Con 21 años y sin ser experta, Jasmine Harrison se convirtió en la mujer más joven en atravesar ese océano a remo.
A mediados de enero, Jasmine Harrison, instructora de natación y camarera, llevaba casi 50 días sola en el mar. Había remado 2.600 kilómetros a través del furioso Océano Atlántico y apenas cubierto un poco más de la mitad de camino, de 4.800 kilómetros.
Si lograba avanzar un día tras otro, remando entre 12 y 14 horas por jornada, Harrison, de 21 años y originaria del noreste de Inglaterra, se convertiría en la mujer más joven en haber cruzado el océano a remo, en solitario, superando a la estadounidense, Katie Spotz, que ostentaba el título desde 2010, cuando cubrió el trayecto a sus 22 años.
Después de 70 días, 3 horas y 48 minutos, Harrison tomó la curva de English Harbour, en la costa sur de la isla caribeña de Antigua, alrededor de las 10 de la mañana hora local de un sábado. Este año, debido a las restricciones impuestas por el coronavirus, había pocas embarcaciones para recibirla después de más de dos meses remando.
¿Cuál fue su premio por completar el Talisker Whisky Atlantic Challenge, el desafío más prestigioso del remo oceánico? Una pancarta de vinilo que decía: “Nuevo récord mundial”. (Los ganadores recibían relojes Bremont de 6.000 dólares.) Este deporte de resistencia extrema ha ganado adeptos en los últimos años, y Harrison se unió a una cantidad cada vez mayor de remeros y remeras de diversos orígenes y niveles de habilidad que intentaron esta hazaña.
Desde que un par de noruegos remaron con éxito desde Manhattan hasta Francia en 1896, hubo unos 900 intentos de remar a través del océano. Sólo dos tercios tuvieron éxito. Para ponerlo en perspectiva: 955 personas intentaron hacer cumbre en el Monte Everest sólo en 2019.
El remo de largo aliento no es un deporte para los débiles de corazón. La embarcación de Harrison, de 250 kilos, fue derribada dos veces por olas rebeldes que la arrojaron al agua. La segunda vez, se lesionó un codo. Y estuvo a punto de chocar con un barco de perforación petrolera a las cuatro de la mañana.
La embarcación de Harrison, de 250 kilos, fue derribada dos veces por olas rebeldes que la arrojaron al agua. La segunda vez, se lesionó un codo.
Extrañaba a su familia, sus perros y el agua potable fría. También extrañaba la música. Su parlante, a través del que escuchaba al grupo de rock inglés Wombats y al tema Fight Song, de Rachel Platten, se había caído al agua.
Otro de los datos curiosos de esta joven británica era que estaba muy lejos de ser una experta en regatas. En realidad, apenas contaba con 120 horas de remo –lo mínimo que la organización les exige a los competidores para entrar en el torneo– y un año de práctica. Lo de Harrison era puro corazón y tenacidad.
Más allá de la razón
Cada diciembre, el desafío del Atlántico reúne a los remeros –desde deportistas solitarios hasta equipos de dos a cinco– a través de 4.800 kilómetros de océano, desde las Islas Canarias, frente a la costa noroeste de Africa, hasta Antigua y Barbuda, en el Caribe.
Remar unas 20.000 brazadas al día exige un estilo particular de determinación. “No es algo racional ni sensato”, afirma Roz Savage, la remera inglesa que en 2006 se convirtió en la primera competidora femenina en solitario en participar y terminar la regata. “Es algo que sale del corazón, no de la cabeza”, agrega.
Savage se sitúa en la cima del subconjunto más selecto del remo oceánico: las mujeres que reman en solitario. Menos de 200 mujeres han remado con éxito en un océano, y sólo 18 han cruzado el Atlántico en solitario. Savage es la única que ha conseguido cruzar tres: el Atlántico, el Pacífico y el Indico.
Harrison se encontraba casualmente en Antigua en 2018, después de haber viajado al Caribe para enseñar natación –actividad que alternaba con el trabajo de camarera– y ser voluntaria en tareas de ayuda por los desastres causados por el huracán María.
Estaba en un bar en Nelson’s Dockyard, donde terminaba la carrera, y entabló una conversación con un familiar de un remero del desafío Atlántico que estaba a punto de terminar. “Oír hablar de la regata me cautivó”, dijo.
Algunos de los primeros remeros oceánicos fueron mujeres, pero el deporte sigue siendo mayoritariamente masculino.
Hasta no hace tanto, esta travesía era mayormente para hombres blancos británicos. Ahora, cada año hay más mujeres en la competencia extrema.
“Cuando empecé, las mujeres y la exploración eran algo que estaba un poco mal visto”, dijo Tori Murden McClure, que en 1999 se convirtió en la primera mujer, y estadounidense, en atravesar el Atlántico remando en solitario. “Ciertamente, experimenté muchas cosas sexistas.”
Antes de la llegada de Atlantic Campaigns, que asumió la gestión del desafío en 2013, los organizadores de la carrera habían aceptado remeros que “tendían a ser blancos, británicos y hombres”, dijo el jefe de seguridad del desafío, Ian Couch, que remó tanto en el Atlántico como en el Indico. “Era un poco un club, un asunto muy cerrado.”
Más mujeres
El paradigma está cambiando. En 2016, cuatro mujeres se inscribieron en la prueba; este año, fueron 20, casi la mitad de la lista del evento. El contingente del año próximo, de 24 mujeres, será el más numeroso que tendrá la carrera.
Atlantic Campaigns impulsó la expansión de la carrera más allá de sus raíces británicas, lo que fue crucial para la creciente inclusión. Pero el hecho de que mujeres como Savage y McClure rompan la imagen del competidor tradicional ha sido lo más importante.
“Hubo un tiempo, no hace mucho, en que hacer un triatlón Ironman se consideraba una locura”, dijo McClure. “Lo que cambia es lo que consideramos posible.”
El desafío Atlántico también está comenzando, aunque lentamente, a reflejar la diversidad racial que cabría esperar de una organización de carreras cuya personal de 21 personas representa 10 nacionalidades, y de un evento de resistencia que abarca una octava parte del globo.
En la edición de 2019, las nativas de Antigua, Christal Clashing, Kevinia Francis, Elvira Bell y Samara Emmanuel, se convirtieron en el primer equipo negro –femenino o masculino– en completar la carrera. Hasta la fecha, el desafío del Atlántico ha contado con siete competidores negros, incluidas las nativas de Antigua.
Según las competidoras, esta regata es poco sensata. El objetivo se logra usando el corazón y olvidando los límites que pide el resto del cuerpo.
“Ser capaces de hacer una travesía así nos permitió escribir nuestra historia, tomar el control de la narrativa, cambiar la idea de que los negros no nadan, no hacen este tipo de actividades”, dijo Clashing. Y añadió: “Al final, pudimos decir: ‘Sí, hubo un trauma cultural que nos ocurrió al otro lado del Océano Atlántico, pero no vamos a permitir que eso siga dictando lo que hacemos’”.
En la carrera de este año participaron atletas de España y Sudáfrica, Antigua y Uruguay, Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otros. En un momento en el que muchos eventos deportivos sufrieron cambios drásticos o quedaron en suspenso, la carrera, una competencia con alto grado de distanciamiento social, pudo seguir adelante.
Jasmine se acerca a la meta
Harrison, tras haber cumplido la hazaña.
A medida de que Harrison se acercaba a las últimas semanas de la travesía, el clima se mantenía en calma y la superficie del agua se agitaba en “el turquesa más brillante que jamás haya visto”, como dijo por teléfono satelital el 12 de febrero.
Un grupo de delfines de Risso la siguió durante horas. Una ballena azul rodó a su lado, con el borde blanco y molar de su aleta, casi dando un golpe de remo.
Cada día, otros 75 km quedaban atrás. Ni siquiera el paso a través de una gruesa balsa de sargazo que se extendía hasta el horizonte –un indicio definitivo de que había llegado al límite exterior del Caribe– la frenó.
En parte de su trayecto, Jasmine Harrison fue seguida durante horas por un grupo de delfines. En otro, se le acercó una ballena azul, a la que casi tuvo a un golpe de remo.
Quince minutos después de entrar en English Harbour un sábado por la mañana, Harrison se soltó del cabo de seguridad y dio sus primeros pasos en tierra en 10 semanas. Se tambaleó, aturdida momentáneamente tanto por la tierra firme como por la repentina presencia de otras personas.
Couch y otro oficial de seguridad estaban allí para sostenerla. Couch comprendió la sensación, y las que pronto le seguirían. “Remar en un océano es una experiencia brutalmente honesta”, dijo. “Cuando te bajas del barco, cuando te acuestas en la cama esa primera noche de vuelta, sabes con absoluta honestidad quién eres.”
Sin embargo, por el momento Harrison estaba concentrada en una bebida fría y en su primera comida: una hamburguesa con papas fritas. Sólo después empezó a pensar en el futuro. “Puede ser que vuelva a remar”, dijo el sábado por la noche. “Pero, en realidad, me gustaría darles esa oportunidad a otras personas, inspirarlas para que lo hagan. Ahora mismo, sólo estoy emocionada por ver cómo será el resto de mi vida”.
Traducción: Patricia Sar