Tigre frenó a River y le impidió acercarse al puntero: fue empate 1 a 1

El empate en Victoria le dejó sabor a poco; el conjunto millonario tiene potencial para volar alto, pero se mantiene en la irregularidad general
Enzo Pérez, con la cabeza, con el corazón, pero ni siquiera así le alcanza a River para pelear a lo grande; también Facundo Colidio va por la pelota, en el 1-1 de Tigre por la Liga Profesional. Mauro Alfieri

River sigue lejos de su mejor versión. Va, busca, intenta. Lo da todo, pero no le alcanza. Para pelear por el título, hace falta algo más. Solo con bonitas ráfagas, no logra la confirmación.

Por: Ariel Ruya

El 1-1 de este sábado contra Tigre, en Victoria, lo certifica: se mantiene lejos, también, de Atlético Tucumán.

Durante buena parte de 2022, River sufre de vaivenes, contratiempos, luces y sombras. Perdió la frescura de tiempo atrás, más allá de la doble despedida, de Julián Alvarez y Enzo Fernández. Se cae, como en la derrota con Sarmiento, en su casa, se levanta, como en las goleadas sobre Newell’s y Central Córdoba, reacciona con fundamentos técnicos de su estilo, se confunde cuando pierde su sello distintivo. Y exagera, por ejemplo, con pelotazos y centros, sobre todo, del lado de Herrera y Solari, desde el sector derecho. Borja es una hipótesis interesante (1,82m, pícaro en las alturas), pero ese exceso de envíos aéreos es un recurso que el ciclo de Marcelo Gallardo solo sostuvo en épocas de ideas sueltas.

Contra Tigre, el buen juego fue una intención de deseos. Un mano a mano de Borja, que controló Roffo fue un verano pasajero. A River, al River de este tiempo, todo trámite parece costarle un esfuerzo mayúsculo. Lógicamente, el Tigre de Diego Martínez, que ya lo despidió de la Copa de la Liga pasada con una pragmática tarea en el Monumental, le demandó un excesivo sudor.

Los intérpretes de buen pie debieron meterse en el barro. Palavecino, De la Cruz, por citar dos ejemplos. Correr, marcar, luchar, más allá de algunas sutilezas. En esa sintonía general, una recuperación de Enzo Pérez derivó –previa asistencia de De la Cruz– en una joya de Solari, desatado, tal vez el mejor exponente del último mes en el fútbol argentino. Y no solo en River. Levantó la cabeza, lanzó un zurdazo por encima del arquero. Un golazo para abrir un nudo.

Tímido, inexpresivo, Tigre se animó con la obligación de redescubrirse. Menossi, Fernández, Protti, Colidio, los apellidos son los mismos del pasado reciente, pero sus fundamentos parecen otros. Menos punzantes, apichonados. Mateo Retegui mantiene el colmillo afilado: con 11 tantos, es el goleador del campeonato.

Con espacios, con confianza, De la Cruz es una puerta abierta. Es un volante completo, creado a imagen y semejanza de lo mejor del repertorio de todos los ciclos del Muñeco. Táctica, habilidad, compromiso grupal: cuando quiere, cuando lo dejan, no corre, va sobre patines. River es un equipo mejor cuando el uruguayo toma nota de su jerarquía. En el juego de los solistas, un vuelo salvador de Armani, que casi siempre está listo para la resistencia. El espectáculo ganó en intensidad. Tigre se animó, River respondió. Una lucha de opuestos. En el ida y vuelta, un bombazo de Retegui desde 50 metros casi sorprende a Armani.

Una mano de Mammana, excesivamente despegada del cuerpo, llamó la atención del VAR, que invitó a Patricio Loustau a revisar la acción. No hubo dudas: penal, que Retegui definió con clase.

Gallardo dispuso el ingreso de Suárez, a cinco minutos del cierre. Tal vez, demasiado tarde. Un jugador de su jerarquía, más allá de sus problemas físicos, merecía más minutos, en un contexto complejo, cambiante, en el que River solo se impone de a ratos.

“Cuando no ganás, te queda un sabor feo”, reflexiona Javier Pinola. “Nos pudimos haber llevado los tres puntos, hay que seguir trabajando para llegar arriba”, avisa Pablo Solari. Buscó, insistió, no pudo. Un punto que parece poco: River sigue lejos, en la tabla. Y en lo que más le importa: de su antigua clase.

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