En abril, las operaciones se habían multiplicado por cinco. Quien vende los US$ 200 en el blue gana más que lo que paga un plazo fijo en un año.
Es esa época del mes en que, el que todavía puede, compra su ración de dólares. El exiguo pero igual atractivo cupo oficial de US$ 200. Ya en abril, aún en plena cuarentena pero con una brecha disparada, las ventas del dólar solidario (recargado con un impuesto del 30 %) se habían multiplicado por cinco en los homebanking. El número de compradores casi se triplicó.
Pero una ola de restricciones arrasó mayo y cambió las reglas de juego no sólo para los grandes jugadores sino también para el pequeño ahorrista que busca dolarizarse.
Las medidas del Banco Central apuntaron básicamente a dos objetivos. Por un lado, que el que compre oficial, no compre alternativo. Esto es, quien quiera pagar $ 91 que no alimente el circuito bursátil para obtener divisas a $ 108 (dólar Bolsa) y a $ 115 (contado con liquidación, que permite además girar el dinero al exterior). Y por el otro, tratar de «endulzar» un poco el ahorro en pesos con mejores rendimientos por los depósitos.
Primer problema: aún con el blue algo desinflado, el «puré» sigue tentando (comprar solidario y vender blue, según se le dice en la jerga).
Con el dólar informal a $ 138, quien compraba los US$ 200 mensuales con $ 17.700 podía ganar $ 10.000 o 56 % (asumiendo que conseguía un minorista a $ 68 más el recargo).
Hoy, con la cotización del blue en $ 125, y presuponiendo un minorista algo más caro ($ 70), la ganancia es de $ 6.800 o 37 % sobre una inversión de $ 18.200. Es casi la tasa efectiva anual que garantiza desde hoy como piso el BCRA para un plazo fijo.
Por supuesto que hay quienes sólo compran para atesoramiento (colchón, caja de ahorro, caja de seguridad) pero son momentos duros en los que quien tiene algo de liquidez, busca maximizarla.
Ahora, para quienes hacían puré o además compraban dólares en la Bolsa a través de la compra-venta de bonos (lo que ya implica tener una cuenta comitente y contemplar comisiones pero con la ventaja de no estar sujeto a ningún cupo), las cosas se pusieron bastante más complicadas.
Dólares alternativos, bloqueados
Fueron dos medidas que realmente trabaron el mercado y al menos por ahora, mientras se rearma, lo redujeron a una tercera parte de lo que era en materia de negocios.
Primero, a principios de mayo, el Central dispuso que quien quiera comprar US$ 200 a precio solidario no podrá haber realizado operaciones con dólar Bolsa o contado con liqui en los 30 días previos y deberá comprometerse a no hacerlas tampoco en los 30 días posteriores. Ese compromiso queda plasmado en una declaración jurada, que en el proceso de compra online se reduce a un click. La semana pasada, este período de veda se extendió a 90 días. Esto es, seis meses en total.
Pero hay un desincentivo que realmente puede ahuyentar a un minorista. El 25 de mayo se estableció el «parking» para la compra de dólares alternativos (ya existía para la venta). Quien quiera dolarizarse mediante bonos en el mercado deberá dejar «estacionados» durante cinco días hábiles esos títulos antes de poder venderlos contra dólares para hacerse de divisas.
La restricción añade un nivel de riesgo a la operación de la que antes carecía, ya que la compra y la venta del título se hacía en forma instantánea. Ese compás de espera que se impone, con la volatilidad a la que están expuestos hoy los bonos argentinos, implica en la práctica que uno desconoce cuál va a ser el precio de salida, es decir, la cotización que va a pagar al cabo de esos cinco días.
Lo que explican en la City es que una posible solución es que el inversor tenga una pequeña posición de «bonos parkeados», con una antiguedad de más de cinco días, para poder operar. Pero para los ahorristas de la «dolarización hormiga» no parece muy viable y casi invita a adentrarse en el mundo del blue.
De hecho, muchos de quienes compran su «cuota» preasignada de dólares por homebanking nunca se asomaron a estos mercado. Pero es probable que las restricciones que se fueron apilando últimamente aliente antes que neutralizar su apetito por el billete.
Con estas medidas, y otras que pusieron presión sobre exportadores e importadores, las cotizaciones cedieron, pero tampoco se derrumbaron. En mayo, el dólar Bolsa cayó 4,1% y el liqui, 1,1%. En el año trepan en torno al 50% en ambos casos. La brecha entre el dólar mayorista y el liqui se acomodó en un nivel del 65%, después de haber tocado un máximo de 85%, que superó la marca del cepo anterior.
«Endulzar» el ahorro en pesos
Claro que la intención oficial es otra: que el ahorro en pesos disuada de ir al dólar. La decisión se tomó el 17 de abril: establecer un piso para la tasa que pagan los bancos por los depósitos. Ocurrió en un momento en el que el exceso de liquidez en el mercado había hundido las tasas en general, entre ellas la del plazo fijo, que llegó a 18%.
El Banco Central había liberado demasiados pesos (desarme de Leliq) para que las entidades financien los créditos subsidiados en el marco de la pandemia pero el efecto inmediato no fue el buscado y lo obligó a intervenir.
La tasa mínima garantizada avanzó de a un casillero a la vez. Primero fue anunciada para minoristas con plazos fijos de hasta $ 1.000.000. Se estipuló que sería equivalente la 70% de la tasa de política monetaria que el BCRA les paga a los bancos por invertir en letras de liquidez (Leliq) (38%), es decir, 26,6%.
Pocos días después, el 30 de abril, se elevó de $ 1.000.000 a $ 4.000.000 el monto máximo de los plazos fijos que eran alcanzados por esta tasa asegurada.
El 17 de mayo se extendió la medida a las empresas, precisamente la semana en que el blue tocó $ 140 y la brecha superó el 100%. Y el 29 mayo decidió elevarla al equivalente al 79% de la tasa de política monetaria, esto es, una tasa mínima nominal del 30% y una tasa efectiva anual del 35%.
El argentino rara vez hace un plazo fijo más allá de los 30 días, con lo que a la hora de medir los rendimientos contra la inflación, conviene hacerlo en forma mensual. De la tasa del 30% anual, surge un retorno mensual del 2,5%. Esto significa que la variación de precios debe ser inferior a 2,5% para que el valor de compra del ahorro quede preservado.
En abril, con muchos precios congelados, la inflación fue de apenas 1,5%, después del 3,3% marzo. Por ahora, se encuentra «pisada» por los efectos de la cuarentena pero los economistas esperan una aceleración en la segunda mitad del año.
Según el último relevamiento de expectativas del Banco Central entre las consultoras, el Indice de Precios al Consumidor nivel general subiría 44,4% este año y 49% los próximos 12 meses. A partir de julio, esperan una inflación mensual arriba del 3%.
Laura García
Clarín Economía