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El día en que Bobby Fischer se consagró como el campeón de ajedrez más joven de los Estados Unidos

Un niño criado sin golpes y sin besos, proveniente de una familia de utilería, con madre paranoica, padre oscurecido y hermana ausente, que luego llegaría a número uno del mundo.
Por Carlos Ilardo
8 de Enero de 2021

En la mañana del 8 de enero de 1958, una noticia no pasaría inadvertida en los principales medios de la prensa norteamericana; un niño de 14 años se había consagrado, tras una brillante labor, invicto y con 10,5 puntos sobre 13 posibles, como el campeón nacional de ajedrez más precoz en el historial del milenario juego.

La noche previa, en la última rueda del 10° campeonato norteamericano, a ese chico le bastó un rápido empate frente al corpulento Abe Turner (al que se le atribuía fama de actor por su participación en el programa You bet your life, conducido por Groucho Marx), para cerrar su actuación con 8 victorias y 5 empates, relegando al puesto de escolta al hasta entonces cinco veces campeón norteamericano, el polaco Samuel Reshevsky (cayó en la última jornada ante William Lombardi). De esta manera, ese niño de sólo 14 años se proclamaba en el nuevo Rey del ajedrez de los Estados Unidos.

Por su talento y dedicación algunos expertos se atrevieron, incluso, a señalarlo como el nacimiento de la nueva estrella de Occidente encaminado a desafiar a la dominante escuela soviética de ajedrez. Su nombre era Robert James Fischer; un niño criado sin golpes y sin besos, proveniente de una familia de utilería, con madre paranoica, padre oscurecido y hermana ausente. Lo llamaban simplemente, Bobby.

Algunos meses atrás, el cartero había dejado un sobre en el hogar de los Fischer, en Lincoln Place N° 560 en Brooklyn -el décimo domicilio que el pequeño habitó junto a su madre (Regina Wender) y su hermana (Joana) desde su nacimiento, el 9 de marzo de 1943, en el hospital Michael Reese de Chicago; en su niñez se paseó por California, Idaho, Oregón, Illinois y Arizona antes de establecerse en Nueva York. ¿Los motivos? los diferentes empleos que una madre soltera podía conseguir en esos años; trabajó de soldadora, maestra, remachadora, granjera, ayudante de un toxicólogo y taquígrafa.

La carta, fechada el 24 de septiembre de 1956, se trataba de una invitación de la Federación Norteamericana de Ajedrez (USCF) para el 10° Campeonato Norteamericano y 4ª Copa Lessing J. Rosenwald (filántropo y mecenas del ajedrez de EE.UU.), que se disputaría entre el 15 de diciembre y la primera semana de enero de 1958, en el Chess Manhattan Club (el 2° club de ajedrez más antiguo del país, fundado en 1877, cuyos salones habían sido anfitriones de dos campeonatos mundiales, y testigos de los mejores ajedrecistas de la primera mitad del siglo XX). El convite tenía un agregado: el ganador del torneo obtendría una plaza para jugar el Zonal en Portoroz, prueba clasificatoria en el camino hacia el título mundial.

La cita prevista para diciembre de 1957 reuniría a la flor y nata del ajedrez norteamericano; entre los 14 participantes seleccionados varios eran candidatos al título; sobresalían los nombres de Reshevsky (actual campeón de EE.UU.), Sherwin (campeón del club de Manhattan), Lombardy (al año siguiente se consagraría campeón mundial juvenil), Denker (ex campeón de EE.UU.) y Bisguier (representante olímpico, ex campeón de Manhattan, del Abierto y el campeonato norteamericano). Frente a estas consagradas figuras se sentaría (si decidía aceptar la invitación) el pequeño Bobby, de 14 años, de los cuales sólo siete los había dedicado al aprendizaje y a pulir sus rudimentos con los trebejos. Su presencia no parecía intimidar a ninguno de sus rivales.

Los organizadores habían posado la atención sobre ese niño delgado, de pelo castaño y rebelde, con ojos de asombro y color avellana, de 1.60m de estatura, vestido sempiterno con pantalón de pana marrón, remera y zapatillas maltrechas blancas y negras, y que delataba con cada sonrisa una pequeña separación de sus dos dientes frontales; no sólo porque su nombre era seguido por la prensa desde que tenía 12 años, cuando en el torneo Washington Square de 1955, se ubicó 15° entre los 66 participantes, sino también porque Bobby, ahora con 13 años, se había consagrado en Filadelfia, en el campeón juvenil de EE.UU. que a más temprana edad había logrado ese título Además, había recibido el galardón “a la partida más brillante” por su victoria ante el maestro internacional Donald Byrne -bautizada como “La partida del Siglo”; en ese juego, Bobby, con piezas negras, sacrificó su dama en la jugada 17 y ganó por jaque mate en el movimiento 41- en el Campeonato de EE.UU.

Nada podía conmover más a Bobby Fischer que tener a su alcance la posibilidad de jugar un Mundial y desafiar a los soviéticos, pero esa carta, como un afiche de papel que vende la ilusión, lo confundía. Sabía que no tenía nada que perder aunque nada lo fastidiaba más que eso, pero necesitaría vencer a sus avezados rivales para que su gran sueño se hiciera realidad. Con la toma de decisión surgió la duda Shakesperiana “ser o no ser”; se le dispararon las fobias y entonces, recurrió a su entorno íntimo para insuflar su autoestima. Lo consultó con uno de sus dos mentores, Jack Collins. El otro era Carmine Nigro, que ya no estaba a su lado; ambos hicieron posible su carrera ajedrecística. También escuchó a su madre; a la que amó toda su vida pero temió repetirla.

Regina nacida en una familia judía en Suiza y criada en EE.UU., fue madre soltera cuando concibió a Bobby, que creció sin conocer a su padre y portando el apellido del ex marido; un biofísico alemán de nombre Hans Gerhardt Leibscher, que lo adoptó a Fischer cuando se arraigó el antisemitismo en Alemania. Ambos se conocieron y enamoraron en el Instituto del Cerebro de Moscú en 1933, cuando Regina viajó a Rusia a estudiar medicina. En 1937 nació Joana al mismo tiempo que las purgas de Stalin en la URSS dejaron de ser algo más que una amenaza. El temor los trasladó a París, pero tres años después de las propinas del amor quedaba menos que indiferencia; la separación fue casi una necesidad. Los tres se embarcaron rumbo a América, pero por su origen alemán, Hans no pudo ingresar a Estados Unidos, y siguió el viaje rumbo a Chile. Dos años después, en 1942, Regina mantuvo un fugaz romance con uno de los científicos del Proyecto Manhattan, el húngaro Paul Nemenyi -uno de los padres de las criaturas atómicas Little Boy y Fat Man-; y algunas semanas después ella tuvo los primeros síntomas de embarazo.

Por aquellos días los Fischer vivían en contramano con las portadas del Saturday Evening Post, que Norman Rockwell ilustraba como autorretrato de la Norteamérica media, próspera, con trabajo, centrada en la familia e integrada en la comunidad; a Regina, Joana y Bobby los había atravesado la pobreza. En 1949 se mudaron a East 13th Street en Manhattan frente a la entrada trasera del famoso restaurante Luchow´s; a un departamento de un ambiente por una renta mensual de 45 dólares. Allí fue donde Bobby conoció el ajedrez.

En una tienda de caramelos Joana le compró a su inquieto hermano el primer tablero con piezas de plástico por u$s1. Una semana después Bobby, con apenas seis años derrotaba a su hermana, de 11, y a su mamá, de 37. Al año siguiente emprendieron una nueva mudanza, en agosto de 1950, alquilaron un departamento de dos ambientes, en Lincoln Place N° 560 de Brooklyn, en el barrio judío de Flatbush, cercano al Parque Prospect y la biblioteca Grand Army Plaza; por USD 52 mensuales.

Bobby pasaba la mayor parte del día solo en su casa jugando al ajedrez; su hermana regresaba de la escuela por la tarde, y su mamá lo hacía recién por la noche. A Regina le preocupaba la incesante atracción del niño por descifrar los misterios del juego; recurrió a dos profesionales para que le realizaran un examen psicológico; los Dres. Harold Kline de la Unidad de Psiquiatría Infantil del hospital judío de Brooklyn, y Ariel Mengarini, neuropsiquiatra, coincidieron en el diagnóstico: debía dejar a Bobby que encontrara su camino. Entonces recurrió al pago de un aviso en el diario Brooklyn Eagle solicitando compañeros ajedrecistas para su hijo. Los editores no publicaron el pedido pero, en cambio, la contactaron con el periodista de ajedrez, Hermann Helms que le aconsejó que llevara a su hijo a la biblioteca Grand Army Plaza donde un jueves de enero de 1951, algunos maestros brindarían exhibiciones simultáneas gratis.

Bobby llegó puntualmente a la cita y fue ubicado en el sector que Max Pavey -radiólogo de 32 años y ex campeón de ajedrez de Escocia y Nueva York- jugaría sus partidas simultáneas. Era la primera vez que el niño se enfrentaba a un maestro. Bobby necesitó ponerse de rodillas sobre la silla para tener una mejor visión del tablero; una sonrisa le cruzaba el rostro como un garabato. Pero la felicidad fue apenas un suspiro; le duró sólo 15 minutos. Pavey le capturó la dama, le tendió la mano y le dijo “Buena partida”. El chico respondió, con voz entrecortada: “Me ha aplastado” y rompió en un llanto. Carmine Nigro un observador de la escena se acercó a consolarlo, y más tarde habló con Regina, se presentó como el nuevo presidente del Club de Ajedrez de Brooklyn, y le prometió clases gratuita martes o viernes sin costo alguno. Así comenzaría la carrera ajedrecista de Bobby Fischer.

Durante cuatro años, entre 1951 y1955, Bobby concurrió todas las semanas al Club que funcionaba en el edificio de la Academia de Música de Brooklyn donde había cantado Enrico Caruso y Geraldine Farrar. Además, los sábados visitaba la casa de Nigro donde tomaba clases particulares y comenzó a devorarse los libros de ajedrez que había en su biblioteca. En poco más de un año se convirtió en el mejor ajedrecista del Club, y a partir de los 11 años, en propias palabras de Fischer “empecé a ser bueno”.

Enterado de la ausencia de su padre, Carmine se convirtió en mentor del pequeño Bobby, ocupándose de sus gastos y ayudando económicamente a su madre. Dado que Bobby absorbía como una esponja todo lo que se le enseñaba, Nigro intentó acercarlo a la música; le enseñó a tocar el acordeón a piano y le permitía que se lo llevara para practicar en su casa. Al poco tiempo Bobby tocaba Beer Barrel Polka y otras canciones, pero pronto abandonó todo porque le quitaba tiempo para estudiar ajedrez. Los sábados al mediodía recorrían juntos el Washington Square Park, en Greenwich Village; allí Bobby jugaba partidas al aire libre con rivales que oscilaban entre prósperos corredores de bolsa de Wall Street hasta vagabundos de Skid Row e indigentes ahítos de cerveza. Para entonces el alumno ya había superado al maestro (Bobby lo derrotaba a Carmine en partidas rápidas y pensadas), aunque seguía asistiéndole, incluso como si fuera su secretario comprándole hamburguesas, papas fritas y batidos de chocolate que el niño se devoraba entre los descansos de las partidas en el parque.

Los progresos en el ajedrez no eran coincidentes con la escuela; a Bobby no le gustaba. “No te enseñan nada, hay que levantarse temprano y lo peor es que no te pagan; me quita horas para aprender ajedrez”, era su frase preferida para mostrar su fastidio. A los tumbos terminó el primario en el colegio “Brooklyn Community Woodward”, y a los empujones completó el secundario en el Erasmus Hall de Brooklyn. Para ingresar en ese establecimiento, según cuenta Frank Brady, biógrafo de Fischer en su obra “Endgame”, Bobby fue sometido a un test de Capacidad Intelectual que arrojó una puntuación superior a la obtenida por Albert Einstein.

El 16 de junio de 1954 Fischer vio por primera vez en acción a los maestros de ajedrez soviéticos; Nigro lo llevó al hotel Roosevelt, donde allí el equipo de la URSS se enfrentaba en un match a 4 ruedas ante 8 jugadores norteamericanos. Ese equipo visitante llegaba tras un paso por Buenos Aires y de derrotar al equipo argentino por 20,5 a 11,5. Allí, en EE.UU, los soviéticos se impusieron 20 a 12, y Bobby fue testigo de todas las partidas. Como una parábola del destino, acaso, sin ser consciente que algunos años después él se enfrentaría con 14 de esos 16 protagonistas.

En 1955 los progresos de Fischer en el juego continuaron del mismo modo que su pasión por el ajedrez; ni siquiera en la escuela su mente dejaba de pensar en blanco y negro. Ese año ingresó al Chess Manhattan Club (la misma institución que albergó al genial cubano José Raúl Capablanca, en 1905); a Fischer lo recibió Walter Shipman, quien tras verlo en acción frente al tablero llamó al presidente del club, Maurice Kasper y le ofrecieron una inscripción juvenil gratuita. “Eso es suficiente”, dijo Fisher, de 12 años y se convirtió en el socio más joven de la entidad. En poco tiempo trepó por todas las categoría inferiores y alcanzó un nivel de juego de 1ª división. Poco tiempo después descubrió el Flea House sobre la calle 42, un nuevo sitio con nuevos rivales para desafiar. Ese año, y después de su actuación en el torneo Washington Square (cuando a los 12 años finalizó 15° entre 66 participantes), su relación con Carmine Nigro se interrumpió; su mentor se mudó a Florida. Bobby lo recordaría como “mi gran profesor”.

Poco después, Jack Collins se cruzaría en la vida del joven Fischer; en poco tiempo reemplazaría a Nigro y se convertiría en su nuevo mentor. Collins, un maestro de ajedrez que como jugador llegó a ser uno de los 50 mejores del país, contaba con una sólida posición económica y una endeble salud; desde su infancia se desplazaba sobre una silla de ruedas. Frente a la dificultades de traslado decidió crear una sala de ajedrez en su propia casa: El Club de Ajedrez de Hawthorne; allí Collins dictó clases para William Lombardy y los hermanos Byrne. Decenas de jugadores concurrían dos veces por semana a su domicilio donde se organizaban todo tipo de competencias ajedrecísticas. Cuando Bobby descubrió ese ambiente quedó embelesado; más aún cuando vio los 600 libros de ajedrez en la abigarrada biblioteca.

La pasión por el juego los unió rápidamente, y el niño pasó a ser uno más de la familia; Jack vivía junto a su hermana Ethel, una enfermera que renunció a todo por su cuidado, y un criado de nombre Odell. A diario, los tres junto a Bobby cruzaban el barrio de Brooklyn, desde Lenox Road y Belford Avenue hasta Avenue Flatbush, cuyo destino final era el restaurante chino Silver Moon. También iban en caravana para asistir a un cine o algún acontecimiento ajedrecístico. Lo invariable era que en cada viaje, Bobby caminando delante del grupo y Jack en su silla de ruedas jugaban ajedrez a la ciega. Al regreso, el pequeño Bobby se quedaba ensimismado en la lectura de algunos de esos libros de la gran biblioteca de Collins; así, conoció la capacidad de combinación de Spielmann, la acumulación de pequeñas ventajas de Steinitz, la técnica de Capablanca y la profundidad de cálculo de Alekhine. También otros ejemplares como “Finales básicos de ajedrez”, “Mis mejores partidas” de Alekhine o “Las 500 Grandes Partidas de Ajedrez”.

A los 13 años, en 1956, Bobby tuvo una mejora importante en su curva de aprendizaje. En febrero, un hombre acaudalado, Forry Laucks (conocido como el viejo Nazi) organizó una excursión de 5600Km con su equipo de jugadores del Club Log Cabin, al que fue invitado Fischer para jugar un match en Cuba. En ese viaje Bobby conoció al criminal Norman Withaker (había compartido la cárcel con Al Capone). Durante el match el niño ganó cinco y empató una de las seis partidas disputadas. Durante su estada en la Isla, Fischer brindó una simultánea ante 10 jugadores y ganó todos sus juegos.

En julio se adjudicaría el Campeonato juvenil en Filadelfia, y dos semanas después viajaría a Oklahoma (Kasper costearía los gastos de traslado) para jugar el Open de EE.UU.; se clasificó 4° e invicto, a un punto del líder (Arthur Bisguier) entre 102 jugadores. Su ranking llegó a 2298 puntos y se situó entre los 25 mejores ajedrecistas de Norteamérica.

A fines de agosto jugó el abierto de Montreal (Canadá) con 88 jugadores; allí se ubicó 2° e invicto, y cobró 59 USD por su labor. Dos meses más tarde hizo su debut en el campeonato norteamericano de 1956 donde compartió el 8° puesto y fue premiado por su partida ante D. Byrne.

En marzo de 1957, el día de su cumpleaños 14, Bobby disputó un match a dos partidas, en el Chess Manhattan Club, con el ex campeón mundial, Max Euwe; el veterano se impuso 1,5 a 0,5, y consultado por la victoria y el juego de su rival, dijo: “Todavía es un niño… Pero muy prometedor”.

Pocos días después Fischer lograría su primera victoria ante un gran maestro: Samuel Reshevsky; al que vencería en una simultánea que el polaco brindó jugando con sus ojos vendados. Luego Bobby repitió el éxito y ganó por segunda vez consecutiva, el Campeonato Juvenil de EE.UU, ahora en San Francisco. Semanas más tarde jugó el Open de EE.UU, en Cleveland, donde alcanzó el 1° puesto y cobró su primer gran cheque: 750 USD, una cantidad que jamás había tenido en sus manos.

Entre 1956 y 1957 había viajado más de 14000 Km. inscribiéndose en cuánto torneo pudiera o invitación que recibiera, por eso su ranking alcanzó 2375 puntos y se convirtió en uno de los 10 mejores ajedrecistas de su país.

Acaso fue esa misma noche, mientras mantenía pendiente la respuesta a la invitación del 10° campeonato nacional de EE.UU., que el pequeño Bobby ensayó un repaso de su vertiginosa carrera. El respaldo de Collins y el estímulo de su madre fueron suficientes pruebas para soltar su primer gran sueño: ganar el campeonato norteamericano para desafiar a los soviéticos en la carrera hacia el Mundial.

El pequeño Bobby respondió afirmativamente la invitación, y el 15 de diciembre se presentó en el Chess Manhattan Club para la inauguración del certamen. Tres semanas más tarde sería vitoreado y proclamado nuevo Rey. Su aura tuvo más brillo que una estrella; llegó a ser leyenda, se llamaba Robert James Fischer, o simplemente, Bobby.

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