En la Argentina se venden propiedades en dólares, los bienes -tengan insumos importados o no- aumentan «por las dudas, por la expectativa devaluación» y hay revuelo por si el billete verde tiene cara chiquita o grande.
Son todas escenas de una dolarización casi de facto, pero no de jure. Formalizarla, advierten economistas con distintas formaciones y visiones, no es (al menos todavía) la solución que necesita el país.
Esta semana se viralizaron los dichos del economista estadounidense Steve Hanke, exasesor de la dolarización de Ecuador, sobre el peso argentino: que hay que matarlo, que hay que ponerlo en un museo y que hay que darle la bienvenida al dólar como moneda oficial. También es un discurso que sostienen economistas liberales locales, como Diego Giacomini y Javier Milei. Pero varios otros referentes del análisis macroeconómico local advierten que, por más que la propuesta parezca seductora en tiempos de desesperación, no sería la solución para los problemas domésticos.
«Es como si quisieras adelgazar y le pusieras un candado a la heladera: en realidad, tenés que hacer dieta», resume Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de Eco Go. Para la economista, dolarizar trae varios problemas, pero no resuelve la dificultad principal de la Argentina: la corrección de la situación fiscal y de los precios relativos. Y si ya se hizo ese ajuste, se podría recuperar la moneda local, entonces dolarizar perdería sentido.
Ese es el mismo razonamiento que propone Daniel Artana, economista jefe de FIEL. «Estar dolarizado requiere estar dispuesto a hacer un esfuerzo fiscal para generar un colchón por si ocurre un shock externo. Es decir, si ya bajé la inflación, ¿de qué sirve dolarizar?», dice. El problema, añade, es que la cuestión de adoptar el billete estadounidense como moneda nacional sigue resonando porque en la Argentina quedó demostrada históricamente «una incapacidad de tener las cuentas fiscales equilibradas», y esto «quizás sea la única manera de obligar a los políticos a tener cuentas sostenibles».
Él mismo confiesa que durante años fue contrario a la dolarización y asegura que no cree en las soluciones mágicas ni le gustaría perder la moneda, pero «después de ver la habilidad que tiene la Argentina en fracasar para hacer una política fiscal sustentable» en los últimos 70 años, queda «espacio para ser escépticos».
Hasta el momento, solo se mencionó la receta clásica en su formato más abstracto. Otra traba para dolarizar que mencionan los economistas son las características intrínsecas de la Argentina. Artana habla de una falta de lazos comerciales o al menos de socios cuyas monedas fluctúan contra el dólar, como en el caso de Brasil. «Eso te plantea el mismo dilema que hubo con la convertibilidad: cuando Brasil devaluó en el 99, la Argentina se metió en problemas», detalla. Es decir, la local es una economía que quedaría expuesta a shocks externos sin demasiada capacidad de maniobra monetaria, fiscal o cambiaria, ya que estos tres puntos dependerían de las decisiones que se tomen en Estados Unidos.
Miguel Kiguel, director ejecutivo de Econviews, suma: «En general, el problema que tiene la Argentina es un mercado laboral muy rígido, un gasto inflexible a la baja, presión tributaria altísima y regulaciones que complican la inversión; la pregunta es: dolarizando, ¿arreglo estos temas? Y la respuesta creo que es no», sintetiza.
Para el economista, la convertibilidad fue la prueba de que los sindicatos locales no cambian porque haya una dolarización, que el gasto público no se vuelve más flexible a la baja y que los shocks externos pegan mucho más fuerte. «Se está buscando la magia, y la magia no existe», añade.
En la práctica, una dolarización obligaría a desarmar la mayoría de los controles de capitales. «De esta forma, la economía se volvería mucho más procíclica y, en los escenarios adversos, las consecuencias negativas se agravarían», suma Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina, y sigue: «Cuando tengamos una crisis o algún problema económico, saldrían capitales, lo que implicaría necesariamente una contracción de la base monetaria, porque los dólares serían la base monetaria, y se agravaría la recesión».
Entonces, ¿por qué la discusión sobre dolarizar vuelve insistentemente? Porque tiene una característica inmediata atractiva. «En un país como la Argentina tendría una ventaja importante, porque elimina la inflación y es reactivante en el corto plazo; requiere ordenar las cuentas rápidamente al eliminar la capacidad de emitir, y eso forzaría a los políticos argentinos a poner las cuentas fiscales en orden», resume Kiguel.
A pesar de que no cree que este sea el momento de dolarizar, el economista Fernando Marull (FMyA) añade que la sociedad argentina ya está casi dolarizada de hecho, por lo que plantearlo formalmente hoy no tendría un costo alto a nivel opinión pública. «Para un país normal, esto sería costosísimo; pero la Argentina viene haciendo toda la tarea mal y tarde, y esto se vería como una manera de quitarle a los gobernantes el manejo de la política monetaria, fiscal y cambiaria, donde hace años se ve irresponsabilidad», puntualiza.
En este contexto, además, gana fuerza por el exceso de pesos que meten presión sobre la dinámica cambiaria y un «riesgo de fogonazo inflacionario pronto», agrega Dal Poggetto. En el corto plazo, una dolarización bajaría la inflación, pero a medida que avanza, no es estática sino dinámica, señala la economista. «No te resuelve tus problemas estructurales: no maneja por sí sola la puja distributiva en forma constante con el equilibrio fiscal, y además en un país que hoy no tiene crédito». Recuerda que, en los primeros años de la convertibilidad, en la Argentina hubo un 60% de inflación en dólares «aun habiendo hecho el ajuste previo» a ingresar al régimen.
Hay cuatro países del continente que usan al dólar estadounidense como su moneda de curso legal. Son Panamá, El Salvador, Bahamas y Ecuador. Para sumar argumentos en contra, los economistas citan el caso de este último. «Es un país atado al dólar y dependiente del precio del petróleo, y generalmente las commodities hacen un ciclo contrario a la moneda estadounidense», apunta Dal Poggetto. Además, añaden, la dolarización de este país no le impidió tener complicaciones con su deuda soberana.
Para terminar, Artana recuerda un paper del economista de UCLA Sebastián Edwards, que a inicios de este siglo comparó el crecimiento económico de países dolarizados con países no dolarizados y que no encontró mayores diferencias entre ambos, pero sí una mayor volatilidad en los primeros.
Por: Sofía Terrile