Adiós a los celulares en el aula. Más colegios se suben a una tendencia que busca preservar la salud mental de los alumnos

Es el gran debate hoy en los colegios secundarios. ¿Qué hacemos con los celulares? ¿Podemos prohibirlos? ¿Cómo los sacamos del aula? Las derivaciones del uso de pantallas en las escuelas son variadas, afirman los directivos.

Los chicos con teléfonos y redes sociales al alcance, están más dispersos, ansiosos y desenfocados, describen los responsables de los colegios. Los docentes, por su parte, tienen que competir por la atención con las notificaciones, y saben que mientras dan clase corren el riesgo de convertirse en sticker o meme.

A más de uno también le pasó que, al llegar al aula, tiene que demorar varios minutos el inicio de la tarea ante el ruego de alumnos que están en medio de una partida con sus teléfonos. Pero el mayor problema no radica en lo que pueda ocurrir con los profesores sino en el impacto cognitivo, social y psicológico en los chicos.

A los alumnos les cuesta sostener la atención y los recreos son más pasivos. Ya no se juega al fútbol ni al truco; no hay tantas conversaciones ni risas. Porque aunque los chicos estén “hablando” entre ellos en el patio, lo hacen a través del celular. Son escenas a las que cada vez más instituciones deciden no permanecer ajenas. La idea es volver a ser analógicos. No completamente analógicos, sino básicamente sacar el celular de las aulas y los recreos a lo largo de la jornada escolar.

En el último año, según pudo saber LA NACION, al menos unos 30 colegios en Capital Federal y en el corredor norte de la provincia de Buenos Aires, sobre todo aquellos en los que los chicos pasan más de ocho horas diarias, decidieron avanzar en una decisión que hace tiempo venían evaluando, pero les parecía poco viable: desterrar las pantallas y las redes del ámbito educativo. Y otras instituciones la están estudiando: al menos durante el horario escolar, dejar el teléfono en una cajita tipo locker, con llave, y que solo se pueda retirar al final del día.

La preocupación de las escuelas va en sintonía con los planteos de especialistas del mundo y locales que alertan sobre los efectos del exceso de pantallas en la salud mental de chicos y adolescentes. En este contexto, LA NACION ubicó el tema en el centro de la agenda desde distintas perspectivas con la serie Atrapados en la redes, de la que forma parte esta producción.

”Era triste observar el patio y ver a todos mirando la pantalla”

En la Escuela Escocesa San Andrés, de Olivos, que sacó del aula los teléfonos en los primeros años de la secundaria, están tan sorprendidos por los efectos positivos que ahora evalúan extender la iniciativa a todos los cursos. Lo mismo ocurrió en Los Molinos, un colegio bilingüe de Munro, donde construyeron lockers especiales para que los alumnos se desprendan de los teléfonos al ingresar.

“Apenas unos meses después, vimos los resultados: recuperamos los recreos, volvieron los campeonatitos de fútbol y rugby, las partidas de truco reales no virtuales, las charlas y las risas. Volvió ese recreo analógico que nuestra generación tuvo y se había perdido. Antes, era triste observar el patio y ver a todos mirando la pantalla. Ahora el clima cambió. Incluso en el aula, las mejoras a nivel atencional son enormes”, apunta Mario Acorsi, director de Los Molinos. “Y tuvimos el apoyo total de los padres. Estaban esperando que diéramos ese paso”, agrega.

Por estos días, colegios como el Salvador anunciaron que en sus aulas los celulares estarán prohibidos a partir del año próximo. Una medida similar adoptó el San Marcos, de San Isidro, a principios de 2024. Hace unas semanas los padres recibieron un mail en el que se destacaban los resultados. “Aumentó el nivel de juego en los recreos, juegos deportivos, de cartas, de mesa. Las situaciones en las que los alumnos mantienen conversaciones han crecido significativamente. Mejoró el clima áulico, mejoró la atención de los alumnos durante las clases y disminuyeron los conflictos sociales”, consigna la comunicación. También el Saint Mary of The Hills School anunció que había decidido construir un espacio educativo sin dispositivos. Y la lista sigue.

En el Bede’s Grammar School, los padres tomaron la iniciativa. Decidieron impulsar el espacio Manos Libres, tomando un modelo británico y siguiendo la perspectiva del psicólogo norteamericano Jonathan Haidt, autor del libro La generación ansiosa. El objetivo es cambiar la norma social: evitar darles un celular a sus hijos antes de los 14 años y habilitarles el acceso a redes sociales después de los 16.

La psicóloga Tili Peña, que se especializa en la temática y brinda talleres al respecto, destaca la reacción que generó en diversos ámbitos la primera producción de esta serie. “En las últimas semanas, la preocupación se hizo evidente y una gran cantidad de colegios me contactaron para pedir capacitaciones. Y muchos están evaluando avanzar en la decisión de sacar el teléfono del aula. La alianza entre los padres y las autoridades es fundamental, y es lo que hace posible estos cambios”, explica la creadora de @Tanconectados. “Nadie se animaba a poner ese límite, pero juntos se puede”, remata.

En el caso del San Felipe Apóstol, de Don Torcuato, tuvieron que abordar el tema desde la primaria. “Mi gran campaña es que los padres retrasen el momento de comprarles el celular porque, muchas veces, lo hacen para que sus hijos no se queden afuera o por la seguridad. Pero, en realidad, no andan en la calle solos, siempre están en entornos seguros”, sostiene María Alchourrón, directora del nivel primario de la institución. Para el viaje de egresados de sexto grado, les pidieron que no les mandaran teléfonos, y así se hizo. “Queríamos que fuera un espacio de desconexión. Nosotros les mandamos fotos y pusimos a disposición nuestro teléfono si querían comunicarse. Y los chicos lo disfrutaron”, cuenta.

En secundaria, después de la pandemia, fueron de los primeros en construir aulas sin celulares. “Trabajamos en talleres con padres para preguntarnos qué puertas les estamos abriendo a los chicos cuando les damos un teléfono. Por ahí, los riesgos son mayores que si caminaran solos por la calle sin un celular. No se nos ocurre todo lo que estamos habilitando cuando le damos una aplicación más. Por ejemplo, el drama de las apuestas, que es terrible, llegó de la mano de las billeteras virtuales, que los padres habilitamos para pagar el kiosco”, dice Alchourrón.

En el Holy Cross, la decisión llegó este año y se comunicó en el acto del primer día de clases. Contra lo que esperaban, los padres estallaron en un aplauso y apoyaron la medida. Los chicos protestaron, pero se acostumbraron. “Hace unos años, la presencia del celular no era un problema. Pero después vimos que interfería en la socialización. También, que la edad bajó. Los de los primeros años de secundaria son los que más chances tienen de verse involucrados en situaciones de bullying o acoso, e incluso de recibir imágenes de pornografía”, plantea Sofía Grau, directora del nivel secundario.

Desde la institución, impulsaron distintas campañas: “Conectá” o “Levantá la mirada”, se podía leer en la cartelera. También repartieron etiquetas, figuras de octógonos de color negro, para pegar en el celular con advertencias como “baja autoestima”, “problemas de vista” o “poca concentración”.

Recreos analógicos y efectivo para el comedor

En casi todos los colegios que se sumaron a esta dinámica, la norma es que los estudiantes pueden decidir si dejan el celular en una caja bajo llave o si lo guardan en la mochila, apagado y con el compromiso de no usarlo ni en el baño. Si necesitan comunicarse con los padres, deben utilizar los canales oficiales. ¿Qué pasa si un estudiante usa el teléfono? En casi todos los casos, según pudo saber LA NACION, existe una instancia de advertencia y la segunda vez implica que el estudiante tiene que entregarlo en la dirección para que lo vayan a retirar los padres. En muchas ocasiones, los papás demoran varios días en ir a buscarlo.

“A principio de año, le pedimos a los docentes y preceptores un informe sobre cómo veían que los chicos usaban el celular. Armamos indicadores específicos y la conclusión fue que el celular impactaba negativamente en el aprendizaje, perjudicaba el relacionamiento y acotaba las actividades de interés, entre otras cosas”, señala Acorsi.

Los siguientes pasos fueron claves para llevar a cabo el proyecto. “Les presentamos el informe a los docentes y a los padres, y les preguntamos qué pasaría si avanzábamos a una prohibición total. El sí fue contundente. Los que protestaron fueron los chicos, que venían en fila a la dirección a defender que era un derecho, pero después lo entendieron. Y hoy los vemos disfrutar de los recreos y aprender más concentrados. A poco más de un mes del cambio, estamos felices porque vemos resultados. Y ellos ya no se quejan. La autorregulación es algo que se construye. Y para eso tienen que aprender a tolerar estar sin el celular para después poder manejarlo solos”, plantea Acorsi.

La directora general del San Andrés, Lila Pinto, máster en uso de la tecnología en la educación, aporta: “A nosotros no nos gusta hablar de prohibición. Porque no hay que demonizar la tecnología. Eso no significa no limitarla cuando el efecto no es el que se espera. Por eso, decidimos este año sacar los celulares en primero y segundo año”.

Los cambios, por supuesto, provocan resistencia en algunos casos, que deben ser trabajados. “Les pedimos que dejen el celular en una caja que se cierra. Cuesta, porque lo sienten como parte de su propia identidad. Por eso, tenemos que ofrecerles nuevos horizontes, nuevas formas de vincularse, para que afiancen su identidad desde otro lugar”, agrega Pinto.

La directora suma una variable central: el comportamiento de los adultos. “Nuestra participación activa es fundamental. No podemos decirles que dejen el celular si los docentes estamos mirando el nuestro en el aula o en los recreos. Tenemos que asumir el mismo compromiso de responsabilidad y autorregulación, porque a eso apuntamos”, sostiene. Para lograrlo, en el San Andrés tuvieron que ofrecer otras opciones para el tiempo de recreo. Desde pelotas, juegos de cartas y de mesa hasta propiciar las situaciones de diálogo.

Lo mismo ocurrió en el colegio San Javier, una institución bilingüe de Palermo, que después de dos años de evaluar la situación decidió limitar el uso de las pantallas. “Notábamos una fuerte interferencia con la vida escolar que queríamos. Nos pusimos a investigar y encontramos que la tendencia mundial iba hacia allí. Hicimos un proyecto piloto y, a partir de este año, de primero a tercero, pasan todo el día sin celular. Lo recuperan antes de irse. Para el comedor, les pedimos a los padres que manden efectivo o usen cuenta corriente, porque no pueden utilizar las billeteras digitales”, explica Ángeles Oria, directora del establecimiento, que resalta los resultados obtenidos a partir de la nueva dinámica.

Para propiciar los recreos analógicos, el San Javier compró metegoles y puso a disposición juegos para los chicos. Esta situación permitió además detectar situaciones de chicos poco integrados, que se camuflaban detrás del celular.

Como en los otros colegios, las autoridades explicaron a los alumnos qué pasa si no se respeta la normativa. “La prohibición tiene mala prensa. Muchos hablan de enseñar a usar correctamente el teléfono. Pero en la adolescencia no está tan desarrollado el control de los impulsos. Sacar el celular del aula es una forma de ayudarlos a autorregularse. Si los padres necesitan comunicarse, lo hacen al colegio”, cuenta Oria.

Restringir los teléfonos no significa que la tecnología haya sido expulsada del aula. En la mayoría de los colegios, prefieren usar otros dispositivos, como computadoras y tablets de la institución o las que llevan los alumnos. Quedan bloqueados el WhatsApp de escritorio y las redes sociales. Y, desde ya, no tienen acceso a sitios de pornografía, de juegos online y apuestas, entre otros. Algunos colegios también limitan el tiempo de conexión a internet, al entregarles una clave de wifi que vence a la hora.

Aunque las experiencias se replican, no todos los colegios están decididos a avanzar en este sentido. Pesa mucho el temor a la figura de la prohibición. Mariana H. es madre de tres hijos que asisten a un colegio de zona norte. El mayor está en primer año y es el único que no tiene celular en su curso. “Hasta el año pasado, cuando iban al campo de deportes pasaban dos horas charlando, jugando, cantando. Ahora todos van mirando su celular”, describe.

Mandó cartas al colegio con las firmas del 85% de los padres de primer año para restringir los teléfonos en la escuela. En esas solicitudes volcó un relevamiento que hizo en 26 bilingües de la zona que ya habían avanzado en la decisión con diferentes formatos. Pero todavía no consiguió el aval esperado.

“Los chicos necesitan la intervención de los adultos para poder levantar la mirada. Es mentira que se vayan a poder autorregular solos. Si las mentes más brillantes del mundo están trabajando para volver cada vez más adictivo al celular… no podemos dejar a nuestros hijos desprotegidos frente a eso”, apunta Mariana.

Cuando tu hijo vuelve a casa, ¿ponés límites en cuanto al uso de redes sociales?

“El objetivo no es que los chicos no usen el celular sino que lo puedan usar responsablemente. Y para eso hay que volver atrás, porque el celular entró al aula con todo, sin limitaciones. Ahora volvemos atrás y ponemos condiciones”, indica Acorsi.

En este sentido, Eileen Noble, directora del Bede´s, señala: “Vemos con preocupación el uso, porque no se usa bien, con fines pedagógicos o para construir conocimiento. Se usa para distraerse y dis- socializar. Por la pandemia, muchos chicos llegaron a la adolescencia sin habilidades sociales y el celular les da una oportunidad de esconder eso. Es algo que como escuela debemos abordar, por eso nosotros armamos un bolsillero, para que los chicos lo dejen allí y aprendan a controlarse. Tenemos además una semana de desconexión, en la que directamente los teléfonos no vienen a la escuela”.

Cuentas fake y hostigamiento en las aulas

Otro conflicto que irrumpió en los colegios de la mano de las redes sociales fue la creación de cuentas falsas que afectan a los distintos actores de la comunidad educativa.

Romina González coordinó el equipo que logró disolver la problemática de la aparición de cuentas fake en el Instituto Santo Tomás de Aquino, de Ramos Mejía. Allí, al igual que en muchas escuelas, empezaron a notar que a comienzos de año se hacían perfiles falsos en las redes con el nombre del colegio, que eran manejadas por alumnos, y estaban destinadas a difundir “chismes y confesiones”.

En estas cuentas anónimas se suelen publicar fotos que se toman durante las clases, ya sea de profesores o compañeros, con el objetivo de hostigar a otros, con información sobre sus intereses, su orientación sexual y otras cuestiones.

“Lo detectamos a través del consejo de alumnos y decidimos intervenir. Hablamos con ellos sobre los likes y sobre que esas cuentas existían porque había quienes las miraban. Entonces, allí en el aula, les pedimos que sacaran sus teléfonos, que denunciaran las cuentas fake y que dejaran de seguirlas. Los chicos lo hicieron. Así, se cerraron esas cuentas. Hablamos con ellos, les explicamos que eso es difamación y es un delito, que ellos o sus padres pueden tener que afrontar”, relata González.

También en el Santo Tomás de Aquino se sacaron los celulares del uso diario mediante un bolsillero. De este modo, desterraron, por ejemplo, los desafíos de Tik Tok. Uno de ellos consistía en pedir un kilo de helado por delivery y que el repartidor lo pasara a través de la reja del colegio en horario de clase. Todo quedaba filmado y se subía a las redes. “Eso se terminó desde que pusimos al celular en su lugar, que es guardado, para que los chicos puedan concentrarse en aprender”, señala González.

En el colegio San Ignacio de Loyola, en Berazategui, las cuentas fake se convirtieron en un verdadero problema. “Desactivamos unas dos o tres por año”, cuenta Marisa Pieroni, la directora. “Nosotros no podemos prohibir el celular, porque hay que tener en cuenta el contexto. Acá no hay una computadora por chico, se usan con fines pedagógicos. Pero lo tienen que tener guardado. Además, decidimos darles wifi a través de una contraseña que dura una hora, cuando lo pide el docente. Y bloqueamos las redes sociales, juegos online o sitios de apuesta”, explica la directiva.

Además, tuvieron que pensar soluciones para aquellas situaciones en las que los chicos sacaban el celular por alguna tarea en el aula y terminaban navegando sin rumbo. “Compramos calculadoras y se las prestamos cuando las necesitan. También les damos diccionarios. Lo importante es adelantarse y ser creativos”, concluye Pieroni.

En el Colegio San Martín de Tours también tomaron cartas en el asunto con diversas iniciativas. De hecho, al ser consultada para esta nota, su directora general, Mariana Gallagher, acababa de enviar una nueva reflexión a la comunidad educativa. “Como adultos, podemos ejercer control sobre el tiempo y la importancia que le damos a nuestro celular y a todas las aplicaciones de videos y redes sociales. Nuestros hijos no tienen ese control, lo debemos ejercer nosotros. Es de vital importancia que estemos presentes en la vida virtual de nuestros hijos para que no pierdan el sentido de la herramienta tecnológica y se desorienten en su uso”, dice uno de los párrafos del texto que los padres están recibiendo por estas horas.

Texto de Evangelina Himitian

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