Agua potable obtenida del aire en el medio del desierto, vehículos eléctricos que se cargan sólo por circular sobre el asfalto, sabrosos churrascos de carne de vaca sin matar ningún animal. No se trata de expresiones de deseos, sino de una realidad.
El primer desafío que superó Israel fue el de un territorio donde el 60% es un desierto en el que en 1948 había apenas 20 millones de árboles. Hoy hay 240 millones de árboles y gran parte del país es un vergel. El reto del cambio climático es ahora global, pero en Israel ya hay más de 1200 compañías relacionadas con la cuestión del clima (algo más de la mitad son startups nacidas después del año 2000). Y el país se propone ser líder mundial en la promoción de emprendimientos que se atreven a pensar “fuera de la caja”.
Los avances fueron presentados en la Climate Innovation Summit realizada en Israel en noviembre, en forma paralela a la reunión de las Naciones Unidas COP26 de Glasgow, Escocia. La reunión estuvo organizada por el gobierno israelí, la embajada del Reino Unido y PLANETech, organización sin fines de lucro, el centro israelí para tecnologías e innovación climática.
Uriel Klar, director de PLANETech señaló a LA NACION que “Israel es reconocido por resolver problemas urgentes con soluciones innovadoras. Ocurrió con la histórica falta de agua, que lo convirtió en líder mundial en la reutilización de aguas residuales y desalinización, volvió a pasar con la ciberseguridad, e incluso ahora con la pandemia de Covid”.
En los últimos tres años el gobierno israelí invirtió 280 millones de dólares en nuevas empresas de tecnología contra el cambio climático. “Este es el mayor desafío al que nos enfrentamos en estos días. Por eso es natural que Israel presente soluciones para abordarlo”, señaló Klar.
Los expertos sostienen que la mayor parte de la tecnología que será necesaria para este desafío aún no fue inventada, por lo que estas empresas dedican gran parte de su presupuesto a investigación y desarrollo para encontrar las soluciones.
¿Carne cultivada? La frase hiere instintivamente al oído de un asador argentino. Pero las imágenes de los churrascos de carne cultivada de las granjas israelíes generan, al menos, curiosidad. Y los chefs destacan las similitudes en textura y sabor del producto de laboratorio con un bife común. No se trata de hamburguesas de soja o arroz. Un análisis genético del bife revelaría que el tejido es carne de vaca.
El surgimiento de esta innovación está impulsado por un dato apabullante: según la ONU, la cría de ganado y sus actividades conexas causan un 18% más de contaminación del aire, medida en emisiones de gases de efecto invernadero (CO2), que el transporte.
Además, la población mundial consume cada vez más carne y productos lácteos. Se proyecta que la producción mundial de carne y de leche se duplicará a lo largo de esta primera mitad del siglo, mientras que el número de habitantes del planeta crecerá poco más del 50%.
Las primeras empresas de carne cultivada se establecieron en Israel en 2015 y obtuvieron una inversión de 185 millones de dólares, el 51% de la financiación total para las nuevas empresas de proteínas alternativas. Hoy día, Israel ocupa el segundo lugar en el mundo (después de Estados Unidos) en el número total de empresas de carne cultivada.
Didier Toubia, cofundador y CEO de Aleph Farms, una de las granjas israelíes especializadas en la materia, no espera que su producto desplace inmediatamente a la cría tradicional de ganado. “Según nuestras encuestas, los más interesados en la carne cultivada son la Generación Z. El 90% de los jóvenes nacidos en este milenio en el Reino Unido y Estados Unidos mostraron mucho interés”.
El proceso para el cultivo de carne se realiza íntegramente en un laboratorio, y a partir de las células de una vaca sana. Por lo tanto no tiene ningún requerimiento de grandes rodeos, amplias extensiones de campo y, menos, de sacrificio del animal. De hecho, hace dos años, Aleph Farms produjo carne cultivada en la sección rusa de la Estación Espacial Internacional utilizando una bioimpresora de 3D Bioprinting Solutions para hacer un filete de ternera cultivado.
La producción tiene tres pasos: 1) selección y aislamiento de células de un animal sano, 2) cultivo de las células con nutrientes que le proveen energía (azúcares, grasas), vitaminas y minerales, componentes básicos de proteínas (aminoácidos) y estímulos de crecimiento; 3) Transformación de las células en tejido muscular según la forma y el tamaño deseados. “Todo el proceso puede demorar entre dos y tres semanas, comparado con los dos o tres años que lleva el método convencional de producción de carne, que además incluye crianza, pastoreo y matanza de animales”, señaló Toubia.
Al ser cocinada, en la carne cultivada se producen las mismas reacciones enzimáticas de la carne tradicional, incluyendo la reacción de Maillard, el característico olor y sabor del asado. Aleph Farms espera comenzar la venta masiva de su producto el año próximo.
Cuando fue consultado sobre el recibimiento que espera en países con una arraigada cultura carnívora, como la Argentina, Toubia contestó: “Nuestro consumidor no es el público vegetariano ni el vegano, pero obviamente que el consumo de carne tradicional juega un rol central en muchas culturas. Sin embargo, los métodos de producción actuales son insostenibles pues han creado una cascada de problemas medioambientales, desde altos niveles de emisiones de gases de efecto invernadero hasta la degradación del suelo y la pérdida de la biodiversidad. Por eso estamos ofreciendo otra alternativa de producción para obtener un alimento que tiene las mismas características de textura y sabor que la carne producida de forma tradicional”.
Luego de la producción ganadera, el segundo gran contaminante del aire es el transporte impulsado con combustibles fósiles, por lo que la movilidad del futuro será sin dudas en base a vehículos eléctricos. Pero la cuestión del rango de autonomía, la carga de la batería, y el tiempo ocioso de la recarga, despertó en un grupo de ingenieros israelíes las siguientes preguntas: ¿Se podrían cargar los vehículos mientras circulan por calles y rutas? ¿Es imaginable un futuro en el que incluso desaparezcan por completo las baterías?
La respuesta es sí. Y ya hay omnibuses que cargan sus baterías mientras circulan por Suecia e Israel, y el año próximo habrá en Alemania e Italia.
El secreto está en la instalación de una red de bobinas debajo del asfalto. Así lo explicó a LA NACION Charlie Levine, director ejecutivo de márketing (CMO) de la empresa israelí Electreon.
“Según la ley de inducción electromagnética de Faraday, si se suministra una corriente alterna a una bobina que se encuentra bajo el asfalto, se produce un campo magnético alterno a su alrededor. Cuando se acerca otra bobina a ese campo magnético, en este caso la del vehículo que se encuentra encima del asfalto, se genera otro campo alterno que permite la carga de la batería”, explicó Levine.
La red de bobinas instaladas debajo de la carretera
El sistema no se activa hasta que un vehículo instalado con los receptores específicos de la empresa está directamente encima de un segmento de bobina en la carretera. Esto es lo que hace que sea seguro.
Levine avizora incluso un futuro en el que la instalación de bobinas de carga debajo del asfalto sea algo tan normal como pueden ser hoy la señalización o las luminarias de una carretera. “De hecho ya estamos trabajando en Europa con grandes empresas viales como Vinci y Eurovia para incorporar nuestra tecnología en la construcción de sus rutas”.
Junto a la alimentación y el aire, el agua potable es otro de los recursos que se ve alterado por el cambio climático. La ONU estima que 2200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura. Y no se trata solamente de zonas desérticas. La Argentina, por ejemplo, es uno de los países con mayor porcentaje de población expuesta a aguas naturalmente contaminadas con arsénico, casi cinco millones de personas, un elemento químico que produce problemas en la piel y cáncer.
Y, si bien el arsénico es un elemento natural presente en las napas que data de la época de la formación de la Cordillera de los Andes, el cambio climático dificulta el acceso a agua potable.
Aunque los motivos son diferentes en un país mayormente desértico como Israel, el problema es el mismo, la falta de agua potable. Los ingenieros israelíes Oren Shtivy, Arye Kohavi y Avi Peretz, observaron en 2009 un fenómeno que cualquiera puede ver en la vida cotidiana de la ciudad: el agua que gotea por condensación de los aires acondicionados. Aquí la pregunta aquí fue: ¿se podrá generar agua por la condensación del aire en cantidades suficientes como para ser fuente de provisión de agua potable?
La respuesta fue afirmativa, y así nació Watergen. Matias Finkelstein, representante de la empresa en la Argentina explicó: “en los equipos de Watergen, luego de la condensación, se realiza un proceso de filtración, agregado de minerales, para que sea agua mineralizada como la que se compra embotellada en un negocio, y finalmente se la pasa por una lámpara UV para eliminar cualquier virus o bacteria. Es agua de calidad premium”. El único requisito es un mínimo de 15% de humedad atmosférica. Pero también se puede incrementar la humedad ambiental con una huerta que genere un efecto invernadero como para facilitar el mejor rendimiento del sistema.
Finkelstein estimó que un equipo de mediana escala, de 1,40 x 1,40, y 1,60 mts de alto, puede producir hasta 900 litros de agua potable por día, entre 25 y 40 litros por hora. Pero hay sistemas desde 200 litros hasta 5000 litros.
“No se necesitan cañerías, transportes ni instalaciones eléctricas, es una solución plug&play para encender y empezar a beber. Sólo es cuestión de activarlo, incluso en el medio de un desierto, y empezar a producir agua potable”, concluyó Finkelstein.
Rubén Guillemí
LA NACION
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