Es incontable la cantidad de descendientes de árabes que llegaron a altos cargos en la región, o son enormemente populares, desde presidentes hasta el hombre más rico de América Latina, el mexicano Carlos Slim, la cantante Shakira o el actor Ricardo Darín.
Y, sin embargo, algo que sorprende en otras regiones es que, en general, los latinoamericanos no prestan demasiada atención al origen étnico de las personas. En cambio en Europa o Estados Unidos, tanto la discriminación como la islamofobia vuelven a dar señales una y otra vez. En el Viejo Continente se podría especular que esto se debe a que la última llegada masiva de inmigrantes y refugiados árabes es reciente y el proceso de integración puede llevar algunos años, ¿pero por qué ni siquiera los árabes que ingresaron a Estados Unidos en la misma oleada que vino a América Latina a comienzos del siglo XX fueron asimilados masivamente de la misma manera? ¿Qué se puede aprender de la experiencia de integración de América Latina?
Una escena frecuente entre los latinoamericanos que viajan a Estados Unidos ocurre cuando deben completar algún formulario y en algún casillero les preguntan su ‘raza’. Su mente queda bloqueada en el crisol de nacionalidades que mayoritariamente conforman sus ancestros y no saben qué contestar. “La cuestión de la raza es muy importante en la política migratoria de los Estados Unidos. Incluso es una de las preguntas del censo porque, entre otras cuestiones, sirve de base en la Acción Afirmativa para mejorar las oportunidades de empleo y educación de los miembros de grupos que han sido objeto de discriminación”, explicó a LA NACION Waïl S. Hassan, director del Centro para Estudios del Sur Asiático y Medio Oriente de la Universidad de Illinois.
Cuando a comienzos del siglo XX el continente se vio inundado de inmigrantes provenientes de todo el mundo que venían a “hacerse la América”, la mayoría de los países latinoamericanos abrió generosamente sus puertas. En 1920, el 30% de la población argentina era extranjera, y en Estados Unidos, el 15%. Sin embargo, luego de la Primera Guerra Mundial los legisladores norteamericanos comenzaron a mirar con temor la inmigración proveniente de Asia y, en general, de todos los países que no fueran europeos. Así fue como en 1924 se aprobó una Ley de Inmigración que fijó un sistema de “cuotas”, que ponía un límite anual a la cantidad de inmigrantes que no fueran de países americanos o de ciertas naciones europeas. Según los datos que brindara el censo, cada año sólo podían ingresar dos inmigrantes por cada 100 residentes de las nacionalidades incluidas en la “cuota”. O sea, si en Estados Unidos vivían 100.000 libaneses, no podían ingresar más de 2000 libaneses por año. El sistema tuvo luego modificaciones en los porcentajes, pero básicamente conservó el criterio de cuotas.
“Los árabes en Estados Unidos eran vistos como inmigrantes indeseables por aquellos que querían que el país siguiera siendo abrumadoramente blanco”, explicó el profesor Hassan.
La discriminación hacia los árabes en Estados Unidos se agravó aún más después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, señaló la profesora Christina Civantos, especialista en Estudios Árabes de la Universidad de Miami. “Desgraciadamente, luego del ataque a las Torres Gemelas, muchos estadounidenses se aferraron a los estereotipos negativos ya existentes sobre árabes y musulmanes. A eso se suma la ignorancia que conlleva confundir varias culturas y países del sur de Asia y Medio Oriente, y no identificar con precisión quiénes fueron los culpables de los atentados. Así se creó un clima de rechazo a cualquier persona que se pueda asociar con los países de mayoría musulmana”.
Muchos norteamericanos del Estados Unidos profundo, poco acostumbrados a las mezclas étnicas, inundaron las redes con preguntas y comentarios cuando en el habitual show del intervalo del Superbowl 2020, vieron a la colombiana Shakira bailando la danza del vientre y luego lanzando un zaghrouta, el tradicional grito de alegría árabe producido por un rápido movimiento de la lengua hacia adelante y hacia atrás. ¿Es colombiana o árabe?, se preguntaron los internautas.
Religión, color de piel e integración
La integración de los árabes en la región fue, sin embargo, un proceso con muchas idas y vueltas, nada homogéneo. Aunque varios países consagran en su Constitución la explícita apertura de las fronteras a “todo hombre” que quiera habitar en su suelo, también en diferentes períodos durante las décadas de 1890 a 1940, Bolivia, Brasil, Colombia, El Salvador, México, Nicaragua, Panamá, Uruguay, entre otros, establecieron normas que restringían la entrada de árabes (así como de otros inmigrantes no deseados, incluidos los judíos, turcos, chinos, africanos y polacos), prohibían la estancia de los que ya estaban en el país, o restringían la expansión de sus actividades comerciales.
“Es importante reconocer también que el grado de aceptación que han disfrutado los inmigrantes árabes y sus descendientes en la región es el resultado de su categorización como blancos o casi blancos, y el deseo de las élites latinoamericanas de minimizar la presencia de lo indígena o lo africano en favor de una imagen de ciudadanía blanca o mestiza”, señaló Civantos.
Aunque es difícil hacer un cálculo preciso, en la actualidad se estima que unos 23 millones de latinoamericanos tienen origen árabe, especialmente descendientes de las oleadas que llegaron entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Brasil tiene el número más grande, con alrededor de 10 millones de descendientes de árabes (casi el 5% de la población), seguido por la Argentina (4,5 millones, cerca del 10% de los habitantes), Venezuela (1,6 millones, 5%), México (1,5 millones, 1,1%), Colombia (1,5 millones, 2,9%) y Chile (800.000, 4,2%).
Aunque aquellos inmigrantes de comienzos del siglo XX no eran formalmente refugiados como los que desde hace algunos años arriban a las costas europeas, en la práctica escapaban de graves situaciones en su país de origen.
Pero hay otras dos diferencias respecto de las actuales oleadas en Europa, además del color de piel: la religión y la integración con la población local. Aunque América Latina. ampliamente cristiana, tiene una larga tradición de no discriminar a las personas por su religión -lo muestra también la amplia asimilación que tiene la comunidad judía y otros credos-, la mayoría de los árabes que llegaron eran cristianos, especialmente libaneses y sirios. Además, lejos de formar grupos cerrados, en general adoptaron nombres latinos y fueron habituales los casamientos mixtos con otras comunidades.
Los especialistas coinciden en que el proceso de integración de los inmigrantes en América Latina, puede ser de gran aprendizaje para otras regiones. “La noción brasileña de mistura, que considera la mezcla e hibridación racial, étnica y cultural como una cualidad enriquecedora, es un maravilloso ideal por el que luchar, incluso si en Brasil no se ha realizado completamente”, señaló Hassan.
La profesora Civantos agregó que las nuevas generaciones latinoamericanas quedaron positivamente marcadas por la impronta aperturista de sus abuelos. “En otras naciones, los descendientes se van alejando de las políticas migratorias abiertas que beneficiaron a sus antepasados. Pero durante la crisis de refugiados por la guerra en Siria, en la Argentina, Brasil y en algunos otros países, las comunidades árabes utilizaron sus asociaciones para colaborar con el gobierno y establecer programas para recibir a refugiados, y ayudarlos a comenzar una nueva vida a través de cursos de idioma y capacitación laboral. Para mí, esto muestra un grado de solidaridad altísimo, inusual en otras regiones”.
Rubén Guillemí