Julián Älvarez, brillantísima figura en la goleada a Brasil
Lionel Scaloni se fue corriendo al vestuario. No bien terminó el partido, quiso dejar que la fiesta fuera de los jugadores. Los fuegos artificiales que aparecieron en el Monumental, los flashes, las cámaras. Su última aparición pública ante millones de personas había sido segundos antes, pidiéndole a Dibu Martínez que no haga jueguitos con el partido 4-1
La Argentina había maravillado al mundo del fútbol una vez más (y nada menos que ante Brasil) y no necesitaba del cotillón para hacer lucir más la historia. El legado de esta selección argentina se notará aún más con el correr del tiempo, pero ya nada borrará la magnitud de un ciclo que no sólo fue (es) ganador, sino que además lo hace con un juego brillante, emocionante y contundente.
En la previa al partido con Brasil, el equipo argentino no sólo se exponía a que cualquier actitud personal contamine el fútbol (por actitudes o reacciones a provocaciones del adversario), sino que volvía a tener el desafío de jugar sin Lionel Messi ni Lautaro Martínez, el capitán generador de fútbol y el centrodelantero implacable por características y estirpe. Además, la Argentina se había quedado sin “9” suplente porque Santiago Castro se había lesionado. Sin embargo, la mejor forma de reemplazar ausencias así es con una nueva actuación con “fútbol total”. Sin Messi ni Lautaro Martínez, todos fueron “10” y “9” al mismo tiempo. La mejor estrategia.
Si “jugar bien” es “hacer lo que pide el partido y cada jugada en cada momento determinado”, esta selección tiene una solución para cada problema. Como el médico que encuentra una receta para cada síntoma o molestia corporal. La posesión ante Brasil fue del 56%, pero –a los ojos del público- fue del 80%. La diferencia fue abismal. Argentina lo borró de la cancha con un juego tan simple como casi imposible de desactivar: pases al pie del compañero y la mayoría de las veces sin saltear líneas, rotación, movilidad, ataques al espacio, el famoso “llegar es mejor que estar”. ¿Y quién llegaba? Todos: desde los laterales Molina y Tagliafico hasta los mediocampistas y delanteros, todos con alma de enganches o delanteros: Paredes, De Paul, Mac Allister, Enzo Fernández, Almada, Julián Álvarez…
Argentina generó avances respaldados para poner a seis jugadores dentro del área adversaria. Y cuando no tenía la pelota, le cerró los pasillos internos. Magnífico: “Si Brasil quiere atacar, que tire centros”, fue el plan. Y la única vía de escape que tuvo el equipo de Dorival fue tirar centros que terminó atenazando Dibu Martínez o rechazando de cabeza Cuti Romero.
Así como la selección de México 86 desplegó un “fútbol total” jugando casi sin delanteros, por momentos con los esquemas 4-6-0, 3-7-0 o 3-6-1, Argentina ante Brasil fue 4-1-4-1 o 4-4-2 pero para ponerle un punto de partida. Luego, en la cancha, la movilidad y el “entendimiento”, las sociedades, fueron tan fabulosas que armaron los golazos que vio el planeta.
En el 1-0 el giro de Thiago Almada y su gran pase encontró de “9” a Alvarez, pero justo Julián es un delantero todoterreno, que se puede mover por afuera o como segunda punta, hasta detrás del 9. En el 2-0 la bola lisa de Molina encontró a Enzo Fernández tras otra jugada descomunal de pases y precisión, con 33 toques. Hubo algo de “suciedad” en ambas, desvíos o toques que pudieron alterar la eficacia de cada acción, pero las concepciones de las jugadas… Es muy difícil poder hacer lo que se quiere hacer (y de manera tan brillante) por más que se entrene en la semana, se diagrame en el pizarrón. Se necesita de un gran convencimiento del cuerpo técnico y también cómo se lleva ese mensaje a los jugadores. Y, también, hay una gran confianza futbolística entre los propios futbolistas: todos saben que cada uno tiene un rol y que lo van a aplicar por el bien del equipo. Y que no hay figura más determinante y poderosa que el funcionamiento colectivo.
En el 3-1 el “9” fue Mac Allister, con una resolución que generaría envidia hasta en el centrodelantero más habilidoso que haya existido en la historia de Brasil. Y ni que hablar de la asistencia de Enzo Fernández, de primera y casi sabiendo de memoria dónde iba a aparecer un compañero. El 4-1 es otro avance respaldado y la determinación que nunca se da una jugada por perdida: el envío de Tagliafico cruzado lo encontró a Giuliano Simeone, que resolvió con alma y vida, como juega esta selección. Y la cantidad de situaciones colectivas y respaldadas que ni siquiera terminaron en situación de riesgo, pero también generaron aplausos. Emoción pura para un DT como Bilardo, donde desde Dibu Martínez a Julián terminaron siendo “todocampistas”.
Argentina, en México, encontró el equipo ideal también con un sistema 3-7-0, con Pumpido; Brown; Ruggeri y Cuciuffo; y después… Enrique, Batista, Giusti, Burruchaga, Olarticoechea, Maradona y Valdano; todos rotando sin posiciones fijas, a tal punto que hubo partidos en donde jugó con ocho mediocampistas derechos distintos para salir airoso con la posesión. ¿El 9 era Valdano, Maradona o Burruchaga? ¿O todos?
Pep Guardiola tiene anclajes con la Argentina, pero hasta cierto punto. Fue curioso que nunca hablara de la selección de Bilardo de 1986 porque representaba todo lo que luego él predicaría treinta años después desde el juego de posesión y posición con dinámica, la circulación del balón y sin posiciones fijas: desde la sorpresa táctica con un stopper llegando a tirar un centro como wing derecho y la concepción de un fútbol avanzado. Ahora tiene revancha: porque si Pep realmente mira para Sudamérica (y le hace un seguimiento a un futbolista que dejó ir como Alvarez), seguro se levantó y aplaudió en la madrugada de Inglaterra el fútbol de la selección. Quizás lo manifieste y haga alguna mención en la próxima conferencia de prensa de Manchester City. Después de la “revolución” que generó Guardiola con su Barcelona, viene la selección de Scaloni. Por continuidad en títulos, pero sobre todo por los caminos elegidos para ser campeón, con un juego que no para de evolucionar y todavía no conoce su techo. Si cometió la injusticia de nunca hablar del equipo de Bilardo, ahora lo puede hacer de la selección de Scaloni.
¿Hay un método para jugar sin Messi?, le preguntaron al DT argentino en la previa: “Hay que buscarlo. Cuando no está hay que buscarlo. Por suerte tenemos grandes jugadores y ellos lo hacen a la perfección, se adaptan muy bien a cada contexto”. Y, de alguna forma, daba indicios de lo que pasaría luego: “Ser competitivos. Estos chicos llevan el ADN de jugar por la camiseta. El mensaje se entendió desde el primer día. Y es verdad que el equipo no ha bajado más allá de un altibajo que hemos tenido. Esta selección traspasó fronteras. Es un logro importantísimo para nosotros”.
El legado de esta selección va más allá de los cuatro títulos conseguidos con el Mundial de Qatar, las dos Copas Américas y la Finalíssima ganada a Italia. Es, desde la personalidad y el juego colectivo, lo que le hace sentir a la gente. Es una selección que representa a los hinchas y los hace disfrutar.
“No sé qué significa ‘tener techo’”, dijo Scaloni luego del partido. Otro buen síntoma. Uno más. Argentina salió a jugar ya clasificada al próximo Mundial por el empate de Bolivia ante Uruguay, pero ni eso relajó a un grupo que se la pasa generando anticuerpos contra la relajación y la desidia. Volvió a jugar con el cuchillo entre los dientes pero con un plan de juego. Con la actitud sola tampoco se genera nada. Esta selección levanta a los hinchas del asiento, los despierta por ser argentinos pero –sobre todo- porque los hace ver un fútbol que no aparece todos los días. Bilardo, que acaba de cumplir 87 años, seguro es el primero que lo está disfrutando.
Por Christian Leblebidjian (La Nación)
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