Independiente – Boca bajo la lluvia: cuatro goles, errores arbitrales decisivos y una suspensión insólita en el primer clásico de la Copa de la Liga Profesional

Acabó en empate, un 2-2 que distribuyó justicia en virtud de los errores y aciertos que Independiente y Boca se repartieron en un partido que tuvo más matices extraños que futbolísticos.

Un penal fuera de contexto, una expulsión inmerecida que fue y otra merecida que no se sancionó. Más goles que situaciones y un cierre insólito: en el minuto 88, cuando una lluvia desproporcionada había inundado la cancha, el árbitro Facundo Tello detuvo el choque, esperó 25 minutos y lo reanudó para el envión final.

Con la temporada en su fase inicial, los problemas de acople y funcionamiento son una norma. Es cierto que tienden a ser crónicos en Boca, que no encuentra un dibujo que le dé soltura a su juego para hacerse dueño de los partidos. Son ineludibles en Independiente, con un entrenador nuevo, varios cambios de nombres y una pérdida sensible de calidad individual.

A partir de esas premisas, imaginar un desarrollo armónico, con movimientos bien mecanizados para dejarle sitio a la improvisación en las zonas donde duele, era prácticamente una quimera, y durante buena parte del choque, lo visto mostró que hay poco sitio para las utopías.

Sebastián Battaglia decidió aceptar el coro de voces que le pedía un cuarto volante para mejorar la circulación de la pelota y ocupar el puesto de enganche por detrás de los delanteros. La apuesta por Aaron Molinas, sin embargo, se topó desde el arranque con la malla que le tejió Eduardo Domínguez del otro lado. Con mucho sacrificio para el retroceso, las líneas apretadas y una buena ubicación en el campo, Independiente le cortó a Boca las opciones de pase obligándolo a dividir el balón con pases largos que nunca hallaron destinatario.

El problema del local, previsible, era cómo transformar ese esfuerzo en productividad. La disconformidad del ex técnico de Colón con el andar ofensivo de su equipo quedó en evidencia por las modificaciones impuestas en la formación inicial de mitad de cancha en adelante. Hasta el clásico, Alan Soñora había sido el teórico encargado de dirigir las acciones de ataque, y Leandro Fernández, el de definirlas. El naufragio de ambos en sus respectivas misiones los trasladó a un banco de suplentes que mostró un contraste llamativo: cuatro delanteros netos sentados y ninguno dentro del campo. Ver el modo en que el Rojo solucionaba esa aparente carencia fue un interrogante que solo obtuvo respuesta con el ingreso del debutante Leandro Benegas en el segundo tiempo.

Entre las limitaciones de uno y la falta de fluidez del otro, el escenario invitaba al bostezo, y sin embargo, el primer tiempo deparó sorpresas impensadas. A los 15, en medio de la nada, Lucas Rodríguez, que reaparecía tras una larga ausencia, paró mal una pelota en su área; Sebastián Villa lo anticipó viniendo desde atrás y el lateral lo enganchó al estirar la pierna. Penal y gol de Benedetto. Unos minutos más tarde, la velocidad del colombiano complicó a Insaurralde, que lo frenó con un puñetazo. Facundo Tello le dio una vida extra con la tarjeta amarilla.

La acción derivó en un buen rato de golpes y discusiones del que sacó más jugo el Rojo. La culminación fue un córner que Gastón Togni transformó en la igualdad a los 30, y pudo ir más allá si Agustín Rossi no hubiera desviado un cabezazo de Andrés Roa a los 32. Fue entonces que Battaglia retrasó a Pol Fernández a la posición de doble cinco y, por fin, la circulación de Boca adquirió un poco más de criterio. El resultado fue el 2-1, fabricado a medias por el oportunismo de Benedetto y la endeblez defensiva del local cuando la primera mitad se estaba despidiendo.

El período de pruebas de unos y otros se prolongó en los 45 finales. Domínguez abdicó rápido de su idea de acercarse a Rossi a través de volantes que aparezcan por sorpresa e incorporó dos delanteros de área. Battaglia debió renunciar a la intención de un enganche cuando Fabra vio la segunda amarilla a los 24, justo cuando el diluvio comenzó a caer sobre Avellaneda.

Nada lograba levantar el nivel general, pero los rayos, los truenos y el agua revistieron de épica el cierre. Con un jugador más, Independiente fue con toda la determinación que desde el banco le transmitían los cambios ofensivos que sumaba su entrenador. La jugada le salió bien cuando a los 34 Lucas Rodríguez se reivindicó de su fallo en el penal: metió un perfecto centro bajo que Soñora empujó a la red por el segundo palo.

El final ya era una moneda al aire hasta que a los 43, con la cancha absolutamente encharcada y la pelota imposible de manejar, Tello detuvo el partido sin suspenderlo. Pero la larga pausa había minado las fuerzas. La reanudación no modificó nada y el empate le quedó pintado a un clásico que aun sin juego será difícil de olvidar.

Rodolfo Chisleanschi (La Nación)