Conquistarlo es el deseo de muchos. Quizás por la adrenalina y la satisfacción que puede proporcionar llegar a su cima, son cientos los hombres y mujeres que cada año buscan escalar la totalidad de los 8848,86 metros del Everest, la montaña más alta del planeta.
Pero no todos pueden lograrlo. Algunos desisten en el camino y otros perecen en el intento y quedan, para siempre, durmiendo su sueño eterno en esas hostiles laderas.
Según diversos historiadores del llamado “techo del mundo”, ubicado en la cadena del Himalaya, -que actúa como frontera natural entre Nepal, India y la región del Tibet-, hay más de 200 cadáveres repartidos en distintos puntos en las alturas del Everest. Algunos perdidos en grietas, otros cubiertos por la nieve y otros, más expuestos y a la vista, que incluso son usados por los escaladores como mojones o marcas de referencia en su camino a la cima.
De hecho, existe una zona en el lado norte de la montaña, que supera los 8000 metros de altura, que es conocida como “el valle del Arco Iris”. Esto se debe al color que le imprimen las coloridas camperas, pantalones y calzado de los aventureros muertos en sus intentos de alcanzar el extremo más alto del lugar. Son montañistas que quedaron tendidos allí para siempre, víctimas de una caída, de una avalancha, una tormenta de nieve, de su propio agotamiento, del mal de altura o simplemente del hecho de no saber o no querer pegar la vuelta cuando el cuerpo ya no puede más.
Bien conservados, casi momificados, por el gélido clima del lugar, algunos de estos cuerpos de aventureros fenecidos se convirtieron en una leyenda para los que tuvieron ocasión de pisar el Everest. Y sus historias son dignas de ser contadas.
La muerte como alternativa
Las formas de encontrar la muerte cuando se superan los 8000 metros de altura, más allá de lo que tenga que ver con las inclemencias naturales como avalanchas o tormentas de nieve, se manifiestan en ataques cardíacos, ACV, o exacerbación de afecciones preexistentes. La falta de oxígeno a esas alturas impensables pueden desencadenar también un edema pulmonar o cerebral.
Es que en esas altitudes la cantidad de oxígeno presente en el aire es un tercio de lo que existe en el nivel del mar. Moverse y hasta pensar es trabajoso allí. Y las temperaturas son impiadosas. En verano, cuando el clima es más benevolente, el promedio es de 20 grados bajo cero en las proximidades de la cima. Sin contar con el viento, que sopla y baja sensiblemente la sensación térmica.
Pero todos estos datos no hicieron que mermen las ganas de los aventureros de vencer a la mitológica montaña. Desde que por primera vez el escalador neozelandés Edmund Hillary y su guía Sherpa Tenzing Norgay conquistaron su pico, el 29 de mayo de 1953, hubo poco más de 4800 personas que coparon la cima del Everest más de 7000 veces. Y cada año hay más y más personas dispuestas a intentar el riesgoso recorrido.
Pero, en el terreno de las estadísticas, también hay que decir que no todo es felicidad y logros. Entre el año 1921 y el 2019, casi 300 personas perecieron en el intento de alcanzar la cima. Y la mayoría quedó en la montaña. Algunos de ellos, a la vista de los escaladores.
Botas Verdes
Posiblemente el más célebre -tristemente- de todos ellos sea el cadáver del indio Tsewang Paljor, que murió por causa de una tormenta de nieve cerca de una cueva a más de 8500 metros de altura. Esto ocurrió en mayo de 1996, pero su cuerpo permaneció por años recostado boca abajo en la misma posición en la que dio su último aliento.
Nacido el 10 de abril de 1968 en la ciudad de Sakti, en el extremo norte de la India, había abandonado muy pequeño la escuela para poder ayudar económicamente a su familia. Y lo hizo al ingresar en la Policía Fronteriza Indo Tibetana (ITPB). Los integrantes de esta fuerza tienen como su territorio natural las montañas del Himalaya, ya que es el territorio fronterizo con China que siempre es necesario vigilar atentamente.
El joven, de 28 años de edad a la fecha de su muerte, llevaba en su postrera escalada un par de botas color verde fosforescente. Tras su muerte, ese calzado le daría al muchacho indio su mitológico apodo. Es que, para todos los montañistas que pasaban, en su viaje a la cima, cerca de él, e incluso por sobre sus piernas extendidas Paljor pasó a ser conocido, simplemente, como Green Boots (”Botas Verdes”).
De hecho, el joven indio había hecho pico en varias montañas de la cadena, pero le faltaba el Everest. A pesar de la resistencia y el temor de su madre, el muchacho decidió emprender la aventura junto a unos compañeros. El ITPB se había creado en 1962 y la expedición de Paljor, en 1996, tenía la intención de ser la primera de esa fuerza en conquistar el Everest por su ladera norte.
Pero todo terminó en un desastre. De acuerdo a la reconstrucción del hecho que hizo el jefe del grupo, el comandante Mohinder Singh al suplemento Futuro de la BBC, Paljor y otros tres jóvenes lograron llegar a la cima del Everest, pero una tormenta criminal los atrapó en su camino de vuelta.
Singh relató que cuando el grupo estaba ascendiendo, como ya era muy tarde ese 10 de mayo, él les ordenó que volvieran al campamento. Pero los jóvenes no lo escucharon, o no quisieron hacerlo, y siguieron subiendo. De regreso en el Campo IV, ubicado a 7906 metros, pocas horas más tarde el jefe del grupo recibió en su transmisor la noticia de que habían hecho pico. Más allá de la alegría, les ordenó que bajasen de inmediato.
Y ya no recibió más noticias de ellos. “Cuando perdimos a estas tres personas, yo era el cuarto, estaba con ellos. Si lo hubiera intentado, me habría ido. Es solo un regalo de Dios que esté vivo”, confesó el comandante en la citada entrevista, en el año 2015.
Dos de los tres hombres fallecidos en esa tormenta desaparecieron, pero “Botas Verdes” quedó a la vista. En rigor, hay quienes piensan que podría tratarse de alguno de los otros dos expedicionarios y no del joven indio, pero la leyenda lo puso a él en ese lugar.
Tendido boca abajo, con las piernas apenas recogidas, los brazos doblados sobre su pecho y la ropa aparentemente intacta pero descolorida por cientos de soles, el cuerpo estuvo por años en lo que parece ser el acceso a un refugio de roca, a unos 8500 metros de altura. Un alpinista francés llamado Pierre Paper grabó un video con Green Boots por primera vez en 2001. Para entonces, el joven momificado ya era un punto de referencia para los escaladores en su ruta hacia la cima.
Pero por supuesto que la fama y la imagen del muchacho en su última pose provocó el dolor de sus familiares. “Lo vi en Internet y descubrí que lo llamaban “Botas Verdes”, o algo así. Realmente eso me molestó, no quería que mi familia supiera esto, sentí mucha impotencia”, señaló a la BBC el hermano menor de Paljor, Thinley Namgyal.
Sacar los cuerpos, una misión riesgosa
Pero, lamentablemente, cuando los cuerpos de los montañistas muertos se encuentran a una altura superior a los 6400 metros, es prácticamente imposible rescatarlos de allí. Es que, un cadáver congelado puede llegar a pesar hasta 130 kilos por el hielo que se le adhiere y retirarlo o simplemente moverlo en un ambiente inhóspito y escarpado puede convertirse en un riesgo alto de vida para quienes lo intenten.
“En la montaña todo se sopesa contra el riesgo de muerte”, comentó Ang Tshering Sherpa, expresidente de la Asociación Nepalesa de Montañismo, al New York Times. “De ser posible, es mejor bajar a los cadáveres, pero los alpinistas siempre deben priorizar la seguridad. Los cadáveres pueden costarles la vida”, agregó.
Hay familias que, sin embargo, decidieron enviar misiones especiales para rescatar a sus seres queridos, pero estas exploraciones son difíciles y pueden llegar a costar decenas de miles de dólares.
La mayoría de las veces, son los sherpas, -pobladores del oriente de Nepal y conocedores de las montañas y del arte de abordarlas- los que realizan este tipo de acciones. También son ellos los que suelen guiar a los escaladores en sus viajes a la cima. Sin su asistencia, el objetivo de conquistar el Everest sería imposible para la mayoría.
En el año 2014, el experto escalador norirlandés Noel Hanna pasó por la zona donde yacía “Botas Verdes” y notó con asombro que no se encontraba más. Al igual que una decena de cuerpos que ya no coloreaban el “valle arco iris”. Pero se desconoce qué pudo haber pasado. Posiblemente los cuerpos habían sido removidos, o cubiertos por piedras.
La bella durmiente
Francys Distefano-Arsentiev se convirtió en otro de los cadáveres famosos del valle del arco iris. Fue conocida por los montañistas como “la bella durmiente”. La escaladora fue la primera mujer estadounidense en alcanzar la cima del Everest sin usar bombonas de oxígeno. Pero en su descenso, sufrió una caída y su pareja, Sergei, que realizó la hazaña junto a ella, cayó al vacío al intentar rescatarla.
Esto ocurrió el 22 de mayo de 1998, a una altitud de 8850 metros. Dos escaladores, Ian Woodall, de Inglaterra y la sudafricana Cathy O’Dowd se cruzaron con Francys en su camino a la cima. La pareja de montañistas decidió abandonar el ascenso y se quedó con ella, que ya no podía moverse. Un par de horas después, los alpinistas se vieron obligados a descender para preservar su propia vida.
“‘No me dejes’”, me dijo. Su piel era de un blanco como la leche y totalmente suave. Eso era un signo de congelamiento severo y la hacía parecer una muñeca de porcelana. Sus ojos me miraron, desenfocados, con sus pupilas enormes, oscuras, vacías. ‘No me dejes’, murmuró de nuevo”. Así relató O’Dowd al medio británico The Guardian cómo había sido el difícil momento de despedirse de la mujer.
Francys fallecería poco después, víctima de agotamiento y de los fríos rigores de ese punto de la ladera norte, conocido también como el valle de la muerte.
Su cuerpo quedó también como testimonio del lado más cruel del monte más alto del mundo. Pero el propio Woodall, apoyado por O’Dowd, en el año 2007, hizo una nueva expedición en grupo con el solo fin de quitar el cadáver de la vista de los escaladores. Encontraron a Francys enterrada en la nieve, en el mismo empinado lugar donde había quedado.
La envolvieron en una bandera estadounidense, y con una cuerda la bajaron al mismo despeñadero donde se supone había caído su pareja Sergei. Se aseguraron, de este modo, que ya nadie se cruzara con ella al pasar por esa zona. La mujer ya podía descansar en paz.
David Sharp y el dilema de quienes pudieron asistirlo
Otro cuerpo momificado que estuvo por poco tiempo a la vista de los cientos de escaladores que ascienden por la ladera norte cada año fue el del británico David Sharp. Este hombre encontró la muerte en 2006, aparentemente por congelamiento, acurrucado en la misma cueva de “Botas Verdes”, apenas a unos metros del famoso cadáver.
Lo llamativo de este caso es que, aún estando con vida, fueron alrededor de 40 los alpinistas que lo vieron al pasar hacia la cima. Más tarde, al enterarse de que el hombre había perecido, aquellos que lo habían visto aseguraron que pensaban que se encontraba descansando.
Cuando se conoció la noticia en el país del montañista muerto, buena parte de la opinión pública de Reino Unido estimó que, en su afán egoísta de llegar a la cima, esos escaladores habían dejado a Sharp a merced de una muerte miserable. La controversia puso también en duda la autenticidad del carácter aventurero de conquistar el Everest. Cada año se amontonaban más montañistas para alcanzar la cima, un hecho que, para muchos escaladores avezados, pasó de ser una proeza del espíritu humano a convertirse en un emprendimiento turístico en el que prima lo comercial.
Más allá de la controversia, lo cierto es que un año después, los padres de Sharp encargaron una expedición para sacar de allí el cuerpo de su hijo. De modo que, en el año 2007, “Botas Verdes” volvió a quedarse solo en la legendaria cueva.
El cambio climático también hizo su parte para permitir la aparición de nuevos cuerpos en las laderas del techo del planeta. Cada vez son más los restos de montañistas, especialmente huesos, que emergen a la vista de los guías y escaladores por causa del derretimiento de las capas de nieve del lugar. “La nieve se derrite y los cuerpos salen a la superficie. Para nosotros, encontrar cuerpos se convirtió en la nueva normalidad”, dijo Rita Sherpa, que llegó a la cima del Everest unas 24 veces, en un artículo publicado en este medio en 2019.
Lo cierto es que los restos siguen estando allí para recordarle a los visitantes que son meros seres mortales a merced de las eternas -y, a menudo, impiadosas, fuerzas de la naturaleza.
Germán Wille