El 9 de abril de 2005, el príncipe Carlos se casó con Camilla Parker-Bowles en Windsor, en una ceremonia civil en el Ayuntamiento a la que siguió una misa oficiada por el arzobispo de Canterbury.
Con la reina Isabel II y los hijos de ambos presentes (los príncipes William y Harry, Tom y Laura Parker), hubo felicitaciones, sonrisas y foto oficial. Pero no fue una boda más dentro de la familia real británica, fue el final feliz de una historia de amor que llevaba más de tres décadas y que incluyó infidelidades, escándalos, peleas y divorcios.
Se trata de un amor que comenzó en 1970, cuando el joven príncipe de Gales conoció a Camilla Shand en un partido de polo y se enamoró para toda la vida. Los presentó la chilena Lucía Santa Cruz, una amiga en común. Entonces Camilla tenía 23 años, venía de una familia tradicional pero sin título nobiliario –era hija de un oficial del Ejército Británico y nieta del noble Lord Ashcombe–, y se mostraba audaz y segura de sí misma, rasgos que sedujeron de inmediato al heredero al trono. Él tenía 21, era tímido, recatado, introvertido. Se gustaron enseguida, congeniaron aún más rápido –compartían el gusto por el polo, la pintura, la jardinería y la equitación– y, aunque Camilla vivía un romance intermitente con el oficial de caballería Andrew Parker-Bowles (quien a su vez había tenido una aventura amorosa con la princesa Ana, hermana de Carlos, con quien después lo unió una amistad de por vida que llevó a la princesa a elegirlo padrino de su hija Zara Phillips), muy pronto se convirtieron en amantes.
PRIMERO LA CORONA
El tiempo transcurría, ellos adoraban estar juntos y lo que surgió como un affaire sin consecuencias empezó a inquietar a la reina Isabel II, que quería para su hijo una mujer inocente, de buena familia y capaz de dejarse encorsetar en el férreo protocolo real. Camilla no parecía la candidata ideal para ser princesa de Gales, así que la propia reina conminó al heredero a abandonar esa relación, costare lo que costare. Y aunque Carlos intentó resistirse, terminó complaciendo a su madre, pero no fue capaz de olvidarla. Camilla tampoco.
En enero de 1973, el príncipe se embarcó en el buque insignia de la Royal Navy durante ocho meses en el Caribe con el objetivo de poner distancia y sanar su corazón, y en julio de eso año Camilla decidió hacerle caso a los consejos de su padre y se casó con Andrew Parker-Bowles. Cuando el príncipe se enteró de la boda, quedó destrozado. “Teníamos una relación tan agradable y bonita”, le escribió a su tío y gran confidente, Lord Mountbatten. “Yo pensaba que duraría para siempre”. En ese momento, el primogénito de la reina Isabel no podía saber que Camilla sería el único amor verdadero de su vida y que, treinta y cinco años después, haría realidad su sueño de casarse con ella.
Desolado, de allí en adelante Carlos se dedicó a flirtear con las jóvenes casaderas del reino. Los rumores le atribuyen conquistas como Lady Caroline Percy; Lady Sarah Spencer, la hermana mayor de Diana; Sabrina Guinnes (quien también mantuvo romanes con Jack Nicholson, David Bowie, Mick Jagger y Rod Stewart), Jane Ward, Jane Wellesley y Amanda Knatchbull, nieta de Mountbatten y prima del príncipe, quien supuestamente rechazó un pedido de matrimonio. Mientras tanto, él seguía pensando en Camilla. Pero en 1981 su soltería de oro terminó: la casa real anunció su compromiso con Diana Spencer, de 19 años –él tenía 31–, una chica que parecía ideal para el papel que le tenía asignado la corona: joven, obediente y de familia aristocrática.
Según distintos biógrafos, Carlos y Camilla volvieron a ser amantes en 1986, pero según las palabras de la propia Diana, Camilla estuvo presente entre ellos desde el comienzo de su relación. “Éramos tres en ese matrimonio, estaba un poco lleno de gente”. Incluso contó que el 29 de julio de 1981, el día de su boda televisada al mundo entero, “cuando caminaba al altar solo la buscaba a ella entre los invitados, y fue muy doloroso verla allí, sentada en la iglesia”.
A medida que pasaban los años y aumentaba la estrella de Diana, para el gran público Camilla era la mala de la película, la responsable de la infelicidad de la popularísima Lady Di (Diana la llamaba la “rottweiler”). Y aunque muchos sostienen que Camilla se hubiera conformado con ser la amante en las sombras, Diana no estaba dispuesta a soportar semejante humillación y comenzó a vivir sus propias aventuras extramatrimoniales. El desamor de la pareja oficial quedó a la vista y el acoso mediático sobre los protagonistas no se hizo esperar: a partir de los primeros años noventa, la persecución de la prensa se tornó constante y en 1992 estalló todo cuando una escandalosa conversación íntima entre Carlos y Camilla llegó a las tapas de los tabloides. La filtración de ese diálogo hizo temblar el futuro del heredero y terminó con su matrimonio. Estaba claro que, por más que él se esforzó en acatar sus obligaciones con la corona, su corazón nunca fue de Diana. En 1995, Camilla haría lo propio y se separaría de Andrew Parker-Bowles. Y ahí todo el Reino Unido supo que ambos se habían casado con la persona equivocada.
AMOR ETERNO
Después, la trágica muerte de Diana, el 31 de agosto de 1997 en un accidente de auto en París, conmocionó al pueblo británico y al mundo, que empezó a ver a Carlos como un padre preocupado y dedicado a sus hijos, que acababan de perder a la madre. Y aunque en esos meses cualquier afrenta al recuerdo de Diana hubiera parecido imposible, el tiempo fue curando las heridas y, dos años después, Carlos y Camilla aparecieron juntos por primera vez en público en el cumpleaños de la hermana de ella en el hotel Ritz. Y a nadie le llamó la atención. La percepción que muchos tenían de que Carlos y Camilla eran los malvados infieles que habían arruinado la vida de la joven princesa estaba cambiando. Ahora, la mayoría de la gente los consideraba víctimas de la rigidez de la corte y de una época que quedaba atrás.
Aquello era una historia de amor, nadie podía negarlo, ni siquiera la Reina. Así que Carlos y Camilla se instalaron juntos en Clarence House en 2003, con el consentimiento de sus hijos, y solo era cuestión de tiempo para que llegara la boda que validara socialmente una pasión que superó todas las adversidades. Él ya no era ese príncipe de semblante triste que se casó con Diana, sino un hombre alegre y vivaz, que logró imponer su deseo y compartir el resto de sus días con la mujer de su vida. Finalmente, el príncipe de Gales se casaba por amor, como lo había hecho su propia madre e incluso su ilustre trastatarabuela, la reina Victoria. Un amor que desafió convenciones, que pudo con el paso del tiempo y la distancia, y que logró el prodigio de que “los villanos de la historia” fueran redimidos por propios y extraños.
El príncipe de Gales y la duquesa de Cornwall –recibió el título de duquesa el día de su compromiso– tuvieron muchos años de una vida pública repleta de actos oficiales, representando a la Reina por el mundo entero y, cincuenta años después de haberse enamorado, por fin era felices. Ella se fue ganando de a poco el corazón de los británicos, que aprendieron a valorar su compromiso con la Corona, y de su suegra, Isabel II. Y durante mucho tiempo el único motivo de controversia en torno de la pareja fue saber si Camilla recibiría el título de reina consorte cuando Carlos heredera el trono o si solo sería princesa consorte. Incógnita que quedó develada en febrero de este año cuando, con motivo del Jubileo de Platino, Su Majestad expresó su voluntad de que Camilla “sea conocida como reina consorte” cuando llegue el momento, “mientras continúa con su leal servicio a la Corona”. Y ella, mientras inauguraba un comedor comunitario, aseguró sentirse “muy, muy honrada” y “muy conmovida” por su futuro título real.
Según escribió Penny Junor –biógrafa del príncipe Carlos– en 2015, con motivo del décimo aniversario de la boda de Carlos y Camilla, “ella no tenía ambición de ser una princesa, duquesa o incluso reina. Solo quería estar con él, darle su apoyo. Su matrimonio le ha devuelto la vida”. Y agregó respecto a William y Harry. “Los chicos habían amado a su madre y sabían lo que ella pensaba de Camilla, pero también se dieron cuenta de que su padre se había sentido solo y que Camilla iluminó su vida”.
pectáculo de colores que crean los aviones militares en el cielo) en el balcón de Buckingham junto a la reina y la familia real.
Gabriela Grosso