San Lorenzo – Huracán empataron 1-1 y el festejo de Bareiro desató la bronca de Cóccaro y el Globo. El Globo y el Ciclón se sacaron chispas; el golazo de Pussetto parecía romper una racha de 22 años, pero… el final tuvo de todo
Por: Alejandro Casar González
Se juega el minuto 53 del segundo tiempo. El Nuevo Gasómetro hierve y la pelota quema. Huracán gana 1-0 y tiene un jugador más porque San Lorenzo, su rival de siempre, sufrió la expulsión de Gastón Hernández. Diez contra once, el Ciclón tira uno y mil centros. Cambia su idea: no busca volumen de juego, sino una pelota que lo salve de la derrota. El balón va hacia el área del Globo y sus defensores no saben cómo despejar.
Caen Lucas Carrizo y Fernando Tobio (”fue un tackle”, dirá el arquero Lucas Chaves). Franco Alfonso no divisa a Gastón Ramírez, el uruguayo de 34 años que se transformó en el lanzador de los dirigidos por Rubén Insua. El charrúa se desploma en el área. El árbitro, Pablo Echavarría, cobra el penal. El VAR, que todo lo revisa, se queda callado. Convalida la decisión y el estadio explota.
Va Adam Bareiro, especialista. Acaba de ser convocado a la selección guaraní. El 9 azulgrana engaña a Chaves y define con una frialdad que contrasta con lo que pasa en el campo. Ensaya un festejo que enciende aún más a sus rivales: un bigote. Justo la seña personal de Matías Cóccaro, su colega. El 9 de Huracán. Lo que sigue es un tumulto, bien característico de este tipo de partidos. Y dos tarjetas rojas: a Ignacio Pussetto, del Globo, y a un ayudante de Insua, entrenador del Ciclón. Lo que sigue, también, es el final del partido. Y el festejo de todo el Nuevo Gasómetro. Y la bronca de todo el plantel de Huracán: los de Parque Patricios desperdiciaron una oportunidad única de cortar la racha de 22 años sin victorias en el Bajo Flores.
Ese final es el mejor resumen del partido, jugado como amerita un clásico: con más músculo que neuronas. Con más vértigo que pelota en la suela. No hay en la tarde del Nuevo Gasómetro demasiado espacio para la improvisación. La primera emoción casi llega temprano: Pablo Echavarría, el árbitro, está seguro de haber visto una mano de Lucas Souto ante un centro del “Perrito” Barrios. Hay abrazos y gritos entre el público azulgrana, que se imagina una tarde con varios goles. Nada más lejos. Porque Souto jura y perjura que no es mano. Sus compañeros reclaman lo mismo. Lucas Nobelli, el árbitro de VAR que ve todo desde el predio de Ezeiza, decide llamar a su colega para que revise la jugada. Esa decisión da idea de un “error obvio y claro” por parte de Echavarría. El árbitro va al monitor y se corrige. No hay penal. Sí hay un clásico muy caliente.
Un par de jugadas después, Huracán le recuerda a San Lorenzo que la tabla anual es un accidente. Y que no coincide con el momento de los equipos. Este equipo del Globo está en las antípodas de las versiones anteriores. Algunos defienden, otros juegan; todos corren. Cóccaro, uno de los que juega, aprovecha una buena jugada de Pussetto (otro de los talentosos) para rematar de primera. La pelota pide gol, pero se encuentra con el travesaño. Esta vez, los hinchas de San Lorenzo respiran.
El clásico no pierde vértigo en ningún momento. Pero tiene un momento bisagra al comienzo del segundo tiempo, con la expulsión de Gastón Hernández. Otra vez, San Lorenzo a jugar un tiempo con uno menos. Como contra Racing, otro partido clásico; otro encuentro de mil revoluciones.
Insua intenta reordenar a los suyos y manda a Carlos Sánchez al lugar del jugador que ya no está. Huracán se adelanta y huele sangre. La encuentra diez minutos después, en una pelota que no puede despejar la defensa del Ciclón y le queda a Pussetto. El ex Watford, Udinese y Sampdoria remata de primera, sin darle tiempo de reacción a Augusto Batalla. Es el 1-0 de Huracán, que tiene un hombre más.
Lo que sigue es una etapa de control por parte del Globo. Hasta que ocurre lo esperado: el penal del final, en otro centro que no puede ser despejado por los defensores. Como en el gol de Pussetto, pero en el otro arco. Empate, festejo con polémica, final y declaraciones cruzadas. “¿El Bigote? Es para un tío mío, en Paraguay”, se justifica Bareiro tras su celebración. Cóccaro, en cambio, está en llamas: “Vinimos a buscar los tres puntos y ellos se metieron atrás con dos líneas de cinco. Jugaron a colgarse del travesaño”, brama el uruguayo en TNT Sports.
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