Lo importante después de ganar un campeonato del mundo es rafitificarlo. Es esa la única manera en la que el campeón puede sentirse dueño de su corona mundial.
Por: Cherquis Bialo
Y éste fue el caso de Fernando Martínez, quien ganó mejor la revancha que le dio a Jerwin Ancajas que la pelea de ida, realizada hace seis meses en Las Vegas.
Durante medio siglo la gente del boxeo de la Argentina imploraba que sus campeones o sus retadores atacaran, llevaran la ofensiva, se presentaran bien preparados físicamente y desafiaran el temor escénico que implica el uno contra uno frente a los ojos de los jueces y ante la evaluación de los espectadores. Todos han sido dignos, pero muy pocos lograron ese objetivo. La pelea que Martínez le ganó al filipino Ancajas fue emocionante, dramática y con momentos de alta tensión.
En las especulaciones previas se sabían dos cosas: primero, que el filipino luciría una mejor condición física y así lo demostró su peso (51,981, igual que el argentino), y segundo, que lucharía fuertemente para no darle ninguna ventaja en el manejo de la presión que pudiera ejercer el Puma Martínez.
El boxeador argentino brillantemente conducido desde el rincón por Rodrigo Calabrese mostró tres planes estratégicos diferentes. Y estos factores fueron determinantes para que Ancajas nunca pudiera desarrollar su plan de pelea con comodidad. Por el contrario, siempre ejerció el dominio táctico el Puma Martínez hasta el sexto round -el mejor del combate-, vimos al campeón ejerciendo presión avanzando y quedándose siempre cerca del cuerpo del filipino. El manejo de esta distancia corta no le permitió a Ancajas el usufructo de su anticipo con el jab de derecha en apertura, para luego intentar el segundo golpe que es su temida izquierda cruzada. Martínez tomó todos los riesgos, pero siempre estuvo al lado, de frente, cerca y tirando. El achique de esta distancia le dio el dominio táctico de la pelea.
Fue a partir del séptimo asalto que tras chocar las cabezas, y siguiendo la recomendación de la esquina, el robot que era Martínez comenzó a transformarse en el boxeador que es el Pumita. Fue entonces cuando maltrecho, cansado y muy en desventaja en las tarjetas, Ancajas se jugó a acertar con una mano izquierda. En el desarrollo de ese plan B, Martínez atacó tres puntos de enorme efecto para jueces y espectadores: comenzaba atacando en el primer minuto, marcaba tregua para ganar oxígeno en el segundo y cerraba a todo ritmo en los treinta segundos finales. O sea que round tras round Martínez con su accionar no solo se imponía sino que, además, impedía que los jurados lo dudaran. Y por último, en los últimos dos asaltos, con el filipino ya exhausto y advertido por el árbitro Hernández respecto de su condición, ya que su rostro mostraba cortes y una marcada inflamación, Martínez no cesaba de mostrar una acción dinámica y rítmica.
Hay peleas que se ganan por nocaut, hay otras que se ganan por abandono, por foul, por bohonomía de los jueces o porque simplemente es negocio para todos que se gane. Pero hay pocos combates en los que ningún argumento es más valioso y convincente que pelear como un campeón y defender la corona como tal. Y esto fue lo que hizo Fernando Martínez, cuyo corazón resultó más grande que su propia humanidad.
Desde hacía dos semanas los duendes de los grandes nombres del boxeo reciente repiqueteaban en su cabeza. Uno de sus sparrings, el puertorriqueño Carlos “Purin” Caraballo con 17 peleas, 2 derrotas y 15 triunfos por KO –a quien hubo que pagarle cerca de 10.000 dólares por ayudarlo a guantear- es pupilo de Miguel Cotto, el célebre ex campeón mundial que le quitó la corona a Maravilla Martínez en el 2018. El otro sparring fue el venezolano Michell “El Arsenal” Banquez, también de la categoría Gallo con 20 peleas y solo 2 derrotas. Pero lo que flotaba en el leve espacio de su habitación del Westin Hotel – 3 estrellas- eran los nombres célebres que llenaban sus ilusiones.
Estaban allí, invisibles y quiméricos los otros campeones Supermosca –115 libras o 52.095 kilos- para unificar los reconocimientos de las coronas. Y desfilaban el japonés Kazuto “El Samurai” Ioka (OMB, 33 años con 24 triunfos, 13 por KO, 8 por puntos y 2 derrotas por decisión), Joshua “El Profesor” Franco (AMB, 26 años, texano, 18 combates, 8 ganadas por K.O, 1 derrota antes del límite y 2 empates) y Jesse “Bam” Rodríguez, también de Texas con un impresionante récord invicto de 17 triunfos con 11 KOs y solo 22 años. Cuántos rivales potenciales; cuántos sueños, cuánta gloria a conseguir.
Sin embargo estos campeones con quienes podría competir para unificar cinturones no configuraban el estrellato. Eso le pertenecería a las grandes figuras mundiales de la categoría de las 115 libras, los ilustres Roman “Chocolatito” Gonzalez -32 años- ídolo nicaragüense con 41 nocauts en 50 peleas –solo 3 derrotas- considerado por The Ring y la ESPN como el mejor “libra por libra” hasta que perdió su corona el año pasado frente al mexicano Juan Francisco “El gallo” Estrada de 32 años que con 42 victorias – 28 por KO- de las cuales 28 fueron por KO y solo 3 derrotas , es el “campeón franquicia” del CMB.
Mientras Rodrigo Calabrese lo entrenaba en secreto con el énfasis de siempre en la habitación del hotel para que el campamento de Ancajas no supiera que esta vez las descargas serían golpes ascendentes a la zona abdominal o intercostales, el panorama del “Puma” invitaba a soñar. Una reafirmación de su corona lo enfrentaría a figuras de la misma categoría que ya firmaron contratos de 7 cifras en dólares con la aplicación DAZN para pelear en calificadas veladas en el glamoroso marco de los mejores escenarios.
El sueño valía la pena pues antes de conseguir esta corona en el último Febrero, que por contrato estuvo obligado a exponer ante el filipino – a la sazón, pupilo de Manny Pacquiao y siguen los grandes nombres en la cabeza del pibe del Docke- , Fernando Martínez se sintió el mismo y eso lo demostró en el ring. Por cierto que las revanchas nunca son simétricas. En el boxeo reafirman o revierten quienes más aprendieron del enfrentamiento anterior. Y, obviamente, no fueron “robados” por los jueces…
El mundo de Martínez, hasta el comienzo del combate, era el mismo que lo acompañó en su primera quimera hace 8 meses. Por eso nos animamos a evocarla del mismo modo:
-”Todo él y sus sueños estaban allí, sobre el cuadrilátero. Acaso recordando el traumático desalojo del conventillo de Olavarría 1814, corazón de La Boca en el cual vivían los Martínez con sus 12 hijos. Es en esos patios de ladrillos, con techos endebles, paredes vetustas, discusiones de inquilinos con distintos acentos y unos pocos baños con filas para acceder…Sí, los ilustres conventillos de La Boca donde se cruzan en las madrugadas los que vuelven exhaustos tras una noche sin reloj con aquellos otros que arrancan llenos de esperanza para ir a trabajar o conseguir un laburo.-
-”El padre de Fernando, Don Abel, era chapista; murió hace seis años después de mucho sufrir su implacable cáncer y le dejó un mandato a su hijo boxeador: “Fernando, hijo querido, seguí peleando y no pares hasta ser campeón del Mundo”. El Puma Martínez recuerda con emoción a su padre que siempre lo apoyó para que sea boxeador y a su madre, Silvia “que cuando no había para que todos comiesen, les hacía guiso a mis hermanos aunque siempre tenía un yogur y un churrasquito con puré para mí; para que no me vaya del peso, para que pueda seguir entrenando…”.-
Ahora, el chico que había sido olímpico –Rio 2016- estaba rodeado, antes de la pelea, por los mismos que lo apoyaron siempre y en silencio. Dándole afecto y aliento. Siempre estuvieron cerca de él en el hotel, sus auspiciantes amigos Gastón Frutos – secretario general de la Federación de Obreros y Empleados Panaderos de la Provincia de Buenos Aires –, el titular del Centro de Empleados de Comercio de Quilmes, Florencio Varela y Berazategui, Roberto “Mata” Rodríguez, una “delegación” de los infaltables muchachos de la 12 – Boca es parte de la vida y la motivación del Pumita, de ahí los sorprendentes colores de su indumentaria-, muchos amigos que lo fueron a apoyar de alguna manera y respaldaron con algo a cambio; por ejemplo que use alguna de las gorritas por docenas que debió lucir durante la semana.
Para su técnico Rodrigo Calabrese – una pieza fundamental de su vida, un amigo, un hermano- la despedida que le tributaron los Bomberos Voluntarios de La Boca antes de partir hacia esta nueva ilusión había resultado de un altísimo valor. Fue el 24 de Septiembre cuando se volvió a poner el uniforme olímpico y el Himno, interpretado por Daniel Torres, le sonó tan emocionante como en el ring. Esa tarde, lejos de imaginar todo esto que luego ocurrió el Puma dijo:
“Estamos con todo dispuestos a ganar y eso espero”. Luego agregó: “Esto para mí es muy valioso, ustedes son mi gente y prometo que voy a ganar, voy a dejar todo para traerme de nuevo el título a la Argentina, a mi barrio de la Boca, y poder hacer más cosas en el boxeo. Y, claro, me gustaría un día defender mi título en la Bombonera…”.
Luego saludó a todos los que habían ido: a Horacio Rivero de Barrio Familia Lealtad, a la multicampeona Erica “La Pantera” Farías, a su médico el entrañable doctor Walter Quintero, a Gastón Frutos, a “Oxicámaras- Cámaras Hiperbáricas utilizadas durante los entrenamientos para aumentar la oxigenación- , a ejecutivos de Legacy, a Maria Eva Gatica – la hija del Mono-, a su nutricionista Nicolás Diez, al “Avión” Agustín Gauto – ex campeón mundial mini mosca-, a su esposa Micaela Torta, a su hijita Alma y a la figura estelar que se agregó a la vida de Fernando Martínez: el Chino Marcos Maidana que incorporó al Puma por recomendación de su primo Martín Gomez Maidana, más conocido desde José León Suarez hasta Las Vegas como “Pileta”.
Lo ocurrido sobre el cuadrilátero sepulta todas las dudas respecto del futuro.
Si en la primera pelea tiró 1046 golpes y conectó 427, imagino que en ésta superó el volumen de golpes tirados y especialmente conectados.
Su actuación fue brillante y su humildad, conmovedora. El hambre y los sueños suelen impulsar triunfos inolvidables.
Todos los agradecimientos por los que Martínez se preocupó en dar a conocer sobre el ring con una larga e imposible lista admisible en cualquier reportaje, no son otra cosa que el producto del esfuerzo al que hubo que recurrir, sin medios, para presentarse en las impecables condiciones físicas con que lo hizo.
El campeón y su equipo, probablemente, no tendrán que seguir pidiendo cosas de favor, porque su nombre a partir de este combate ha quedado inmejorablemente posicionado para grandes peleas futuras.
Y regalarle la casa a su madre será un sueño cumplido en pocos meses más.