¿Te sorprende que a solo días del inicio crezcan las protestas por tu falta de democracia, tus lujosos estadios construídos con trabajo esclavizado y tus leyes que postergan a las mujeres y a la diversidad sexual?
Es cierto, el viejo Primer Mundo que hoy observa tus modales de nuevo rico, es también el mismo que te compra petróleo y gas, te vende sus mejores hoteles y galerías y te corteja para hacer más negocios. Y que ahora elige moralizar con la vidriera siempre ruidosa de la pelota. Nos dice que no tenemos que gritar tus goles. Que debemos boicotear tu Mundial.
Parte de ese mismo Primer Mundo te permitió ganar aquella votación de 2010 pese a que estabas ranqueada última y el favorito era Estados Unidos. La “vendetta” del FIGAGate impulsado por el FBI solo condenó a dirigentes latinoamericanos corruptos, pero todos sabemos que también el Viejo Continente te dio algunos votos, aunque lo hiciera invocando “razones de Estado”.
¿No suena gracioso que París te haya vendido su club bandera, el PSG, entre muchas otras cosas, pero se niegue ahora a instalar pantallas gigantes en sus plazas en protesta por tu Mundial?
La TV con derechos nos muestra en estos días tus hermosos estadios refrigerados con forma de tienda del desierto o concha marina, material reciclable, techo retráctil, ascensor privado para el Emir y hasta sector sensorial para niños autistas. Tu notable red de subterráneo de casi 30.000 millones de dólares.
La “pequeña Venecia” del barrio La Perla. Tu Museo Olímpico con Ferrari de Michael Schumacher y camiseta de Pelé. Tus camellos y halcones. Tus playas con cabañas flotantes y tu viejo puerto de los buscadores de perlas. Pero a buena parte del mundo, ya te has dado cuenta, ni siquiera le interesan Messi, Neymar o Mbappé, sino tus obreros maltratados. Saber cuántos murieron en nombre de la modernidad. Si los gays podrán tomarse de la mano sin que se enojen los 3000 policías turcos que vigilarán el Mundial. Y si echarás a los periodistas que “dañen” tu imagen.
Son periodistas que comienzan a llegar al país “en busca del auténtico Qatar, pero ya con una narrativa en mente”, escribió hace unos días Craig LaMay, director del programa de periodismo de Northwestern, la universidad de Estados Unidos en Qatar. Una “narrativa que puede tener gramos de verdad”, dice LaMay, pero que también es “una caricatura desinformada o exagerada”. ¿Recuerdas, Qatar, el sonado artículo de 2021 en The Guardian que denunciaba 6.500 trabajadores muertos por culpa del Mundial y que fue repetido sin rigor alguno por casi todos los medios? La misma cuenta que exhibieron solo días atrás hinchas alemanes, suponiendo que todo extranjero que muere en Qatar, por la causa que sea, es obrero, migrante y explotado. La simplificación, lamento Qatar, también es un arte periodístico.
Pero tienes allí también el último número de la revista Time, que aclara que, en rigor, el Mundial contrató apenas el 2 por ciento de tus trabajadores migrantes y que tus (tardías) reformas te colocan casi como pionero mundial sobre cómo reglamentar el trabajo obrero en temporadas de calor extremo. Sutilezas que hoy ya poco importan. Como intentar dejar de mirar desde lo alto y comprender algo más sobre el mundo árabe, musulmán, sobre Mahoma y el Corán. Y, de paso, sobre las rémoras del viejo colonizador europeo que en su tiempo balcanizó la región para seguir dominando.
¿Importará saber que algunos de tus principales críticos también construyeron su modernidad gracias a la explotación de los más pobres? No. Has copiado lo peor de nosotros. Y ahora te exigimos que indemnices con 440 millones de dólares (el mismo dinero de premios que pagará el Mundial) a los familiares de los obreros muertos, no importa cuántos, dónde ni cuándo. Indemniza Qatar, así podemos gritar los goles sin culpa. Es cierto, conmueve cada historia de obrero explotado que leemos estos días en la prensa del Primer Mundo. Todas tan reales como Musa, el empleado etíope de la estación Souq Wakif del metro, fana de Brasil, que hace unos días, cuando le dije que era argentino, me contaba riendo que llamó “Mario Gotze” a su hijo que nació en Nairobi en plena final del Mundial 2014. Como muchos otros, Musa sueña con seguir trabajando en Qatar cuando termine la Copa.
Si mejoraste el trato a los obreros, ahora, Qatar, tendrás que relajar el control porque ya llega la fiesta. Habrá más de un millón de turistas, un exceso para la pequeña Doha. Leo que, supuestamente, contrataste fans europeos para que animen, con vuelo, hotel, boletos y viáticos incluidos. No serán igualmente tan privilegiados como David Beckham, tu defensor VIP, a cambio de 15 millones de libras. Y leo también en The Observer que parlamentarios ingleses recibieron regalos tuyos el último año por valor de 250.000 libras, incluídos vuelos en Qatar Airways (en business, por supuesto) y estadía en hoteles de lujo. El Mundial como vidriera. El Mundial como lavado de imagen. El Mundial como negocio. El Mundial como posibilidad de cambio. El Mundial juego. El Mundial como búmeran. Y el Mundial modo hipocresía. Todo eso, Qatar, todo eso es un Mundial.
Ezequiel Fernández Moores