No solo porque el chip sirio no funciona. En esta suerte de microestado del noroeste de Siria gobernado por HTS desde 2017 flamean banderas turcas, se usa la libra turca -la moneda del “sultán”, Recep Tayip Erdogan- y cuando una mujer llega de afuera, aunque se adapte a las reglas y se tape el pelo, igual se siente intimidada por vestir unos jeans.
Por Elisabetta Piqué
Este es el relato de cómo fue entrar a Idlib, laboratorio político de los islamistas en una Siria aún convulsionada, pero con esperanza, y cuyo futuro despierta inmensa incertidumbre.
Elisabetta Piqué recorrió las calles de Idlib, donde las mujeres deben salir tapadas; un campo de refugiados y una bandera turca flamean sobre una base militar, entre las postales impactantes
Partimos desde Alepo, que queda a 65 kilómetros, temprano a la mañana. Hace frío, el termómetro marca 3 grados. Nuestro destino es Idlib, el cuartel general de HTS, el grupo rebelde islamista que en forma fulminante y casi sin pelear derrocó al clan Al-Assad en una avanzada de tan solo 11 días. No fue una victoria del HTS, dicen los entendidos, sino el colapso de un régimen que la gente ya no soportaba, agotada por una guerra de casi 14 años y el hambre.
En Idlib, un territorio de unos dos millones de habitantes, el actual “libertador” de los sirios, Abu Mohamed Al-Golani -ahora llamado por su nombre real, Ahmed al-Shara, en lugar de su nombre de guerra-, creó el laboratorio de un nuevo fundamentalismo moderado. Desde este microestado, Al-Golani -antes ligado a Al-Qaeda, fundador del grupo islamista rebelde Al-Nusra y después de HTS-, en los últimos siete años hizo una drástica transformación. Puso en pie un “gobierno de salvación nacional” marcado por la “sharia” -la ley islámica-, la seguridad y la disciplina, que ahora se perfila como el modelo de la nueva Siria.
Hasta el 8 de diciembre pasado, cuando Al-Assad huyó de Siria, nadie podía salir ni entrar a la provincia rebelde islamista de Idlib. Se trataba de un enclave totalmente cerrado, desde el cual la única salida era la limítrofe Turquía, el principal sponsor de HTS.
En la carretera M5 que recorremos desde Alepo hacia el suroeste, con rumbo a Idlib, se ven de vez en cuando camionetas destartaladas que llevan colchones, muebles y valijas, con gente que finalmente puede volver a desplazarse.
El paisaje es desértico: poblados de casas bajas de ladrillo gris en su mayoría abandonados y destrozados. ¿Resabio de la guerra civil terminada abruptamente hace dos semanas o del terrible terremoto de febrero de 2013?
El viento fuerte ha inclinado de forma impresionante una larga hilera de cipreses medio pelados que bordean la carretera. Como por toda Siria, se ven tanques y otros vehículos militares abandonados, escombros, polvo y basura.
fEn la primera señal de que estamos entrando al enclave islamista, el chip sirio deja de funcionar. Aparece “Turk-cell”, una red evidentemente turca, y poco después otra que se llama “Islam-net”. La fuerte influencia turca se vuelve a sentir más adelante, cuando paramos a pedir indicaciones en un kiosco destartalado a la vera de la ruta y nos tomamos un café. “Son 20 libras turcas, acá no se usan libras sirias”, dice el vendedor ambulante, generando impacto.
Avanzamos y empiezan a notarse kilómetros y kilómetros de trincheras armadas con montículos de tierra. Seguramente marcaban el límite entre Siria y el feudo de HTS. Hay un camión verde militar del ejército sirio abandonado. Seguimos y a lo lejos aparece un primer checkpoint formado por enormes planchas de cemento, donde aparentemente no hay nadie. La gran sorpresa allí es ver flamear una bandera de Turquía, roja con la medialuna blanca, sobre un edificio en ruinas. Increíble.
Avanzamos en zig-zag entre los bloques de cemento filmando ese estandarte que deja en claro la implicación del autócrata turco, Recep Tayip Erdogan, en esta historia. Y entonces alguien hace gestos para explicar que las fotos están prohibidas: es un soldado turco. Nos deja seguir sin detenernos.Sería tan solo la primera de una serie de varias banderas turcas que veremos luego flameando
“Llegó el momento de taparnos la cabeza con un pañuelo”
Evidentemente, hemos entrado en la provincia de Idlib, donde a diferencia de otras localidades, se ven muchas menos banderas de la nueva Siria libre, verdes, blancas y negras, con las tres estrellas en el medio.
Bashar, nuestro guía, nos dice que llegó el momento de taparnos la cabeza con un pañuelo, como sabíamos que íbamos a tener que hacer. Así nos lo recomendó hace unos días el jeque y miembro de HTS que fue designado como flamante juez del Tribunal de Alepo: aunque dijo que no era obligatorio, nos aconsejó hacerlo. “En Idlib son todos musulmanes y no están acostumbrados a ver una mujer con la cabeza descubierta… Incluso mi hijo nunca vio afuera de su casa a una mujer con la cabeza descubierta, salvo en la televisión”, señaló.
Seguimos avanzando hacia Idlib y se incrementan los campos de tierra roja, parecida a la de Misiones, con olivares. Idlib es famosa por su aceite de oliva y aceitunas, dice Bashar, que destaca que más allá de lo agrícola, no tiene ningún otro recurso clave. Pero la zona es estratégica por su posición geográfica de cruce a Turquía, al norte, y su acceso al mar de Latakia, al oeste.
A 2 kilómetros de la ciudad de Idlib, paramos a cargar nafta. También ahí solo se puede pagar en libras turcas o dólares. El dueño de la estación de servicio, Majid Aswad, hombre de barba castaña y ojos verdes nacido en este rincón del mundo hace 37 años, cuenta que se utilizan estas dos monedas desde 2017 “porque son más estables”. Padre de siete hijos, mientras uno de sus empleados nos ofrece un té, Majid nos dice que las cosas ahora están mejor. “Desde el 8 de diciembre, el día que cayó Assad, los aviones rusos y sirios dejaron de bombardearnos… Al menos no va a haber más muertos”, comenta.
¿Le molesta ver esa bandera turca flameando en la base militar que hay al lado de su estación de servicio? “No, ellos se portaron bien, no hicieron nada malo, cuando vinieron acá, entre 2018 y 2019, comenzaron a protegernos”, contesta.
Ahora que Siria fue liberada de los Al-Assad en una operación en que sus aliados rusos también quedaron humillados, ¿no espera que los soldados turcos se vayan? “Probablemente esperarán a que se forme el nuevo gobierno”, dice Majid, que augura que también esa moneda extranjera, la libra turca, que se usa ahora como si nada en lo que en teoría es territorio sirio, será reemplazada más adelante con los nuevos billetes que imprimirá la nueva Siria libre.
Refugiados en el bastión rebelde
Seguimos viaje. Antes de ingresar Idlib, después de un barrio de humildes monoblocks -también marcados por el terremoto o el conflicto, imposible saber-, se ven decenas de carpas rotas en unos descampados. Es el campo de refugiados de Alshohadaa, que alberga desde hace años a los desesperados que debieron irse de sus poblados arrasados por la guerra civil y que se instalaron en el bastión de los rebeldes islamistas con tal de no quedarse a morir de hambre bajo el régimen de Al-Assad.
“Todos los que vivimos acá no podemos volver porque nuestras casas están destruidas”, lamenta un hombre de túnica y barba, de la ciudad de Hama. Gesticulando, otro denuncia que los aviones rusos y sirios bombardearon una escuelita que habían montado para que las decenas de chicos que viven ahí no se conviertan en analfabetos.
Ingreso y clima de tensión
Después de que unos “barbudos” de ropa militar en un checkpoint controlan el permiso otorgado en Damasco por el nuevo Ministerio de Información, finalmente ingresamos a Idlib. Pasamos por una gran rotonda, por una plaza donde un letrero indica “I love Idlib” (Yo amo a Idlib) y por una zona comercial donde las carnicerías ostentan sus cortes colgados a la intemperie, otras tiendas ofrecen frutas y verduras de excelente aspecto y se venden banderas de la nueva Siria, también las del HTS, que son blancas, muy parecidas a las de los talibanes.
Se ven hombres de barba en moto o en auto, negocios polvorientos y vidrieras destinadas mucho más a la vestimenta masculina que femenina. Las mujeres que hay en la calle están con velo, el hiyab y un sobretodo largo o íntegramente cubiertas con un chador negro que casi ni deja espacio para los ojos.
Salimos del auto en la Plaza del Reloj, la principal, y se desata el pandemónium. Aunque, junto a mi colega italiana, tenemos las cabezas cubiertas, un hombre de barba que pasa por ahí, desde la ventanilla de su auto empieza a decir de todo. “¡Están en un país islámico, no pueden estar vestidas así, con pantalones! ¡Nuestras mujeres no se visten así, tienen que cubrirse con un tapado largo!”, grita, en árabe. No hace falta que nuestro intérprete traduzca para entender que está indignado, furioso. “¡Nuestras mujeres no pueden verlas así, es inaceptable!”, insiste, cuando el traductor intenta explicarle que somos periodistas extranjeras.
El clima es tenso; ni siquiera en Afganistán me había pasado algo así. Bashar y Yasser, el intérprete y el chofer que nos acompañan, que son de la multicultural Damasco, se ponen nerviosos. No pueden creer la situación de falta de tolerancia e incluso de agresión que se da en lo que en teoría es su país.
«Hagan las entrevistas rápido», piden, deseosos de levantar campamento. Pero si vinimos hasta acá es para ver en el terreno cómo son las cosas y hablar con la gente, algo que no es una tarea fácil. Pocos acceden a ser entrevistados y casi nadie se deja filmar o sacar una foto. Aunque hay excepciones.
“La vida acá es muy buena, tenemos electricidad, agua, nos sentimos muy seguros y el único problema fueron los bombardeos de las fuerzas rusas y sirias, que, Inshallah [“Gracias a Dios”], se terminaron el 8 de diciembre”, dice una médica de 51 años, con velo y sobretodo, que no quiere imágenes ni dar su nombre. Muy amable, de todos modos, asegura que está “muy, muy” contenta por la caída de Al-Assad. “Él era un criminal, tengo parientes que murieron en los bombardeos”, acusa.
Madre de cuatro hijas, una de las cuales estudia en la Universidad de Idlib, esta doctora pinta un panorama idílico de esta provincia norteña, primer ensayo de gobierno de los islamistas que se adueñaron de buena parte de Siria. Cuenta que tiene más de cinco hospitales, que no faltan medicinas, que los sueldos son buenos y que hay seguridad. “Mis amigas médicas ganan un promedio de 1500 dólares por mes, pero yo gano más porque soy una médica muy conocida”, dice. Destaca, por otro lado, que si un criminal comete un robo lo detienen enseguida y que “no es verdad que les cortan las manos”.
Además, habla maravillas de Al-Golani, a quien todos aquí llaman con su nombre verdadero, Ahmed al-Shara. Evidentemente, prefieren dejar en el olvido su pasado terrorista: Al-Golani, en efecto, era su nombre de batalla en los tiempos en que combatía a los “infieles” en Irak junto a Al-Qaeda. “Gracias a él vivimos en paz. Además, miren las calles, no hay fotos de él, ni gigantografías, no se comporta como el régimen de los Al-Assad”, marca.
¿Cómo se lleva ella, una profesional que habla inglés y parece abierta al mundo, con esos hombres integristas que acaban de insultar a las periodistas extranjeras solo por llevar pantalones? “Acá en Idlib siempre nos vestimos así, no tenemos problemas”, dice, diplomática.
En Idlib, donde se usan las libras turcas y no las sirias, el dueño de una estación de servicio asegura: “Desde el 8 de diciembre, los aviones rusos y sirios dejaron de bombardearnos”
Nadim, un hombre de barba de 26 años que vive en un pueblo cercano y vino de compras junto a su bebé de un año y medio, Yamin, que lleva en brazos, su mujer y su cuñada, también elogia a HTS. “La situación es buena desde que están ellos”, asegura, negándose también a un retrato.
“No nos gusta que nos saquen fotos”, explican poco después Ala y Yunina, dos amigas de 26 y 24 años, las dos con hijab y tapado, que salieron de paseo por la plaza. Aunque aclaran que no es por la sharia. Incluso cuentan que usan redes sociales, pero sin postear fotos de ellas mismas.
Las jóvenes también se suman al coro de elogios a Al-Golani. “Ya lo conocíamos de antes de la liberación, él ya era un líder y gracias a él ahora podemos salir de casa porque no hay más bombardeos”, subrayan, sin ocultar su admiración hacia ese exterrorista reciclado en revolucionario, con aires de Fidel Castro.
“Alegría y “cantos revolucionarios”
Ziad, un chico de 16 años que nació en el Líbano y se mudó junto a su familia a Idlib hace un año porque “es más estable y no hay bombas israelíes”, no tiene problemas con la cámara. Cuenta que está terminando el secundario y que también ayuda a su padre en su negocio de repuestos de autos.
¿Hubo festejos acá el 8 de diciembre, el día de caída de Al-Assad? “Sí, claro, hubo cantos revolucionarios, pero no hubo tiros al aire: si usamos armas nos llevan a la cárcel”, apunta.
“Nadie durmió el 8 de diciembre”, coincide un poco después Mohamed Aid, un joven de 22 años que descubro a través de la vidriera tomando mate junto a su amigo y socio, Mohamed Al Kasar, en su negocio de venta de miel. “Tomo mate desde hace cuatro años, muchos toman mate en Idlib”, afirma Mohamed, que usa una yerba argentina pero empaquetada en Siria, uno de los mayores importadores de este producto del fin del mundo.
¿Qué piensan de Ahmed Al-Shara? “Es muy bueno: recibe siempre a quien pide verlo, escucha a todos y no le da privilegios a su familia o a sus amigos”, aseguran. “Si tenés un problema, se lo decís al gobierno y te lo van a resolver. Si tenés una buena idea, se la podés proponer y ellos la van a analizar. Y podés criticarlos, incluso hay una oficina de quejas”, suman.
Más allá de esas banderas turcas flameando y de ese aire a Afganistán que flota en el ambiente, los dos Mohamed no tienen dudas: “Ahmed Al-Shara es como un héroe”. “Hizo mucho por la gente, es un político y es humilde, no es como Al-Assad”, concluyen.