porque era hijo de Broverman, lo mandaron a un orfanato soviético donde fue malnutrido y maltratado, hasta que, en 1956, un tal Iouri Andropov (que presidiría los destinos de la URSS entre 1982 y 1984), quien estaba a cargo de los países socialistas en el KGB y había conocido muy bien a Broverman, decidió salvar al pequeño Putin, haciéndolo adoptar por uno de sus colaboradores, Vladimir Vladimirovitch Putin, aunque siguió ocupándose de él.

“La mano de Andropov aparece en todos los escalones de la carrera de Putin, sobre todo en el KGB”, precisa Adler.

“¿Cómo ese hombre traumatizado por un lado pero, al mismo tiempo, totalmente atrapado por la fidelidad a la URSS de Broverman y de Andropov y por toda la mitología revolucionaria absurda del KGB, podía evitar estallar? Y bien, estalló”, asegura Adler.

El estallido interno

Pero, ¿qué es lo que -según Alexander Adler- provocó esa explosión?

Hace un año y medio, cayó en los círculos íntimos del poder occidental y ruso la noticia de que Putin padecía de la enfermedad de Parkinson. Fake news o verdad, los hackers rusos remontaron la información y se dieron cuenta de que venía del mismo Kremlin.

“Fue entonces que Putin hizo literalmente un cortocircuito. Porque comprendió que algunos estaban tratando de crear lo que en Rusia se llama una Krugovaä Poruka: una dirección colectiva para impedirle gobernar solo. En realidad, después de la muerte de Stalin, los rusos desconfían enormemente de la independencia de los ‘número uno’ y tratan de enmarcarlos. Eso fue lo que le costó el puesto a Khruchtchev, y se practica de tiempo en tiempo”.

Nadie sabe de cuál departamento del Kremlin salió esa información, pero es claro que no fueron los amigos de Putin. Adler tampoco sabe quiénes son los miembros de esa “dirección colectiva”, pero conoce a algunos, como el actual ministro de Defensa, Sergei Shoigu —hasta hace poco uno de los íntimos amigos el presidente ruso—, que es uno de los más importantes.

“Shoigu está particularmente en desacuerdo con la política de alianza, casi de eje, Moscú-Pekín que impuso Putin. Obnubilado por lograr un equilibrio con Estados Unidos, el jefe del Kremlin terminó aceptando concesiones a una China cuyas ambiciones en Siberia se parecen mucho a una colonización político-económica. Y eso, Shoigu, en su calidad tanto de mongol como de buriato, no puede aceptarlo. Para él, por el contrario, es necesario acercarse a Occidente, único capaz de ayudar a Rusia —que está muy lejos de ser la gran potencia que fue— a recuperarse”, precisa.

“El zar de todas las Rusias”

Entonces Putin mintió. Mintió a la comunidad internacional, pero sobre todo mintió a ese grupo que Adler llama “los sabios”. Les mintió afirmando que, después de haber aumentado la presencia rusa en el Donbass para demostrar que Moscú tenía los medios, todo se detendría. Pero, en vez de hacerlo, aceleró.

“En consecuencia, por su golpe de Estado —porque se trata de un golpe de Estado— quiere hacer todo el mal que pueda a Ucrania. Pero también quiere hacer un máximo de mal a Moscú, a todos aquellos que desafiaron su poder. Por eso las humillaciones públicas y las mises-en scènes ante las cámaras de televisión. Es exactamente eso lo que estamos viendo, en tiempo real, en la cabeza de un hombre no solo paranoico, sino megalómano, que se considerad ‘el zar de todas las Rusias’”, concluye Adler, que vaticina un fracaso absoluto de la aventura de Putin en Ucrania con esta frase de Napoleón I: “Se puede hacer de todo con una bayoneta, menos sentarse encima”.

«Es exactamente eso lo que estamos viendo, en tiempo real: la cabeza de un hombre no solo paranoico, sino megalómano, que se considerad ‘el zar de todas las Rusias’»

La interpretación de Alexander Adler es corroborada en gran parte por Serguei Jirnov que, conociéndolo bien, puede explicar en detalle cuál es el mecanismo de razonamiento de Vladimir Putin.

“Afectado a Leningrado (hoy San Petersburgo), Vladimir Putin sirvió nueve años en la policía política y después en el contraespionaje, antes de ser enviado 12 meses al Instituto Andropov de Moscú. Era ahí, en la llamada ‘Escuela del Bosque’ que se seleccionaba, educaba y entrenaba a los verdaderos espías, llamados “exploradores”. Solo estos últimos podían partir al extranjero. Yo mismo pasé por ahí antes de ser destinado a Francia, para infiltrar la Escuela Nacional de Administración (ENA)”, cuenta Jirov, autor de un reciente libro cuyo título es, justamente, El Explorador.

No fue lo mismo para Vladimir Putin que, al término de aquel año de estudios “fue declarado inapto, pues sus superiores lo juzgaron incapaz de evaluar correctamente las decisiones que tomaba y sus consecuencias, tanto para él mismo como para el KGB”, precisa.

Putin fue enviado entonces a Leningrado y, bajo la protección absoluta de Andropov, terminó en Alemania oriental (RDA) donde se desempeñó como oficial de enlace en una ciudad de provincia.

“Para nosotros, espías del KGB, era un puesto nulo”, prosigue.

A su juicio y el de sus camaradas, se trató del ejemplo perfecto del “principio de Peter, aplicado en todo su esplendor: el teniente-coronel Putin que llega al límite de sus competencias, pero sigue su ruta gracias a las influencias políticas ejercidas desde arriba y que le permitieron rodearse de una guardia pretoriana que lo acompañaría hasta hoy, apoderándose de todos los sectores más lucrativos del Estado”.

“No escucha a nadie”

Para Jirov, con el tiempo, el actual jefe del Kremlin cambió completamente, haciendo el vacío total a su alrededor.

“Hoy está solo y no escucha a nadie. Ni siquiera al FSB (exKGB), que le hace llegar informes truncados que alimentan sus fantasmas. Estamos ante una deriva estalinista. No se puede decir que esté loco, pero está paranoico, con tendencias psicópatas. Y el confinamiento del Covid aumentó su voluntaria soledad”, precisa.

Jirov afirma que Putin detesta las reuniones pues lo ponen en presencia de testigos. Prefiere recibir a la gente en tête-à-tête. A todos dice que sí, para finalmente —después de innumerables tergiversaciones— tomar solo la decisión, sin ninguna base lógica.

“Eso es lo que sucede hoy con la invasión a Ucrania. Pero él persiste y firma, yendo hasta agitar el fantasma de la guerra nuclear”, dice ese espía pasado al Oeste que, al igual que Alexandre Adler, califica de “inquietante” la incapacidad de Vladimir Putin de ver la realidad. Y concluye como el anterior: “Tengo casi la impresión de que ha decidido suicidarse económica y políticamente”.

Luisa Corradini

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