La charla de Bianchi en Japón que hizo llorar al plantel de Boca

Campeón con Boca y Vélez, elegido por Bielsa para la Selección, un día se hartó del ambiente y se retiró con 27 años.

Perfil de un músico que brilló en el fútbol: “Traté de ser lo menos boludo posible. He cometido errores, pero me desperté y dije ‘así no puedo seguir’”.

Por Rodrigo Tamagni

Hartazgo. Lisa y llanamente, hartazgo. Eso sintió en su cabeza el Rifle cuando miró sus piernas mientras corría en soledad por la ruta de Pilar. Hastiado del ambiente, de los amigos del campeón, de los dirigentes que patean para afuera a los rebeldes, a los que no cumplen el libreto. Un joven Falcioni lo había corrido de Vélez y Carlos Bianchi apareció para salvarlo. Se lo llevó a Boca, a préstamo, a salir campeón del mundo. Allá, le avisó meses más tarde, no lo comprarían porque era caro. Intentó ponerle ganas en Liniers, pero otra vez sintió que no había lugar para él en su casa de toda la vida, aunque ya había cambiado el técnico. Dudó: quizás era su sueldo “alto” o tal vez alguna vendetta por su padre, devenido de ídolo del Independiente Santa Fe colombiano a referente del gremio futbolero. El golpe final fue el mercenario mundo de los intermediarios, cuando le prometieron que iría al que consideraba un paradisíaco fútbol mexicano, pero antes tenía que pasar seis meses a ser líder de un Central en llamas. Llamó a los dirigentes rosarinos y fue claro en su mensaje. No tenía ganas, estaba desilusionado, largaba todo con 27 años.

Fernando Pandolfi dejó el fútbol profesional joven. Muy. Lo querían Racing y Banfield cuando dijo basta en el 2001. Nadie le creyó, sospechaban que era una mentira para marcharse a otra entidad, pero él, a casi dos décadas, se siente orgulloso de un detalle: se fue como llegó, sin caretearla. Ese mismo perfil sin pelos en la lengua es el que lo hizo “compinche” de Juan Román Riquelme en Boca o del Mono Burgos en la selección argentina. El que lo llevó a ser citado por Marcelo Bielsa para la Albiceleste –¡Y a usar la 10!–. A ser adoptado desde Boca por Bianchi con un cariño paternal cuando el Fortín le cerró las puertas. Y el que le permitió hasta cantar con Los Piojos en el Luna Park. Es el mimo estilo sin cassette que lo deja relatar que fumó marihuana en su época de jugador, que compartía tabaco en los vestuarios o que las pastillas para dormir que le dieron con el fin de ayudarlo en su época profesional le crearon una adicción. Ese desfachatado de Vélez, de Boca, del Perugia italiano, es también un hombre con sus luces y sus oscuridades. Un tipo que abre el corazón sin concesiones para reconocerse imperfecto y hablar de la depresión que lo atormentó y de vez en cuando nubla sus horas de cuarentena.

“Hay días que te peleás con la pared. A la gente que la pasa mal, que tiene algún problema de esos oscuros que no podés salir, de la depresión, de la droga, pedí ayuda. Lo primero que hay que hacer es pedir ayuda, porque solo es muy difícil. Más allá de que la decisión es tuya, sin ayuda de todos los demás no podés salir. Yo toqué fondo… En un momento toqué fondo y agarré a mi mejor amigo, que en su momento –cuando yo tenía 27 o 28 años– lo llevé a él a internarse porque estaba muy mal. A los 40 años, 39 años, me tocó a mí llamarlo a él y decirle, ahora te toca a vos, me tenés que llevar vos a mí. Te podés equivocar y no tenés que seguir en ese círculo de mierda que te hace mal. Es una equivocación, somos seres humanos. El que es alcohólico y vuelve a recaer, tampoco deprimirse porque recayó. Levantar un teléfono y decirle sinceramente a uno que sabés que te quiere de verdad: loco, ayer recaí, la puta madre, por favor, necesito ayuda. ¡Pedir ayuda que es lo que más le cuesta al ser humano!”.

El que habla ahora no es el futbolista, o ex futbolista. El Pandolfi que recuerda su pasado deportivo, a los 45 años, es el músico líder de Mil Hormigas. El que putea un poco al aire porque la inspiración se le fue, o así lo siente: “Ahora cada cosa que escribo me parece todo una mierda. En esa época me levantaba y por ahí componía enseguida algo”. La frase se desprende cuando habla del tema Siempre es lo mismo, que refleja la densidad del ambiente en el país “post 2001”, pero que se destaca sobre el resto porque lo grabó con otro “ex futbolista”: Junior Lescano, líder de La 25 y con un pasado con mote de promesa del ascenso en Quilmes.

— En ese tema hablás un poco de la miseria del país, de los problemas, y venís de un ambiente del fútbol que muchas veces choca al verlo desde afuera porque parece que se vive de la ostentación, ¿es tan así desde adentro?

— Depende el club, depende el técnico. En mi época se ganaba buen dinero porque nos tocó el 1 a 1, pero ganábamos en pesos. Me retiré en el 2001 y la plata que me debía Vélez la cobré en el 2003, 2004. Esos eran mis ahorros… En Vélez no éramos muy ostentosos. Y en Boca yo tenía un Golf, el Negro Ibarra también. Román tenía una camioneta Mercedes, pero ya era Román. Me acuerdo que un día vino el Chipi (Barijho) con un BMW y Bianchi lo mandó de vuelta. Usted no sabe manejar y viene con un BMW, no venga más. Es una anécdota conocida y fue real. ¡El Chipi llegó con un amigo manejando!

— ¿Bianchi se comportaba como un padre con ustedes?

— Bianchi siempre tenía un auto humilde, un tipo bastante austero en lo económico. Era su manera de darle el ejemplo a los demás: cuiden la plata que esto no es para toda la vida. En ese sentido, recién ahora, después de algún episodio en el cual decís me podría haber muerto o podría no estar hoy acá, me di el gusto de comprar un auto importado, pero recién a los 43 años.

— Empezaste a vivir distinta la vida…

— Sí, pero ahora ya estoy arrepentido. Me saqué las ganas y puedo andar con un auto nacional, me chupa un huevo. Me compré un importado y ahora no me siento cómodo tampoco. Me cuesta disfrutarlo. Mis amigos me dicen disfrutalo, dejate de joder, pero hay cosas que no se pueden disfrutar porque… Siempre lo mismo.

— No sirve de nada si vos estás bien, pero el resto mal…

— Claro. Encima, como soy medio nómade, voy y vengo con el auto que es mío, pero vengo alquilando hace como 8 años. No encuentro lugar en el mundo. Si me tengo que comprar una casa, primero está todo muy caro. Y, segundo, soy de Caseros, vivo en Devoto hace 25 años, pero sinceramente hoy por hoy gastar dinero para comprar un lugar y pensar en quedarme estacando ahí toda mi vida, no lo siento…

— ¿Te comiste la película del futbolista en algún momento, de los amigos del campeón?

— Y sí… Siempre estuve bastante bien parado… Traté de ser lo menos boludo posible. He cometido errores o he sido poco profesional en algunos lapsos de mi carrera, eso me costó salir del equipo y al toque uno se despierta y decís así no puedo seguir. Cuando pasás de vivir con tu viejo a irte a vivir solo, por ejemplo. A veces estás solo, llamás a amigos que vengan, a hinchar las pelotas y te quedás hasta tarde. Después, en un momento entendés que si no te ordenás no podés jugar.

— El otro día Juan Cruz Komar contó que se anima a discutir de xenofobia u homofobia en el vestuario, ¿cómo era cuando jugabas vos?

— Es otra época, ahora se puede hablar de eso. En nuestra época eran todas cargadas. No había un tema serio. Imaginate un pibe que tiene esos sentimientos, ¿cómo los va a decir en un vestuario donde son todos, prácticamente, por momentos, casi monos? Porque uno vive con el exitismo, el día a día. Un pibe que tiene esos sentimientos, es difícil que lo diga adentro de un vestuario y lo entiendan. Ahora quizá todo cambió y se pueden hablar las cosas, pero antes era todo mucho más caníbal. Si alguna vez tuve un compañero homosexual y no lo pudo hablar, me daría pena por él porque no pudo soltarse.

— ¿Terminaste pagando cara esa fama de rebelde, de rockero?

— Lo que más pagué caro es que nunca me senté a tomar un café con los dirigentes más allá de cuando me tenía que pelear un premio o un contrato. Entonces, como era bastante celoso del vestuario o del lugar del jugador, a veces les hacía jodas que por ahí terminaban jugando en contra. Por ejemplo, viajar en un chárter a jugar a Perú y que vengan 3 o 4 dirigentes. De repente si íbamos a Brasil, venían 15. Entonces agarraba el microfonito de la azafata y decía: “Me parece que hay gente de más arriba del avión, se pueden bajar por favor las últimas tres filas”. Se ve que mucho no me querían…

— En su momento reconociste que fumaste marihuana mientras eras futbolista, ¿eras un caso excepcional?

— En esa época la verdad era mucho más tabú que ahora. Éramos tres o cuatro que sabíamos que cuando terminaba el campeonato nos íbamos a juntar en alguna casa para sacarnos las ganas, porque la verdad que durante el año uno no puede fumar porque juega. Probé porro a los 16 ó 17 años. Me acuerdo que, en una charla, yo ya jugando en primera, empezaron a hablar en mi casa de las drogas, a crucificar a un pibe, y le paré el carro a mi viejo diciéndole que yo había probado. Imaginate, casi me matan.

— En esa línea, hay un debate sobre el “doping social” en el fútbol, ¿qué opinás?

— Si a un tipo lo excluis en vez de contenerlo, lo único que hacés es que se vaya a drogar más con lo que se estaba drogando. Si es alcohólico y tiene que esperar un año para el próximo partido, imaginate. Sí, va a entrenarse todo el año, pero sabe que puede tomar alcohol, tomar falopa; total, no le van a decir nada. En cambio, sabés que un pibe tiene problemas, lo agarrás y lo contenés… Y si querés, como castigo, le decís: ‘Ahora por boludo te vamos a hacer controles todas las semanas, jodete’. Es un poco vigilante, pero es una manera de cuidar al pibe que vos estás viendo que tiene un problema. Pero no hacerle un doping sorpresa en el club para después crucificarlo y no ponerlo. Es todo al revés. Está bien que el deporte no va con las drogas, estoy de acuerdo, pero tampoco va la discriminación hacia un deportista que se pudo haber equivocado.

El Rifle no tiene silenciador. Aquel delantero estético, que podía enroscarse entre la creación de juego y los goles, campeón con Vélez y Boca de múltiples títulos –incluidas copas Libertadores e Intercontinental—, un día entendió que la pasión desde niño se había agotado aunque sólo tenía 27 años. Corriendo en la soledad de Pilar, después de haber visto la final de la Libertadores de Boca desde la cama aunque había sido parte de ese plantel, notó que era la primera vez que disfrutaba de su pequeña hija por completo y colgó los botines. Se terminó. Entre la curiosidad por la música y “la mugre que hay en el fútbol”, hubo otro hecho que lo desgastó para tomar la decisión pero nunca antes había contado: el secuestro que sufrió en el 2001.

— Salí de mi casa, de Devoto para Caseros. En el medio me cruzaron un auto y la pasé como el culo. No sé cuántas horas estuve en la villa esperando porque no se podía sacar plata de los cajeros. Se llevaron todas mis tarjetas, me dejaron adentro del auto. Nunca lo conté, no se hizo público porque en el 2001 todavía no existían los secuestros express y debo haber sido de los primeros. Me llevaron a la villa y me tuvieron un tiempo. Los pibes se hacían los boludos, que no me conocían, me preguntaron qué hacía. Les conté lo que hacía y me empezaron a tratar mejor, pero hasta el día de hoy que no sé si fue al voleo o a propósito. No hice la denuncia porque los pibes no me robaron nada más que la cadenita y la plata que tenía encima, porque la plata del banco no la pudieron sacar. El auto no me lo robaron. Yo les decía en todo momento “quédense con el auto” y ellos: “No, no, queremos plata. Quedate tranquilo que no te va a pasar nada”. Todo esto fue en el medio, estaba entre que seguía jugando o no. Cuando me pasó, medio que me cambió el marote porque podría haberla no contado.

— ¿Te iban a apuntando todo el camino?

— Todo el camino… Y cuando vieron que no había plata en la cuenta, que volvieron de los bancos, uno me bajó con el arma en la cabeza del auto. Me apuntó y me dijo: “¿Cuánta plata tenes en tu casa?”. Yo ahí dije “loco estaba terminando mi casa, me agarró el corralito, no había jugado más al fútbol, no tengo un mango hermano, estoy como todo el país». Pim, pum, pam, medio que lo convencí. Me vaciaron el auto, me dejaron el short que tenía puesto y ojotas. Me subió el pibe al auto y me dijo agarrá esta derecho por acá que salís a San Martín, no te quiero ver más. Me fui a 200 kilómetros por hora. Encima, unos años antes me habían tirado tres tiros, en el 94 o 95, que me quisieron robar y yo no vi el arma del pibe, seguí con el auto y dos tiros pegaron en el auto.

En aquel enero de Pilar cerró en silencio una historia que había empezado de pibito en los vestuarios colombianos de Independiente Santa Fe acompañando a su viejo Carlos –quien hoy guarda la reliquia de la camiseta 10 de la Selección que usó una vez– y que se transformó en un camino soñado por muchos por los títulos, pero también por haber estado cerca de emblemas del fútbol argentino como Román, el Virrey, el Mono o el Loco.

— En ese ambiente tan complejo del fútbol, ¿por qué la gran mayoría habla bien de Bielsa a quien tuviste como DT en Vélez y en la Selección?

— Porque estoy seguro de que es incorruptible en todo. Me refiero a incorruptible en cuanto a sentimientos o poner un jugador por apellido. Jamás. Siempre ponía a los que mejor estaban. Hace que todos los que estén afuera se rompan el culo, porque sabés que si estás bien, te va a poner. Y dando clases de fútbol todo el tiempo. Era un tipo que a veces decías: ¿qué estamos haciendo? Y después, con el correr del tiempo, te vas dando cuenta de que cuando todos hacen lo que él dice, el equipo vuela y te pasa por arriba. Marcelo te vuelve loco y aprendés muchísimo. Le sacás el jugo por otro lado.

— ¿Bielsa te dio algún consejo en lo personal?

— A diferencia de Bianchi no hablaba mucho personalmente. No se te ponía a hablar de la familia, para nada. Él, si estabas bien, te ponía y listo. A lo sumo, si se enojaba por algo o tenías un mal partido, te llevaba a caminar con él, te explicaba, pero no era de meterse en la vida personal del jugador como por ahí sí Carlos. Carlos era más de decirte, si estabas jugando mal: “¿Estás de novio no?”, como cargándote que te sacaban piernas. O me veía medio mal dormido y me decía: “Es dura la vida del artista, eh”, y seguía de largo. Marcelo no, entraba al campo de entrenamiento una hora después que nosotros y empezaba a trabajar.

— Con Bianchi fuiste protagonista del famoso “¿no tenés ganas de entrar?”. ¿Cómo fue esa situación?

— Ese es un acting que hizo Carlos y quedó para toda la vida por la cortina de Fútbol de Primera. Esa cámara es de la mitad de la cancha de Lanús y nosotros estábamos haciendo la entrada en calor en el córner. Ahí se ve que dice “Fernando, vení», pero yo desde el ángulo no escuché el Fernando. Y yo me señalé el pecho, como diciendo ¿a mí? “Sí, a vos”. Yo ya estaba yendo corriendo, lo que pasa que esos 50 metros hizo todo ese acting por mi manera de correr media pachorrienta: «Dale, abrí los ojitos, ¿querés entrar o no querés entrar? Pero yo venía jugando muy bien y Bianchi era un tipo que siempre estaba atrás mío queriéndome hacer más 9 de lo que era, porque nunca fui 9 la verdad.

— Siempre contás que concentrabas en la misma pieza que Pochettino y Simeone, que ellos se la pasaban hablando de fútbol y por eso son los dos mejores técnicos del mundo, pero vos te ibas con Burgos: nunca contaste de qué hablaban con el Mono, que decidías tanto irte con él

— Nada, de cualquier cosa menos de fútbol. Pensá que yo no era compañero de él y nos hicimos buenos compinches en la Selección. Me iba a la pieza de él porque estaba todo el día tomando mate para no fumar tanto y para no comer tanto. Estaba en su mejor momento. El Mono estaba hecho una rana en ese momento. Se puso en forma y era una bestia. Estábamos con el arte de tapa del disco que estaba por sacar. Estaba copado por eso: yo no tocaba un puto instrumento en ese momento, pero me llamaba la atención. Escuchábamos un tema, otro, fumábamos un pucho, qué se yo, nos cagábamos de risa en el micro. En el micro yendo al entrenamiento el Mono se iba al baño del micro y se fumaba un pucho.

— ¿No te dicen nada si te agarran fumando?

— A mí una sola vez me agarró Bianchi, pero porque había olor en la pieza y mi compañero no fumaba. No quedaba otra que saltar y dar la cara. Y para mí se enojó, pero no me dijo nada. Entró a la pieza, olió a pucho y dijo: ¿quién fuma acá? Le dije: “Yo Carlos, ¿le molesta?”. “No, cada uno sabe lo que hace con su cuerpo”. Cerró la puerta y se fue.

— Cada vez que los medios enganchamos fumando a algún futbolista, se genera un escándalo y no se habla del tema en profundidad. Está mal, pero como dijo Bianchi: cada uno es dueño de su cuerpo…

— Sí, aparte si te querés cuidar… Yo, por ejemplo, no era un tipo de tomar mucho alcohol, pero como me costaba dormir me daban pastillas para dormir, las cuales después me crearon una adicción. Peor el que era de tomar alcohol todas las noches, terminó siendo adicto al alcohol. En ese momento, el pucho es lo de menos, porque corrés todos los días, tenes los pulmones más limpios. Hoy es un problema para mí el pucho. Yo más de cinco por día no fumaba. Me escondía de mucha gente para fumar. En Vélez no fumaba nadie la verdad, o nunca vi a nadie. En Italia, en la primera reunión de equipo que hubo, veo que pelan puchos todos, la gran mayoría. Éramos como 14 o 15 fumando, y yo estaba yendo a esconderme para fumar. En Perugia se fumaba. Había jugadores que se fumaban un atado por día y corrían como animales.

— Una vez dijiste que Bianchi los hizo llorar antes de la Final en Japón contra el Real Madrid, ¿qué es lo que les dijo Carlos?

— Sinceramente, era un plantel re ganador, pero en ese momento, en Japón, pasado el día seis o siete, había momentos en los que no nos hablábamos. Ya te digo: yo había llegado hacía cinco meses al club, pero los demás venían concentrándose porque a Carlos le gusta concentrarse dos días antes. Vivís con esa gente todo el tiempo. Y algunos tienen un gusto, otros tienen otros. Es normal que algún día no sientas ganas de verlo al otro. La verdad. Es lo que te pasa en tu casa, imaginate con 30 monos. Veníamos así… Y en un entrenamiento dos días antes del partido hubo un chispazo entre dos jugadores en el entrenamiento de la tarde. Hicimos un poco de táctico, Bianchi quería hacer media hora de fútbol para ver cómo estaba parado el equipo y hubo una pelota dividida que se jugó como si fuera un clásico River-Boca, salieron chispas. Se apuraron los dos jugadores, casi se agarran a piñas, pero enseguida te separan. En el fútbol tampoco es tan fácil agarrarse a piñas con un compañero. Pero ya terminó medio como el orto esa noche, todos con cara de culo, porque viste que se genera una incomodidad. Decís: ahora llegamos al vestuario y se terminan de pelear. En el vestuario no, decís ahora se pelean en el micro. En el micro no, y bueno ahora en la cena se arma. Pasó todo y al otro día Bianchi hace un entrenamiento matutino liviano antes de los partidos. Mientras se armaba todo, dijo: ‘Vamos al vestuario’. Él siempre reforzaba lo táctico en una planilla grande tipo pizarrón. Empezó y creíamos que era una charla tipo así, pero la charla fue en base a lo que había pasado el día anterior y lo que venía pasando. Me tienen los huevos llenos… Cuando dijo que estaba más tiempo con nosotros que con sus hijos, porque, seamos sinceros, a ustedes les pasa lo mismo, están más entre ustedes que con su familia. Yo tampoco quiero estar todo el día acá. Qué se yo cuántas cosas más dijo, pero la verdad que nos hizo lagrimear a la mayoría.

— ¿Cuando levantaste la mirada eran todos ojos rojos llorando?

— No sé si todos, pero unos cuantos, todos lagrimeando. Que era el partido más importante de nuestras vidas, que no sabíamos cuándo íbamos a volver a estar ahí, qué se yo. A mí me hizo peor porque yo sabía que no iba ni jugar. Entonces pensaba: “Esto no me va a suceder nunca más en la vida…”. Salimos del vestuario a entrenar y parecía que nunca había pasado nada, todo risas, y al otro día la rompieron, sinceramente. Pero como lo venían haciendo, nadie va a descubrir nada con que no eran amigos, eso pasa en Chicago, en Gimnasia de La Plata, Estudiantes, en cualquier club. Cuando decís: tenemos un gran grupo, es que es un grupo inteligente que, mas allá de las diferencias, los integrantes se supieron llevar, que cada uno ocupa su lugar. Los chisporroteos en una práctica existen en todos lados, en todos los clubes y todos los años, porque llega un momento en el que te cansás de que te peguen, o te cansás de entrenar y te agarrás con el primero que se te cruza. O alguno tiene una actitud de mierda y van todos a pegarle. Hay cosas que suceden. Es normal, en todos los planteles suceden.

— El otro día compartiste un mensaje elogiando a Bianchi, a Boca y a Román: ¿qué es lo que tiene Riquelme de distinto?

— Román no se come ni media, así como ustedes lo ven que habla lo justo y serio. En la intimidad es un tipo que dice dos palabras y te cierra la boca. No hay mucha explicación. Vos podés hablar mucho y después en la cancha ser un desastre. Román era un tipo de no hablar mucho, pero un tipo muy inteligente tácticamente. Con la edad se volvió muy inteligente en el manejo de los grupos; en estar atento si un compañero está pasando un mal momento, distraerlo, llevarlo a tomar una cerveza, preguntarle cómo está. Esas cosas la gente no las ve. A veces el que lleva la cinta de capitán no hace eso, lo hace uno que no tiene la cinta de capitán. Román se ganó la cinta con los años, por ídolo, pero cuando era chico era un tipo que tenía la misma personalidad.

— ¿Y futbolísticamente? Parece que con la cabeza ve más rápido el partido que el resto…

— Creo que son dones que te da la vida. De Román me acuerdo cuando volvimos cansados de Japón de jugar con el Real Madrid, que nos tocaba un partido difícil con San Lorenzo de local, antes de arrancar me dijo: “Tranquilo, que si está bien el grandote ganamos, porque una le voy a dar y él la va a meter”. ¡Y ganamos 1-0 con gol de Palermo!

— Hablás de ese diálogo de Riquelme sobre Palermo: el vínculo histórico de amor-odio, ¿era tenso vivirlo o se veía en pequeños detalles?

— No, entre Román, Martín, los Mellizos, qué se yo, eran grupos, como todos. Es un plantel enorme, con algunos te llevás mejor en el día a día. Éramos bastantes grandes, pero también había muchos chicos del club. Bianchi en ese sentido se maneja más tranquilo. Tiene a los 15 o 16 maduros que puede contar para una charla o los partidos más picantes, y después tiene a los del club, que conocen el club, que la tienen clara. Entonces a partir de ahí va armando su plantel. Yo llegué en un momento que hacía dos años o más que eran compañeros, habían ganado la Copa Libertadores, y la verdad yo no entendía cuál era el problema. No había un problema. Sí se notaba que no eran amigos, pero tampoco enemigos.

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