Llegó de Kenia hoy a las 6 de la mañana y antes de salir del aeropuerto internacional de Ezeiza le aconsejaron sacar la campera de la valija para amortiguar el cachetazo polar de los 4° de sensación térmica. «Me va a hacer bien sentir un poco de aire frío después de tanto viaje», se excusó el hombre, en una sutil respuesta para confesar que no tenía más abrigo que ese sweater de media estación que llevaba puesto.
Liviano de equipaje, y sin campera. Así llegó a Buenos Aires el keniata Peter Tabichi, que se convirtió en el mejor maestro del mundo después de haber sido el último ganador del Global Teacher Prize, una distinción que entrega la Fundación Varkey desde hace cinco años y que reconoce el trabajo docente con un millón de dólares como premio.
Tabichi es profesor de matemática y física, y su escuela está en una zona remota y semiárida en la región de Pwani. Sus alumnos tienen entre 14 y 18 años, y vienen de diferentes etnias que muchas veces están enfrentadas entre sí. Son disputas históricas que se debaten en esta zona del Valle de Rift, y que también dejaron huérfanos a una buena cantidad de estos jóvenes. El maestro, que es hermano franciscano y dona el 80% de los casi 400 dólares que gana por mes, está contento de visitar la Argentina. «Es la tierra del Papa Francisco. Me gustaría conocer a alguien de su familia -dice-. También espero poder ver a Martín Salvetti [el docente de Temperley que también estuvo nominado entre los diez finalistas]. Pero realmente estoy ansioso de conocer a otros maestros, de saber cómo trabajan con sus alumnos, cuáles son los desafíos que enfrentan, y de compartir con ellos mi experiencia».
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Cuando a Tabichi le dijeron que había quedado entre los diez finalistas y tenía que viajar a Dubai, para competir en la final en marzo pasado, muchos de sus alumnos le pedían que los llevara con él. Era la primera vez, a los 36 años, que salía de su país, que se tomaba un avión. «Amé tu historia», le dijo Hugh Jackman en la previa a la apertura del sobre enigmático aquella noche en Dubai, en una ceremonia con alfombra roja y un gran despliegue artístico. Algo así como lo que se espera ver en la entrega de los premios Oscar.
Apenas pudo agradecer a sus alumnos, a la escuela, a su papá, que también es maestro y no paraba de aplaudir cuando escuchó en la voz del actor estadounidense, el nombre su hijo. Cuando volvió a Kenia, cuenta ahora, en su escuela lo recibieron con una fiesta, lo llevaron en andas por todas las aulas, la gente quería sacarse fotos con él. El gobierno de su país también se subió a la ola y decidió premiarlo. Hace poco le aseguraron que pronto recibiría más micros escolares y computadoras para su escuela. El año pasado tenían solo una que compartían entre todos, el equipo docente y sus alumnos. Ahora hay tres. Y con el dinero que ganó, dice, quiere armar un nuevo laboratorio de ciencias y equipar la escuela con tecnología. Mientras tanto, confía que en algún momento llegará la conexión wi-fi.
«¿A qué hora comienza la jornada escolar aquí?», pregunta Tabichi, que se sorprende del cielo oscuro y cerrado cuando ya son casi las 7.30 de la mañana. Allá, en Pwani, sus alumnos tienen que caminar varias horas para llegar al Keriko Secondary School, donde la cantidad de inscriptos se duplicó desde que él llegó a la escuela, en 2015.
«Yo venía de dar clases en un colegio privado. Y sentía que tenía la posibilidad de ser útil en otro lugar, de hacer una diferencia. Eran unos 250 cuando comencé. Ahora son 500 alumnos», dice orgulloso Tabichi, y menciona el esfuerzo que la mayoría de ellos hace todos los días, como caminar horas hasta llegar a la escuela o estudiar a media luz, con las lámparas de gas que alumbran poco y mal, a falta de energía eléctrica en las casas. «Muchos tampoco descansan bien, porque comparten la cama con otros integrantes de la familia», revela.
Una y otra vez, Tabichi insiste en que en su vida nada cambió. Es el mismo maestro de siempre. Aunque su rutina ya no es la misma. Ahora tiene que atender los llamados de periodistas extranjeros, y antes de concertar una entrevista debe mirar su agenda. Es que en apenas tres meses se convirtió casi en un rockstar, aunque se ría de la comparación. Antes de venir a nuestro país estuvo en Londres, y su gira latinoamericana sigue en San Pablo, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Bogotá y Medellín. «Todo esto tiene sentido si podemos enseñarle al mundo que el trabajo de los maestros es esencial. Que la educación no puede dejarse de lado. Que es necesario invertir en las escuelas, que no hay futuro posible de otra forma», sentencia.
En Kariko Secondary School hay cada vez más alumnos, pero faltan maestros. Hasta el año pasado eran siete, asegura el maestro. Ahora, dice, son catorce, porque para dar a vasto la escuela decidió contratar más personal por fuera del sistema. Quiere saber cuántos chicos aproximadamente pueblan las aulas porteñas. Allá, el promedio es de entre 60 y 80.
-¿Hay que ser el mejor maestro del mundo para poder manejar un aula con 80 alumnos?
-Hay que motivarlos. Confiar en ellos. En mi escuela no tenemos biblioteca, la infraestructura no es la mejor y tampoco podemos avanzar como nos gustaría en temas relacionados con las nuevas tecnologías. También estamos felices porque, por primera vez, hay más niñas que niños en las aulas. A las mujeres en África las quieren lejos de la escuela. En sus casas tienen que encargarse de la comida, de ir a buscar el agua. De lavar la ropa de todos. Yo las animo para que sigan estudiando y que no se casen rápidamente. Dos de mis alumnas acaban de recibir un premio en la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería de Phoenix, en Arizona. Viajaron a Estados Unidos y fueron distinguidas por la creación de un instrumento de medición para no videntes. Como maestro, es mi mayo orgullo.
¿Quién será el próximo Peter Tabichi? Hace un par de semanas, la Fundación Varkey abrió las inscripciones para una nueva edición del Global Teacher Prize. «En la Argentina, hay miles de maestros que hacen un trabajo inmenso en las escuelas, y poder visibilizarlo es una buena manera de reconocerlos. De entender que la educación es prioritaria para el desarrollo de un país. Queremos celebrarlos -dice Agustín Porres, director regional de la Fundación Varkey, cuya sede local está a cargo del Programa de Liderazgo e Innovación Educativa, y que tiene como objetivo potenciar las capacidades de los docentes de todo el país-. Cuesta que los maestros se postulen al premio, por eso queremos alentarlos».
Mañana, Peter Tabichi se reunirá con algunos miembros de la Fundación Franciscana en Buenos Aires, y visitará una de las escuelas en Fuerte Apache, con altos índices de vulnerabilidad.
Fuente: La Nación
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