Manual de Lenguaje Inclusivo y No Sexista, producido por la UTN
Un Manual producido por la UTN propone el desdoblamiento y el uso de la “x” y de la “e”. Reglas -o deformaciones- similares son promovidas por varias casas de estudio en el país, incluida la UBA
Por: Claudia Peiró
Una verdadera género-manía ha atacado a muchos de nuestros funcionarios -políticos y académicos- y ha convertido a los ciudadanos en víctimas de una bajada de línea inspirada en el feminismo de tercera ola: uno que no busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres —porque eso ya existe en nuestra sociedad desde hace tiempo— sino la deconstrucción cultural y la profundización de una brecha de género artificial. El varón es el principal depredador de la mujer y la guerra de sexos el motor de la historia y eje del presente.
No todas las mujeres que se definen feministas piensan así, pero este es el espíritu y el objetivo de quienes promueven esta rara revolución que cuenta con el beneplácito, apoyo y financiación del sistema. Los políticos -y las políticas- son entusiastas de esta tendencia que les permite posar de inclusivos sin mayores costos ni renunciamientos.
Un ejemplo de la deconstrucción de género son los manuales que buscan promover, cuando no imponer, un “lenguaje inclusivo y no sexista”. El que voy a comentar acá es el que produjo con mucho orgullo la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), pero iniciativas similares han tenido la Universidad de Buenos Aires (UBA), la de San Martín (UNSAM), la de Rosario (UNR), la de Córdoba (UNC), la de Mar del Plata (UNMdP); la de Río Negro, en el conurbano bonaerense también las de Avellaneda, Quilmes y General Sarmiento (UNGS), y la lista sigue…
¿Desde cuándo el rol de una universidad es deformar el lenguaje? ¿Cómo se combina la pretensión de imponer una ideología a través de una jerga con la libertad de cátedra?
El Manual de Lenguaje Inclusivo y No Sexista de la UTN, publicado en abril pasado, sigue más o menos la misma línea y estructura que los de otras universidades, y sus contenidos y fundamentos se parecen mucho a los de los cursos que se dictan en cumplimiento de la Ley Micaela y de la ESI (Educación Sexual Integral).
La UTN tiene una Unidad de Género y Diversidad (UGD) porque otro logro del feminismo de tercera ola es la multiplicación de estructuras de dudosa utilidad salvo para quienes las integran. Esta UGD produjo el Manual en cuestión, en conjunto con las Secretarías de Extensión Universitaria y de Coordinación Universitaria y con el Departamento de Comunicación Institucional y Prensa. Una desproporcionada inversión de recursos humanos en algo que nada tiene que ver con las prioridades en materia de formación de nuestros futuros profesionales y técnicos.
En la presentación del Manual, se dice que “la UTN se suma así al conjunto de instituciones y organismos que adecúan su normativa a las leyes vigentes” y a las “recomendaciones internacionales”. Ya veremos cuáles son y también que no existe en ellas ninguna recomendación de deformar el lenguaje.
El manual está también “destinado al reconocimiento de la diversidad identitaria en la comunidad tecnológica”. No queda claro qué lleva a pensar que los argentinos necesitamos instrucciones para saber que somos diversos, que nos debemos respeto mutuo, etc.
La mitad del manual -unas 30 páginas- está destinada a la enumeración y descripción de cada una de las leyes nacionales y convenciones internacionales que supuestamente “ordenan” a la UTN perpetrar esta deformación del idioma.
Arrancan en 1979, con la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), aprobada por la ONU, y su continuidad continental, en 1994: la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará). Según el manual, esta última “establece por primera vez el derecho de las mujeres y diversidades (sic) a vivir una vida libre de violencia”.
O sea, hasta 1994, las mujeres no tenían derecho a vivir libres de violencia, según profesionales que escriben bajo el sello de una institución académica. ¿Los Derechos del Hombre universalmente consagrados o nuestra Constitución Nacional no valían para las mujeres porque no están escritos en lenguaje inclusivo? La tergiversación de la historia es uno de los principales rasgos del feminismo de tercera ola. Además de la manía fundacional. Antes de ellas, la esclavitud femenina. Es una flagrante malversación en un país en el cual las mujeres votan desde 1951, una mujer ocupó la presidencia en 1974 y tiene cupo femenino legislativo desde 1991, mucho antes que varios países europeos, Francia entre ellos.
La enumeración del Manual de la UTN sigue con varias leyes nacionales, a saber:
En 1994, la ley 24.417 de protección contra la violencia familiar.
En 2006, la ley 26.150, de Educación Sexual Integral (ESI).
En 2009, la ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres.
En 2010, la ley 26.618 del llamado matrimonio igualitario.
En 2012, la ley 26.791, que modificó el Código Penal, introduciendo la figura del femicidio. En el mismo año, se sancionó la ley 26.743 de Identidad de Género.
En 2015, nueva reforma del Código Civil.
En 2017, la ley 27.412, de Paridad de Género en la representación política.
En 2018, la ley 27.452: reparación económica para menores huérfanos por femicidio (Ley Brisa).
En 2019, la ley Micaela, 27.499, de capacitación obligatoria en género para los tres Poderes del Estado.
En 2020, la ley 27.610, que legalizó el aborto.
El mismo año, a través de la ley 27.580, se aprobó el convenio N° 190 de la OIT sobre la eliminación de la violencia y acoso en el mundo del trabajo.
En 2021, la ley 27.636, de cupo laboral trans.
Ese mismo año, por decreto presidencial n°476/21 se autorizó el DNI No Binario.
Según la UTN, todo “esto es importante ya que las mujeres y las niñas representan la mitad de la población mundial”. Elemental: todos sabemos que la mitad de la humanidad es femenina. Pero es curioso este reconocimiento por parte de quienes niegan el binarismo de género.
Ahora bien, esta larga enumeración de normas no vale como fundamento del Manual, contra lo que piensa la UGD, porque, más allá de que varias de estas leyes son innecesarias o redundantes, y otras, dañinas- ninguna de ellas, ninguna, dice nada sobre el lenguaje inclusivo. De modo que esas 30 páginas del Manual están de más.
En cuanto a las otras 30, allí se afirma por ejemplo que “las lenguas son construcciones/artefactos atravesados por conflictos, miradas sesgadas, relaciones de poder, deseos de dominio”. Sigue: “Y en virtud de estas múltiples tensiones que la habitan, debemos pensar a la lengua como un persistente campo de batalla en que confrontamos por los significados, por la construcción de sentidos, por la apertura de la univocidad, por la derrota del monologismo, por la conmoción de las expresiones cristalizadas, y contra los intentos de colonización semiótica consistentes en suturar las significaciones establecidas y detener el perpetuo desplazamiento del sentido”.
Una jerigonza que busca justificar que la lucha es por y en el lenguaje. La desigualdad se resuelve la desigualdad con palabras.
El manual recomienda abiertamente el desdoblamiento. Se trata, aclaran, “de la mención explícita de los géneros con el objetivo de visibilizar”. Es la palabra fetiche. Las mujeres estábamos ocultas. Ahora, gracias a “los y las” se nos ve.
El Manual explica que, al tradicional “damas y caballeros”, o “niñas y niños”, actualmente, “a fin de dar cuenta del conjunto de identidades” del “colectivo LGTTTBIQ+, se ha incorporado como 3er elemento (al) desdoblamiento la representación del no binario con e”.
Nótese el tono asertivo: no dicen “somos una ultra minoría que quiere manipular el castellano”. El mensaje es: ahora se dice así. Punto.
Convencidos de estar incidiendo en la realidad, explican: “Esta estrategia es particularmente recomendable en las comunicaciones que buscan promover la presencia de mujeres y diversidades en las carreras científico-técnicas o en cargos de jerarquía”.
Un ejemplo lo aclara todo. Decir: “Los docentes que ejerzan funciones….”, está muy mal, no es inclusivo. Lo inclusivo es agregar lo no binario: “Los, las y les docentes que ejerzan funciones….”
Tienen una idea incluso mejor que es “evitar la forma masculina del sustantivo”. O sea: “Los, las y les docentes universitaries” o “Los, les y las profesoras; los, les y las docentes universitarias…” Otro consejo: “Es recomendable priorizar la forma femenina o la no binaria en primera posición: decana, decane, decano”.
Para ahorrar espacio, una alternativa al desdoblamiento, además del uso de la “e”, es el uso de la “x”. En la imagen pueden ver las sugerencias del manual:
Esto, aclaran, no se aplica a las palabras que designan objetos. Vale la precisión. No hay que olvidar que una vicegobernadora, en su afán inclusivista, dijo “el equipo y la equipa”. O sea, evitemos decir “pizarrón y pizarrona”, por ejemplo.
Una fórmula recomendada con la equis sería: “Podrán ingresar a la UTN: lxs egresadxs de escuelas del nivel secundario y lxs egresadxs de otras universidades reconocidas”. Sería bueno que el Manual tenga una versión hablada para saber cómo se lee esto en voz alta.
El instructivo sugiere que las comunicaciones administrativas se redacten así: “…. solicita se autorice el llamado a concurso para cubrir cargo de profesor, profesora, profesore en ese (sic) Facultad Regional…” No sé si “ese” es un error de tipeo o un inclusivismo más, lo dejo a criterio del lector.
De paso nos enteramos de que la UTN “jerarquizó la formación de posgrado” y otorga título de “Doctor, Doctora, Doctore en Ingeniería”.
Una sección insólita es la que se titula “Efemérides”. Estas son “una oportunidad para construir identidades, generar sentido de pertenencia, concientizar, sensibilizar y visibilizar”. Por eso dan consejos para “abordarlas desde una perspectiva de género”.
Sugieren “preferir las estrategias de desdoblamiento y visibilización en aquellas efemérides estratégicas que pueden servir para promover la presencia de las mujeres y diversidades en el ámbito científico-tecnológico o en cargos jerárquicos”.
También proponen cambios en “la denominación del día con el objetivo de imprimirle a la conmemoración una perspectiva de género, noción que no existía al momento del establecimiento de la efeméride”…
En los flyers, “resulta estratégico” —sí, estratégico— promover “la pluralidad y diversidad de identidades…”
Hay “efemérides positivas”, dice el Manual, porque “aportan visibilidad, por lo que son fundamentales para la sensibilización y concientización”. Ejemplo: “28 de junio: Día Internacional del Orgullo LGBTQI+”
“En ciertos casos -sigue diciendo-, en los que las efemérides positivas no resultan del todo inclusivas, recomendamos realizar ciertos cambios en su denominación”. Por ejemplo, el 8 de Marzo no debe ser llamado “Día Internacional de la Mujer” sino “Día Internacional de las Mujeres y Diversidades”. O el 17 de mayo en vez de “Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia” debe ser “Día Internacional Contra la Homofobia, la Lesbofobia, la Transfobia y la Bifobia”.
Algo que sí concierne a la UTN: el 23 de junio, en vez de “Día Internacional de la Mujer en la Ingeniería”, debe ser “Día Internacional de las Mujeres y Diversidades en la Ingeniería”.
Hay más. El 30 de enero, “Día Internacional del Técnico Electrónico”, será “Día Internacional de los, les y las técnicas electrónicas” o “Día internacional de las personas técnicas en electrónica”.
Después se meten con cosas más serias. Con una efeméride que nos concierne a todos.
El 2 de abril, dicen, en vez de “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas” debe ser “Día del Veterano, Veterana y Veterane, y de los Caídos en la Guerra de Malvinas”. El fundamento es “abordar la guerra de Malvinas desde una mirada de género y atender el reclamo vigente de las veteranas de guerra”.
La UTN se suma así a lo que hizo el Gobierno en el 40 aniversario de Malvinas, en 2022, cuando decidió que había que conmemorar esa fecha con perspectiva de género. Entonces inventó -sí, inventó- que las mujeres de Malvinas fueron invisibilizadas. Lo cual es sencillamente falso. Todas las personas que estuvieron en el llamado teatro de operaciones —islas y mar adyacente— fueron reconocidas desde el primer momento como veteranos de guerra. Eso incluyó al puñado de mujeres —16 en un total de más 23.000 efectivos— que estuvieron en ese escenario. Sólo tres de ellas pisaron las islas y todas se desempeñaron en tareas sanitarias, de enlace, administrativas, etc. Ninguna mujer combatió en Malvinas. Ninguna mujer murió en Malvinas.
Pero el 40° aniversario de Malvinas se llenó de actividades oficiales del tipo “Pensar Malvinas con perspectiva de géneros y diversidad”, e incluyó una bajada de línea en las escuelas: “2 de abril y género: Veteranas: una historia silenciada”. No hubo silencio de género; en todo caso hubo silencio y olvido hacia todos los veteranos.
Poner el eje en el género es tergiversar la realidad. Es usar a las mujeres de tapadera de otras invisibilizaciones, del mismo modo que se usa el feminismo para tapar otras injusticias y otras desigualdades.
En el marco de ese aniversario, se publicó el libro del historiador Sebastián Sánchez, autor de “El Altar y la Guerra. Los capellanes de la gesta de Malvinas” (Grupo Argentinidad, 2022) que sí echa luz sobre una invisibilidad notoria de Malvinas. Como dijo el autor a Infobae, “una dimensión no abordada de la guerra de Malvinas es la presencia de sacerdotes en las islas”. De los capellanes que estuvieron bajo fuego en las islas junto a los combatientes aportándoles apoyo moral y espiritual no se habla. No aporta a la brecha de género. Nombrar a los capellanes implica destacar la espiritualidad y la fe de los argentinos y eso aglutina.
Carme Junyent, lingüista y profesora de la Universidad de Barcelona, recientemente fallecida, coordinó en 2021 un libro sobre lenguaje inclusivo cuyo título es: “Somos mujeres, somos lingüistas, somos muchas y decimos basta”. Vale aclarar que Junyent era feminista. Aun así, afirmaba que “todo esto del lenguaje inclusivo” era “una imposición desde arriba”.
“Quien quiera hablar y escribir así que lo haga, pero que a los demás nos dejen en paz”, desafiaba. “Ese lenguaje ridiculiza la lucha de las mujeres y obstaculiza el mensaje, porque acabamos hablando de cómo se dicen las cosas en vez de qué se dice”, decía. “Se supone que los que proponen ese tipo de lenguaje son los buenos”, pero para ella simplemente eran “más dogmáticos”.
También señalaba algo elemental: “Nadie escucha a los profesionales”, a los lingüistas.
Carme Junyent dejó un mensaje para gente como la de la UTN: “Hay profesores que obligan a sus alumnos a escribir así. ¿Quién ampara al alumno?” Y un desafío: “Si alguien conoce un cambio social producido como consecuencia de un cambio lingüístico, me replanteo todo”.
El Congreso del Perú acaba de votar por amplia mayoría la eliminación del lenguaje inclusivo. “Siendo mujer, puedo informar que no siento que el uso de los y las nos haga más visibles o nos permita luchar por la igualdad”, sostuvo Milagros Jáuregui, autora del proyecto. Y la legisladora Noelia Herrera dijo: “Nuestros hijos no van a ser más inclusivos con la diferencia del lenguaje, sino a medida que respeten las diferencias. No existen estadísticas de que las personas no hayan logrado el éxito por no haberles hecho esa diferencia”.
Ya va siendo hora de hacer el balance de la obsesión de género que ha guiado las políticas de estos últimos años. Y no es bueno. Nuestro próximo Congreso tendrá la oportunidad de rectificar la degradación del lenguaje -promovida por quienes deberían ser custodios de su excelencia-, pero sobre todo de abandonar la impostura de género y la manía de someter la legislación y las instituciones del país -conjunto que debería ser sólido, coherente y lo más estable posible- a los caprichos de tribus urbanas que tienen más pantalla que arraigo social.
Esta tendencia se fue acentuando a medida que crecía la impotencia para resolver los dramas estructurales de la sociedad: pobreza, desempleo, inseguridad, desinversión, deuda, deterioro educativo.
Es tiempo entonces de quitarles a los responsables de los poderes públicos la excusa de género que les permite desconocer la verdadera agenda del país.
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