Tiempo atrás, cuando apenas empezaba a caminar en el mundo del fútbol profesional, Ariel Holan describía qué hace falta para ser un buen entrenador. Lo definía, palabras más, palabras menos, en tres conceptos.
1) «Debe tener una buena conducción de grupo, debe saber elegir a los futbolistas para lo que él desea hacer. Y tiene que tener una buena metodología de trabajo, para llevar a la práctica esas ideas».
2) «Hay que plantearse objetivos y tener la capacidad para cumplirlos. Hay que capacitarse, dedicarse y rodearse de gente capaz».
3) «Lo ideal es que pueda lograr que su equipo haga lo que él pretende y tratar de optimizar -con los recursos con los que cuenta-, el rendimiento del grupo. A veces no se sale campeón pero se consiguen objetivos que se basan en esos parámetros».
Más allá de las virtudes y defectos de Holan como conductor -hoy está en Universidad Católica-, su claridad conceptual aporta una valiosa mirada en la antesala de un clásico, San Lorenzo-Racing -a las 17.35, en el Nuevo Gasómetro-, con dos entrenadores siempre observados. Diego Monarriz saltó de las inferiores a primera en un curso acelerado de aprendizaje, se inclinó por jóvenes promesas, se peleó con los hermanos Oscar y Ángel Romero y no logra estabilizarse. Sebastián Beccacece saltó de Independiente a Racing, ganó un clásico para la historia, pero no se afirma y los líderes lo miran con recelo. Supieron ganar encuentros influyentes: San Lorenzo superó a River en el Monumental y a Vélez con un hombre menos. Y la Academia todavía saborea el 1-0 con 9 jugadores ante Independiente.
¿Son más importantes la estrategia, la táctica puntual, el liderazgo? Todo eso está puesto sobre la mesa en un clásico atractivo, que define cuestiones que van más allá de tres puntos sobre el césped. En el casillero de las etiquetas -decisivas en nuestro medio-, Monarriz es defensivo y Beccacece es ofensivo. Detrás, hay un mundo.
«Licha [López], por experiencia y jerarquía, entiende todo. Nosotros podemos aportarle cosas pequeñas, pero no mucho más porque ellos son los que mejoran al entrenador, como con Darío [Cvitanich]. Uno aprende de ellos», advierte Beccacece, que busca crear «un equipo flexible y con variantes tácticas para que no nos neutralicen; la idea es no ser predecibles». Pocas veces lo logra.
Monarriz siempre fue observado con recelo, porque dirige un plantel numeroso y de cierta calidad. La decisión de mantener a Ángel, relegar a Oscar -la misma idea que había tenido en el traumático entretiempo en Córdoba- y volver a la línea de cinco es una decisión personal, lógica de su creencia, más allá de la mirada interna y de la opinión pública. De eso se trata la función de entrenador: de tomar decisiones. Como ocurre en Independiente-Gimnasia (a las 19.40, en Avellaneda), con Pusineri y Maradona en el ojo de la tormenta.
Por: Ariel Ruya