Es que no se puede rifar tan infantilmente lo que hasta ese momento era una cómoda victoria del elenco local, si bien ajustada en el tanteador pero sin ningún sobresalto en el trámite, cuando corrían 30minutos del complemento.
En la primera etapa -que el Lobo dominó casi a voluntad pero sin contundencia- las cosas terminaron sin goles habiendo tenido el local dos ocasiones muy claras: una que la visita despejó sobre la raya y la otra donde el travesaño se opuso al cabezazo de Palavecino, suficientes para establecer un superioridad que no se concretó en los números. Fueron 45 minutos donde Gimnasia trabajo, buscó, corrió mucho (y pensó poco), mientras Agropecuario, inferior e irresoluto, se limitó nada más que a defenderse.
Gimnasia arrancó la segunda etapa con muchos bríos y clara disposición a finiquitar rápidamente el pleito. Y así logró la temprana apertura a través de Soria. Luego, el juego cayó en la intrascendencia, con el local creyendo que ya tenía los tres punto en el bolsillo y con un visitante casi resignado a la derrota pero esperanzado en sacarse la lotería (o el «bingo rifa») para rescatar algún puntito milagroso.
Y el milagro aconteció a los 30 minutos: centro sobre el corazón del área que atrapa en lo alto el aquero Sosa mientras detrás suyo caen algunos que atacan y otros que defienden. Un par de ellos que se empujan en el piso y el árbitro que marca un insólito penal para la visita, en un pequeño tumulto donde nadie podía aseverar «quién tiró la primera piedra». Pero el resultado fue la expulsión de uno por bando y la extraña decisión del árbitro que concluyó en el inmerecido empate para Agropecuario. Y la pregunta que se le podría hacer una vez más a Gimnasia: ¿Es posible ser tan infantiles como para involucrarse en tamañas boludeces?