En la soledad de su cuarto, una pequeña Naomi Osaka escuchaba una y otra vez a Satoshi, el protagonista de la serie Pokemon, decir: «Llegaré a ser el mejor, el mejor que habrá jamás».
Cuando comenzó a jugar al tenis, la japonesa convirtió esa canción en un mantra que a los 21 años transformó en realidad al alcanzar el primer puesto del ranking de la WTA y que certificó este sábado, al ganar su segundo US Open y el tercer Grand Slam de su carrera.
Lo hizo mostrando una prueba cabal no sólo del buen tenis al que acostumbra, sino también muchísima actitud para remontar un partido que se le había presentado cuesta arriba. Desconocida, había perdido el primer set 6-1 en 26 minutos, casi sin ofrecer respuestas.
«La verdad, por mi mente pasó que iba a ser muy vergonzoso perder la final en menos de una hora», reconoció antes de recibir el trofeo.
Quizá con ese pequeño objetivo, de cortísimo plazo, de no pasar papelones, sacó fuerzas para hacer un mejor partido que desembocó en un gran nivel de tenis para pasar a dominar y llevarse el título.
«Quiero felicitar a Vika y decir que en realidad espero no jugar más contra ella en finales. No la pasé nada bien, fue un partido muy difícil», le reconoció la campeona, que subirá del 9° puesto al 3°, a su rival.
Nacida en Osaka y criada en la región de Hokkaidoō hasta los 3 años, cuando su familia decidió mudarse a Long Island, Nueva York, y luego instalarse en Florida, Naomi empezó a recorrer el camino que la conduciría a cumplir con la promesa de la canción de Pokemon a los 8, por decisión de su padre, Leonard François, quien veía en ella y en su hermana Mari -con la que solo se lleva un año- a las posibles hermanas Williams del futuro.
Mari, también profesional, no logró acercarse al nivel de Naomi, que se convirtió en la primera japonesa en ganar Grand Slams individuales y en alcanzar el número 1 del ranking.
Pero Naomi no se quedó ahí. Hoy es una activista del deporte y denuncia la violencia racial en Estados Unidos. Tanto que en este US Open eligió poner en su tapabocas nombres de víctimas de la violencia policial.
«¿Cuál es el mensaje que quería dar? ¿Cuál es el que recibieron ustedes?», preguntó desde la retórica. «El punto es lograr que la gente empiece a hablar», aseguró.
Sobre el alcance de su medida, dijo: «Estando adentro de la burbuja, no estoy segura de qué estuvo pasando en el ‘mundo exterior’. Todo lo que sé es lo que se dice en las redes sociales y cuantos más retuits tenga, aunque es tonto decir esto, más gente hablará».
15 días atrás, Osaka se había bajado del Abierto de Cincinnati y entonces denunció: «Ver el continuo genocidio de personas negras a manos de la policía realmente me enferma el estómago. Estoy cansada de que cada pocos días salga un nuevo ‘hashtag’ y estoy absolutamente cansada de tener esta misma conversación una y otra vez».
Su decisión de hacer pública esa problemática social no afectó su rendimiento. Por segunda vez en los últimos tres años, la japonesa consiguió llegar hasta la final del Abierto de Estados Unidos. En la definición de 2018 había derrotado a la exnúmero uno del mundo Serena Williams.
Justamente, ese día su carrera despegó. Esta «hafu» -nombre con el que se conoce a los mestizos en Japón- había conseguido vencer a la maestra y sin embargo lo celebraba con vergüenza. Se sentaba en la silla y seguía llorando por el que era el segundo título de su carrera (había ganado Indian Wells seis meses antes) y el primer Grand Slam para una singlista japonesa.
Poco tiempo después, ganó otro: el Abierto de Australia. Subió al máximo escalón del ranking y las marcas se lanzaron sobre ella: la compañía de coches Nissan le ofreció patrocinio; Adidas se comprometió a mejorarle el contrato pero firmó con Nike, que la convirtió en una de sus deportistas mejor pagas, según la revista Forbes.
Pero entonces entró en un espiral del que le costó salir: ganó 13 partidos y perdió 7, siempre con jugadoras fuera del top ten. Le fue mal también en los Grand Slams y terminó cediendo el liderazgo del ranking.
No fue todo. En marzo de 2019, su exentrenador Christophe Jean le reclamó sus dos millones de dólares, amparándose en un acuerdo que había firmado con el padre de Naomi. A finales de ese año anunció el final de su relación con el serbio Sascha Bajin, quien la entrenaba desde diciembre de 2017.
«Todos piensan que fue un problema relacionado con el dinero, pero no lo fue. Es una de las cosas más hirientes que he escuchado. A cada miembro de mi equipo lo veo como parte de mi familia. No les haría nada de eso», afirmó cuando comenzó a trabajar con el belga Wim Fissette, con quien -pese al parate por la pandemia de coronavirus- reencontró su juego.
En medio de ese panorama, en octubre de 2019 tuvo que elegir entre Japón y Estados Unidos para disputar los Juegos Olímpicos y la Copa Federación. Eligió ser la líder y figura del seleccionado nipón.
«Inesperadamente, pese a haber pasado los peores meses de mi vida, también tuve algunos de los mejores, porque conocí gente nueva y pude hacer cosas que nunca había pensado hacer», contó recientemente.
En esa transformación, el siguiente paso será reafirmar su posición como la sucesora de Serena Williams. Mal no le está yendo: en el último lustro, ninguna jugadora ganó tantos Grand Slams como ella.
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