No fue un partido de tenis: se trató de una película de ciencia ficción de tres horas y 38 minutos de duración, en la que se lucieron dos actores de altísima jerarquía, pero en la que sólo uno se adueñó del Oscar.
Rafael Nadal, uno de los deportistas más competitivos y optimistas de todos los tiempos, lo hizo de nuevo. En Barcelona, en el court que lleva su nombre de leyenda, el mallorquín ganó un partido de novelesco frente a un rival, el griego Stefanos Tsitsipas (5° del mundo), que llegaba de conquistar Montecarlo, nada menos. El resultado, 6-4, 6-7 (6-8) y 7-5 en favor del español, fue el registro de una final épica (así, sin exageraciones).
Acostumbrado, desde que se hizo profesional, a escribir capítulos cargados de valentía, Nadal volvió a esquivar los obstáculos como sólo él sabe hacerlo. Ante un rival más joven (22, contra 34 años) que se muestra cada día más maduro y que ya conoce bien cómo es saborear las mieles del éxito (al del Principado hay que sumarle el trofeo de la Copa de Maestros 2019, en Londres), Nadal fue empujado hacia los límites y debió utilizar hasta la última cuota de energía para imponerse. La celebración, dejándose caer sobre esa mismísima tierra anaranjada que tanto lo alimentó (lo alimenta y lo alimentará), fue el mejor resumen del desahogo emocional. En la definición del Conde de Godó se disputaron, con dientes apretados, 242 puntos en total: 123 fueron para Nadal.
Rafa llegó a los 87 títulos individuales, el número 61 sobre polvo de ladrillo (en las estadísticas lo siguen Guillermo Vilas con 49, Thomas Muster con 40, Bjorn Borg y Manuel Orantes, ambos 32). Pero nada le resultó sencillo al Matador. Se encontró ante un rival envalentonado, sin temores, que se plantó sobre el court con fiereza, castigando de drive y soltando el revés de una mano sin complejos. Fue todo un desafío para el dueño de casa, que estaba 11-0 en finales allí jugadas.
Algo titubeante con el servicio (cometió cinco doble faltas y el griego le generó trece oportunidades de quiebre, concretando dos), Rafa se las ingenió para llegar a estar 6-4 y 5-4, pero Tsitsipas dio un golpe sobre la mesa y sobrevivió. No sólo eso: en el tie-break del segundo parcial, el español estuvo 4-2, pero el heleno, con una gran capacidad de resiliencia, dio vuelta el score y llevó las acciones al tercer set. Rafa, con menos combustible en el tanque, encaró el parcial definitivo sabiendo que nunca había perdido una final en polvo de ladrillo habiendo tenido puntos de partido (la única había sido sobre superficie dura, en Doha 2010, vs. Nikolay Davydenko).
Claro que en el ambiente también sobrevolaba el recuerdo del último Abierto de Australia, cuando Tsitsipas derrotó a Nadal por 7-5 en el quinto set, por los cuartos de final. Con máxima tensión en ambos lados de la cancha, siguieron batallando como si fuera el último día de sus vidas. Se sabe: en los duelos mentales, el ganador suele ser el mallorquín. Y así fue, saliendo de situaciones límite con audacia, algo de fortuna y sangre fría.
Tsitsipas, que arribó a la final catalana con nueve victorias seguidas y 17 sets ganados en forma consecutiva, contó con un match point: Nadal sacó 4-5 y 30-40, pero Stefanos no lo pudo aprovechar. En el último game del partido, además, el veinte veces campeón de Grand Slam sacó 30-40, salvó el break-point y luego pudo cerrarlo. No sólo para ganar su primer título en la temporada, sino para continuar acrecentando su leyenda infinita. El partido quedará apuntado como la final al mejor de tres sets más larga desde que la ATP empezó a registrar las estadísticas en 1991 (también superó a las semifinales del sábado en Belgrado, de 3h26m, entre Novak Djokovic y Aslan Karatsev, el vencedor).
“Bravo Rafa, estoy realmente celoso de ti. Te lo has ganado, te lo mereces, eres uno de los grandes competidores del tenis y del deporte. Sabes que no soy el primero en decírtelo. Te felicito”, se rindió Tsitsipas (también finalista en Barcelona 2018) ante Nadal, durante la ceremonia de celebración, ganándose una ovación. “He estado progresando toda la semana. Esta es una victoria importante para el futuro. Es un trabajo diario. Tienes que aceptar el reto, ser humilde para aceptar no siempre jugar bien, luchar para encontrar soluciones. No hay nada más que podamos hacer”, se sinceró Nadal, el rey.
Dieciséis años después de subir del número 11 del ranking al 7 después de ganar su primer título en Barcelona, Rafa regresará al número 2, con el deseo de recuperar el liderazgo que ostenta Djokovic. Desde aquel 2005, el español logró un récord histórico de 813 semanas consecutivas en el Top 10. Al margen de los números, los torneos de Madrid, Roma y Roland Garros aparecen sobre el horizonte cercano. Nadal, una fiera siempre hambrienta, huele a sangre.
Sebastián Torok