Volvimos a clases pero no somos los mismos, la pandemia nos atravesó, nos cambió la forma de aprender y de enseñar.
Por Lorena Vaccher
Los espacios de enseñanza cambiaron, los equipos de trabajo se modificaron, no compartimos más espacios comunes. Nuestra vida cambió y nos pone nuevos desafíos que debemos atravesar.
Y la escuela no es la excepción, estamos preocupados por los protocolos, por cómo ubicarnos, cómo cumplir, pero no nos estamos deteniendo a pensar en el cómo enseñar, qué enseñar. Si bien hace mucho tiempo varios especialistas y desde los distintos organismos y ministerios están analizando los contenidos curriculares, la extensión de los mismos, la incorporación de las tecnologías y de los estudios realizados desde la neurociencias, las emociones dentro del aula, hoy sin duda es el momento de poner en práctica y aprovechar este momento para animarse a innovar y realizar un cambio transformador.
Tenemos la posibilidad de potenciar la inteligencia emocional de nuestros estudiantes, entendiendo que la educación emocional es transversal al currículum y a la enseñanza.
Howard Gardner, psicólogo, investigador y profesor de la Universidad de Harvard, es conocido por haber formulado la teoría de las inteligencias múltiples señalando la importancia de las competencias sociales y emocionales impactan en el desempeño de los estudiantes. Salovey y Meyer, así como Le Doux, han mostrado que las emociones son importantes para pensar. Ellas reorientan, priorizan y dirigen el pensamiento. Facilitan los juicios y las decisiones, facilitan la comprensión de los estados de ánimo, permite analizar las informaciones de origen emocional, y utilizan los estados emocionales para identificar y solucionar problemas.
Las competencias emocionales también llamadas habilidades socioemocionales pueden desarrollarse en forma transversal ya que son esenciales para interactuar y vivir con otros. En el proceso de enseñanza es valioso que la comunidad educativa, docentes, estudiantes y familias puedan desarrollar habilidades emocionales como la empatía, el autoconocimiento y la gestión de las emociones.
En la escuela se puede abordar con distintas estrategias y actividades sin perder de vista que son transversales a todas las áreas. Una de las actividades que se pueden realizar es: analizar la experiencia de trabajar en grupo, en equipo. Rever como lo han hecho, como se han sentido trabajando de este modo. Es tan importante como el proceso mismo. En un aula se experimentan múltiples estados emocionales. Y el vincularse por burbujas, estar aislados también impacta en cómo aprendemos y cómo nos relacionamos. Esto depende de las experiencias de vida y el entorno sociocultural de cada uno. Acompañar a los estudiantes es fundamental a través de la escucha y del diálogo.
Y una gran idea para hacer con los más pequeños en casa es hacer un campamento, y que cada uno se encargue de una tarea o se pueden dividir las tareas de la casa.
Las experiencias en nuestras vidas nutren nuestras redes neurológicas que son las que configuran nuestra memoria emocional. Las emociones, nuestra vivencia y nuestra memoria emocional configuran nuestras vidas cotidianas. Podemos tener acceso a nuestras vidas de manera más clara si tomamos conciencia de nuestro mundo emocional. Si tomamos conciencia de nuestras vidas podemos vivir mejor y ver cómo actuar mejor.
Todo esto se puede aprender. Hoy es el momento de aprender distinto y de desarrollar la inteligencia emocional para vivir en una sociedad mejor.