Hallaron más de 2 millones de pesos en la casa del jefe de la barra de Rosario Central

Quién es Pillín, el hombre que lleva 20 años de violencia e impunidad.

Por Gustavo Grabia

Pillín es la acepción que popularmente se utiliza para calificar a una persona como el más vivo, el más pillo en un mundo donde la ley tiene ciertas licencias. Canalla, por su parte, es el apodo con el que comúnmente se conoce a Rosario Central. Ambas palabras, producto del bajofondo, se unieron en la ciudad santafesina para dar a luz a un personaje mítico en las tribunas del Gigante y en el barrio de Arroyito: Andrés Bracamonte.

Su figura es un imán de poder, dinero, negocios turbios, delitos y violencia, un cóctel que lleva ya casi 20 años sin que nadie pueda frenarlo. Hasta ahora, o por lo menos así parece: ayer al jefe de la barra brava de Central quién además gerencia por otras personas la tribuna de Newell’s, le allanaron su domicilio en el marco de una causa donde se investigan homicidios, usurpaciones de casas y extorsiones. Si bien la orden librada por el fiscal Miguel Moreno no incluía un pedido de detención, sí se llevaron varias cosas de la imponente casa de Bracamonte en un barrio privado de la localidad de Ibarlucea, distante 12 kilómetros de Rosario, incluyendo dos millones y medio de pesos en efectivo y cuatro celulares. Sí, leyó bien, dos millones y medio en contante y sonante. Porque los barras no se sabe de qué viven, pero que viven bien, es una realidad impactante.

Pillín ha dado sobradas muestras de surfear todas las investigaciones judiciales a lo largo de su vida y se verá cómo termina esta nueva causa. Su historia como jefe barra data de 2002, cuando al frente de un grupo al que dio en llamar Los Pillines, desbancó de la tribuna a los hermanos Juan Alberto y César Bustos, quienes habían heredado la barra a fines de los 90 de parte de su padre, Juan Carlos.

Desde entonces y por mucho tiempo hubo una guerra constante por el poder pero que siempre tuvo el mismo ganador: Bracamonte, quien sufrió un ataque a balazos en 2006 y acusó a sus rivales de haber contratado un sicario para matarlo. Con impecables conexiones a nivel político, policial y dirigencia deportiva, Pillín logró seguir en lo más alto del paravalancha y ampliar rápidamente su influencia. A punto tal que la barra manejaba pases de chicos de Inferiores, seguridad en los recitales que se hacen en Arroyito y la leyenda por Rosario cuenta que tuvo una comisión muy jugosa y nunca declarada en el pase de Ángel Di María al Real Madrid.

Cegado por el poder y por cómo fluía el dinero, Bracamonte cometió un par de errores que a otros le hubiesen costado caro: tuvo una causa por amenazas contra un empleado del club (quería que le diera carnets actualizados para su grupo de 700 barras, ante la inminencia de las elecciones internas de la institución), una denuncia por violencia de género, otra por presunto homicidio y una más por haber gobernado a piacere los partidos de la Selección en Rosario haciendo pasar gente a cambio de dinero y desbordando las instalaciones del estadio. Sus rivales creyeron que eso lo había debilitado y dos veces intentaron desbancarlo. Primero fue Luciano Molina, de la zona Sur, donde mandan Los Chaperos. Después Cato Molaro, también de ese sector. Pero no hubo caso: las batallas dejaron muertos y heridos con Bracamonte siempre como triunfador y pasando por entonces apenas 20 días en prisión.

¿De dónde surgía tanta impunidad? De sus relaciones políticas, claro, policiales pero sobre todo de su vínculo con el grupo Los Monos. Pillín entendió que él era un engranaje importante del submundo delictivo de Rosario, pero los verdaderos dueños eran la familia Cantero. El nexo barras y narcos quedó registrado en la fiesta de 15 de Mariana Cantero, hermana menor entre los seis hermanos. Allí posaron juntos a la cumpleañera Pillín Bracamonte, Mariano Salomón, lugarteniente de Ramón Machuca, alias Monchi (hermanastro de los Cantero y condenado a 37 años de prisión), y Daniel Teto Vázquez, histórico barra leproso. Esa relación umbilical también dejó una ofrenda para siempre en la bandeja alta del estadio Canalla: desde mayo de 2013, cuando fue asesinado Claudio el Pájaro Cantero, en la tribuna flamea una bandera con su imagen y la frase “Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros”.

Esa impunidad quedó también a la vista de todos los argentinos cuando la Justicia Rosarina le dio el plácet a Pillín para ir al Mundial de Sudáfrica, a pesar de que estaba con dos causas judiciales abiertas. Líder junto a Pablo Bebote Alvarez de la ONG barra Hinchadas Unidas Argentinas, en el país de Mandela no tuvo la misma suerte: lo apresaron en el aeropuerto, lo consideraron indeseable y lo deportaron. No se hizo mucho problema: en su patria chica siguió mandando y extendió sus dominios a la tribuna del rival de siempre. En 2016 hubo una guerra por el poder de la popular Leprosa que dejó cuatro muertos en tres semanas. Pillín se reunió en una estación de servicio de Granadero Baigorria con la dirigencia entrante de Newell’s y les ofreció pacificar la situación a cambio de sus servicios, claro. En dos meses, Los Monos se habían apoderado de la popular poniendo al frente a un viejo conocido de Bracamonte, el Pipi Arriola.

Su poder era tal que no sólo era amo y señor de buena parte de la ciudad, sino que cuando el derecho de admisión pasó de los clubes al Estado, tampoco se lo pusieron. Mientras los jefes de La Doce con Di Zeo a la cabeza o los de River con Caverna Godoy debían ver los partidos desde afuera, Pillín se paraba en el paravalanchas burlándose de todo y de todos. Hasta que en septiembre de 2018 lo agarraron en las inmediaciones de la cancha de Lanús repartiendo entradas de protocolo como si fueran caramelos. No se preocupó demasiado: ese derecho de admisión sólo terminó corriendo para Provincia de Buenos Aires. Otra vez había ganado.

Ahora, mientras el fútbol está parado por el Coronavirus y los negocios de la cancha se ven menguados, otra vez la Justicia posó los ojos en su vida: ayer le allanaron la casa, le encontraron una fortuna pero no terminó tras las rejas. Pillín, como siempre, debe haber hecho apenas una mueca de resignación, pensando que perdió una batalla, pero como la historia lo demuestra, a la larga, siempre termina quedándose con todas la guerras.

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