Gallardo, molesto con sus dirigidos a pesar del triunfo sobre Bánfield

En el triunfo de River por 2-0 sobre Banfield en la cuarta fecha de la zona 3 de la Copa Liga Profesional hubo dos momentos de tensión para Marcelo Gallardo

Fue por un penal en contra por una mano de Leonardo Ponzio tan evitable como insólita y la expulsión a Jorge Carrascal, que había jugado bien el segundo tiempo, por una infantil reacción.

La primera acción se dio a los 15 minutos. En un centro pasado de Emanuel Coronel y con una pelota que se iba sin encontrar a ningún atacante del Taladro, Ponzio intentó cabecear para despejar al córner pero, al no conectar el balón, automáticamente reaccionó y movió su brazo izquierdo, que se extendió e impactó la pelota. El árbitro Fernando Rapallini sancionó correctamente el penal y el arquero Enrique Bologna no tuvo mucho por hacer: Luciano Lollo, capitán de Banfield y ex jugador de River, envió la pelota por encima del travesaño con demasiada potencia.

La otra situación se dio con el tiempo regular total cumplido. Carrascal conducía por la banda izquierda uno de los últimos ataques de River y el lateral derecho Coronel lo frenó con una sujeción de la camiseta por varios segundos. Pero, aunque el árbitro ya había sancionado la falta, el habilidoso colombiano, que había ingresado en el descanso en lugar de Javier Pinola y le había aportado fútbol al visitante, reaccionó con un golpe de puño a un hombro del rival. Coronel se tomó la cara y se dejó caer.

Al recibir la tarjeta roja, Carrascal apenas levantó los brazos por toda protesta, y luego caminó lentamente hacia el túnel. Al llegar a la zona del banco de suplentes pasó cerca de Gallardo, que le clavó una mirada fulminante, sorprendido y molesto por la reacción, y le preguntó: «¿Le pegaste? ¿Le pegaste?». El director técnico no modificó su gesto y el colombiano no respondió, no levantó la mirada y siguió su camino en un tenso momento en el cierre.

LA VICTORIA SOBRE BANFIELD

No le sobra nada a River. No tiene magia, no tiene inventiva y suele sufrir inesperados contratiempos en la última línea, sea con tres, cuatro o cinco integrantes. Pero tiene una virtud poderosa, incuestionable: cuando se inspira, cuando se asocian dos intérpretes con clase y hasta cuando se nutre del laboratorio, se impone. No arrolla, pero supera al adversario a punto tal de reducirlo a migajas. Banfield fue mejor en buena parte del desarrollo, pero no supo cómo, con qué ganarle al gigante adormecido. Y lo pagó con una derrota inesperada, la primera por la Copa Liga Profesional. River suma tres victorias seguidas, todo un síntoma de su jerarquía, aun cuando no llena de fútbol los ojos.

River fue un equipo previsible, entrado en años. No tuvo la picardía, la energía de los jóvenes, a excepción de algunas estocadas de Julián Álvarez y Cristian Ferreira, que amaga tanto como no termina de explotar. El DNI de una mitad del equipo millonario lo sintetiza: Enrique Bologna tiene 38 años; Milton Casco, 32; Javier Pinola, 37; Leonardo Ponzio, 38, y Lucas Pratto, 32. En realidad, de ellos sólo los defensores son habituales titulares, y tienen otro perfil: Casco se siente más cómodo por el sector izquierdo y Pinola prefiere ser arropado en una línea de cuatro.

Esta vez, Marcelo Gallardo no sólo incluyó una mayor dosis de experiencia; también cambió la estantería. Pasó del 4-3-3 que le dio más incertidumbre que audacia y se inclinó por un elástico 3-5-2. El problema no fue el dato numérico, sino la incapacidad. No tuvo sorpresa, movilidad. El ingreso de Jorge Carrascal y, sobre todo, la salida de Pinola resultaron todo un símbolo. El colombiano, luego, fue expulsado por un exceso que puede costarle caro. El DT lo miró con fastidio, muy molesto. ¿Seguirá teniendo oportunidades el mediocampista?

Con la camiseta número 10, Nacho Fernández no fue el cerebro. Recuperado de un desgarro, con la necesidad de sumar minutos para los desafíos que vendrán, se mostró estático, apagado, en una suerte de intrascendencia impropia de una figura de su clase. Es un llamado de atención que se replica: desde el regreso del fútbol, durante la pandemia el volante no tiene el juego sagrado ni la dinámica que son sus marcas de base.

El equipo lo precisa con la necesidad del agua fresca: si no funciona Nico De la Cruz, River es un equipo repetitivo, que entra dócil en el embudo defensivo de cualquier adversario. Hasta que frente a Banfield, en una arremetida, de zurda, encontró la apertura del marcador. Lo sugestivo es cómo lo gritó: con bronca, primero; con energía positiva, después. El alarido, tal vez, le devolvió el alma al cuerpo a un jugador imprescindible en casi todo el proceso del Muñeco Gallardo.

La cabeza, el cuerpo de River, están en otra sintonía, más prestigiosa, como la nueva aventura en la Copa Libertadores. Este martes el conjunto millonario se encontrará con Paranaense, por los octavos de final. Y en el mientras tanto, juega en el experimento doméstico, prueba, ensaya, se equivoca y, de vez en cuando, acierta. El adversario fue uno de los mejores en este tramo del año: Banfield es aplicado, combativo y peligroso.

En el primer encuentro, en Avellaneda, Banfield le había dado una lección táctica a River, más allá del triunfo por 3 a 1. Este viernes, River volvió a sentirse ahogado de a ratos, por la dinámica asfixiante del Taladro. Sufrió en el área propia y no disfrutó en la ajena. Sellado el 1-0, ingresaron tres titulares en el tramo final, Enzo Pérez, Matías Suárez y Rafael Borré, y el equipo fue más armónico; tuvo otra sintonía, más fina. Banfield lo complicó hasta el final, como con un cabezazo espectacular de Galoppo que Bologna, otra vez decisivo, envió al córner.

Sin embargo, el poder de fuego de River disimula todos los desatinos, y en un salto demoledor Robert Rojas selló la victoria, a la salida de un córner. River gana, mientras piensa cómo volver a ser.

Por: Ariel Ruya

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