Por las trabas a la importación, los argentinos estamos condenados a pagar hasta 5 veces más por los productos que consumimos.
Por Iván Carrino (Inversor Global).- Salgo de mi casa y me dirijo al supermercado. La decisión de ir al supermercado “A” en lugar de ir a otro negocio de provisiones tiene que ver con la cercanía, los precios que allí se consiguen, la calidad de los productos y la variedad que pueda encontrar.
En el camino, me asaltan dos individuos. Me toman por la fuerza y me dicen que me quede tranquilo. Que nada va a pasarme si hago lo que ellos me dicen. A poco de caminar entre empujones y forcejeos, llegamos a otro lugar. Se parece bastante al supermercado al cual me dirigía, pero me doy cuenta que no es el que yo había elegido. Están los alimentos y las bebidas, están los productos de limpieza, están los aderezos y hasta el stand de comidas para llevar.
Sin embargo, no veo ni la misma calidad, ni la misma variedad, y ni de cerca los mismos precios. Los sujetos que me arrastraron hasta ahí me explican que sí, que en realidad ésta es la mejor calidad que se puede conseguir, que aproveche que los precios están lo más bajo posibles y que, además, considere que al comprar en este mercado estoy haciéndole un enorme favor a todos los que allí trabajan y al barrio que lo rodea.
Pregunto: ¿si el nuevo supermercado es tan fabuloso, para qué me obligaron a entrar?
Por muy alejado e inverosímil que el ejemplo anterior pueda parecer, es exactamente así como funciona el proteccionismo. Mediante trabas a las importaciones, que pueden tomar la forma de tarifas aduaneras, tipos de cambio artificialmente elevados o restricciones burocráticas varias, los gobiernos buscan frenar el ingreso de productos del extranjero, favoreciendo deliberadamente a los productores locales pero a costa de los consumidores.
Una muestra reciente de los costos del proteccionismo fue provista por la Cámara Argentina de la Mediana Empresa. En un comunicado de prensa, que buscaba criticar la habilitación con restricciones del servicio “Puerta a Puerta” para compras al extranjero, divulgaron un cuadro comparativo de los precios de algunos productos cuando éstos venían fabricados de China o cuando éstos eran fabricados por la sagrada “industria nacional”.
El cuadro, que puede verse más abajo, es más que elocuente sobre el costo que implica restringir el comercio internacional.
Como se observa, incluso pagando aranceles del 50% sobre los precios de los productos importados, la indumentaria resulta hasta 67,3% más barata si su origen es China. Así, restringir el ingreso de esos productos al mercado local, está haciendo que los argentinos paguemos hasta 3 veces más por un “vestido casual” para favorecer a los empresarios textiles.
Aún con aranceles, lo mismo ocurre en la industria juguetera, en los productos de decoración para el hogar y en la electrónica. Allí, los precios son de dos a tres veces más altos que los de origen extranjero.
Ahora bien, si se redujeran los aranceles a cero, los productos importados serían todavía más baratos. Para el caso de la indumentaria, los consumidores argentinos podrían pagar hasta 78,2% menos de lo que se paga por un producto “Made in Argentina”. Es decir, pagamos hasta 5 veces más.
El proteccionismo genera pobreza. Si pudiéramos comerciar libremente con el mundo, los ingresos reales de los consumidores nacionales crecerían. Al gastar menos en este tipo de bienes, tendríamos más ingreso disponible que podríamos utilizar para gastar en otros bienes y servicios que nuestra economía produzca. En tiempos en que mucho se debate acerca del salario real de los trabajadores, ¿qué mejor política que incrementarlo mediante la posibilidad de comprar bienes y servicios con hasta el 78,2% de descuento?
Los costos del proteccionismo recaen especialmente sobre los más pobres. En definitiva, quien está más arriba en la pirámide de ingresos, puede hacer el esfuerzo de pagar de más por los productos que consume. Sin embargo, con escasos ingresos, éste no es un lujo que puedan darse los que menos tienen.
Ahora frente a la contundente evidencia respecto de los beneficios del comercio internacional, la respuesta frecuente es que ese beneficio se vería contrarrestado con una masiva oleada de despidos. Este argumento es erróneo. Basta mirar lo que sucede en Chile o Perú, quienes hace años tienen políticas de apertura comercial y no han tenido problemas de empleo.
Además, un análisis más extenso indica que los países más abiertos al comercio internacional, no solo no tienen problemas de empleo, sino que son, en promedio, 5 veces más ricos que aquéllos que deciden levantar todo tipo de trabas y barreras.
Si hay problemas de fondo que dañan la competitividad de algunos sectores, como la carga tributaria feroz, la elevada inflación o las incontables regulaciones, entonces lo que deben encararse son reformas estructurales. Pero acudir al proteccionismo es simplemente agregarle problemas a los problemas, y empobrecernos a todos para favorecer a sólo algunos.
Con altas regulaciones comerciales, el país tiene más de 30% de pobreza, inflación de las más altas del mundo y una economía estancada hace 4 años. No sería mala idea probar, aunque sea una vez, con reformas que prioricen la libertad y el bienestar de los consumidores.