Economía

Déficit fiscal, una adicción de la que la Argentina nunca pudo salir

El Gobierno trazó un plan que no será fácil a travesar donde intentan mejorar los ingresos con más carga impositiva, además de bajar los gastos; de los últimos 123 años, el país sólo anotó números positivos en 12

Por: Diego Cabot
Esta nota empieza con un ejercicio para el lector. Primero deberá tomar una lapicera y anotar la edad. A su lado, anotar el 10% de esa edad. Habrán quedado dos números. El de la izquierda, en el que ahora hay que hacer foco, es por lejos el más chico. Significa los años de la vida de cada uno en que los ingresos personales fueron más altos que los gastos. Ahora bien, con semejante ecuación (uno de cada 10 aproximadamente con superávit), cada uno deberá preguntarse: ¿A quién podría pedirle dinero después de semejante descalabro? ¿ A qué tasa me prestarían? ¿Cómo sería mi reputación financiera a esta altura, y después de tantos años de déficit?

Algo así le pasa a la Argentina. Y no de ahora. Lo ilustró el ministro de Economía, Luis Caputo, en el mensaje grabado y vuelto a grabar en el que anunció el paquete de medidas que denominó de emergencia. “La Argentina -dijo- tuvo superávit en 13 de los últimos 123 años. El déficit fiscal es una adicción de la que el país no ha podido salir”.

Esta lógica de pensamiento lleva a la discusión respecto que cómo hizo el país para mantener el gasto, o incluso duplicarlo, pese a que lo que recaudaba era insuficiente. Los sucesivos gobiernos transcurrieron por todo lo imaginable. Hace muchos años se gastaron el oro del Banco Central, se endeudaron con créditos o emitieron deuda soberana (otra manera de endeudarse). Hace no tanto tiempo, se vendieron empresas públicas para lograr recaudación extra y mantener el nivel de gasto.

De regreso al ejercicio práctico, también sería ilustrativo saber cómo hizo cada uno para financiar el 90% de su vida , e incluso, duplicar el gasto en ese tiempo. Posiblemente también haya pedido créditos y también haya liquidado stock, como algún bien, una herencia o las joyas de la abuela.

Pero claro, la monumental diferencia que hay entre uno y otro, entre el Estado y el lector de esta nota, es que el primero tiene la potestad de financiar todo lo que quiera con dinero que emite. Es decir, tiene el monopolio de la fábrica de billetes. Ahora bien, esa solución no es mágica y tiene consecuencias.

Vale que cada uno se pregunte qué hubiese hecho si en un cuarto de la casa estuviese instalada una pequeña impresora de pesos, ¿nadie la habría usado? Seguramente, la gran mayoría, sí. Pero claro, los vecinos, que conocen la reputación de gastador serial, que ya no lo consideran financieramente solvente y que dudan de su reputación, posiblemente le pidan más pesos para pagar lo mismo que ayer se cancelaba con menos billetes. Y a más vueltas y vueltas que da la impresora, pues más y más pesos se pedirán para comprar lo mismo. Bienvenidos a la Argentina inflacionaria, sin crédito y con dudosa reputación en el mercado.

Ahora bien, el lector podría preguntarse, con relativa obviedad, por qué no ajustar los gastos o mejorar los ingresos para equilibrar los números en vez de encender la máquina o mendigar créditos o perdones. Como se dijo, es toda una obviedad, pero la Argentina nunca logró hacer semejante epopeya fiscal.

No se le podrá decir a la política argentina que no ha hecho el intento. El punto es que la fórmula del equilibrio tiene dos tres posibilidades. La primera es gastar menos; la segunda, recaudar más, y la tercera, una mezcla de ambas. La historia argentina demuestra que la clase dirigente pasó años, décadas diría, empantanada en la primera de las tres solucione: aumentar la recaudación con más carga fiscal. Vaya si ha sido eficiente en eso que llevó los indicadores que miran el peso de los impuestos en el PB están en niveles récord, al menos hasta el último cambio en el impuesto a las ganancias, ahora en proceso de reversión.

Bajar el gasto, el segundo remedio, es una alternativa que hace perder elecciones, que provoca eyecciones anticipadas de ministros de Economía y entonces, los sucesivos gobiernos lo evitan. Sólo para poner un ejemplo. En 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, el peso del gasto público representaba el 24% del producto bruto interno (PBI). Pasaron 20 años y actualmente, pese a que no está cerrado este 2023, se estima que terminará en alrededor de 43%. Es decir, en 20 años, el peso del Estado aumentó su tamaño 80%. Sólo en el período de Mauricio Macri esos números cayeron (de 43 a 37% del PBI), pero claro, perdió la elección y resignó la presidencia.

¿Qué se propone el presidente Javier Milei para terminar con los años de déficit? Pues lo que Caputo anunció son justamente, medidas de emergencias que combinan ambas cosas: menos gastos y más ingresos. Es decir, la tercera opción de aquellas posibles.

Ese es el proceso que la Argentina empieza a desandar. Y claro, atacar fuerte el problema central de la economía no es gratis. El camino, dijo el Presidente, no es fácil y tampoco corto. Pero a su modo de ver, no hay otra posibilidad.

Su idea es que cuando las cuentas se equilibren, los números rojos no existan, la reputación mejore y, entonces, prenda la máquina de imprimir dinero, tenga que poner menos billetes para comprar lo mismo. Si cumple sus ideas de campaña, en ese momento cambiará los pesos por dólares para que ya nadie pueda volver a encender las imprentas.
Diego Cabot

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