Antes de definir el título del Abierto de los Estados Unidos con el alemán Alexander Zverev, el número 3 del mundo acarreaba ese peso en su cuerpo. Y se notó que el miedo a ganar también existe.
Pero ya poco le importa. El austríaco logró despojarse de los demonios en los momentos más trascendentes para consagrarse vencedor del US Open 2020. Lo hizo al derrotar a su amigo y quinto cabeza de serie del torneo, por 2-6, 4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 (8-6), en 4h01m. Así, se encumbró como el primer campeón de Grand Slam nacido en la década del noventa (1993), tras 63 campeones consecutivos nacidos en los ’80.
Si alguien esperó que Thiem marcara el ritmo desde el inicio del partido, se equivocó. Tenso, pasivo y sin energía, impreciso (ocho errores no forzados) y sin pimienta en el servicio, el austríaco mostró una pobrísima versión en el parcial inicial. Todo lo contrario fue Sascha Zverev. El alemán, muy suelto en su primera final de Grand Slam, le rompió el servicio pronto, en el tercer game y se adelantó 2-1. Con buena actitud, castigando de drive y sumando buenos saques (un rubro que suele generarle dolores de cabeza), el jugador entrenado desde hace pocas semanas por el español David Ferrer (se quedó en Europa para la gira sobre polvo de ladrillo) se sintió cómodo, impactando a la altura de la cintura.
Zverev volvió a quebrarle el servicio a Thiem en el séptimo game (5-2) y, pocos minutos después, cerró el set (6-2) con un ace, en apenas media hora de acción en el solitario Arthur Ashe. Thiem, con una apatía inusual, se fue a sentar con malos números (apenas el 37% de primeros servicios y tres doble faltas), contra un rival envalentonado, que obtuvo 16 tiros ganadores (contra cuatro de Thiem) y el 68% de primeros servicios, ganando el 92% de puntos con el primer saque (12 de 13).
La valiosa performance de Thiem durante el US Open (único Grand Slam que jamás se canceló, ni siquiera durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial) invitaba a pensar en una reacción, naturalmente. Llevaba a sospechar que lo que había ocurrido sobre el cemento neoyorquino durante el primer set era, simplemente, un momento pasajero producto de los nervios, de la presión.
Pero no. Thiem siguió viviendo dentro una pesadilla. Pálido y con su coach, el chileno Nicolás Massú, sin comprender lo que ocurría, el segundo cabeza de serie se asemejó a un boxeador mareado por el castigo rival. Zverev le rompió el saque a Thiem en el tercer game (2-1) y lo volvió a hacer en el quinto (4-1). El germano sirvió (5-2) para ganar el segundo set, pero Thiem se despabiló y jugó, hasta ese momento, su mejor game: con agresividad, logrando profundidad, le quebró el saque al rival. Y luego defendió su servicio ante un Zverev que, por primera vez en el match, exhibió dudas. Sin embargo, pese a la intención de renovarse, Zverev volvió a servir para ganar el set y lo logró (6-4). Así, Thiem, que en los últimos tres partidos en Flushing Meadows no había perdido parciales (ante Daniil Medvedev, Alex De Miñaur y Félix Auger-Aliassime), en una hora y 19 minutos de la final se fue a su silla estando dos sets a cero abajo.
El tercer set se inició con otro rápido quiebre de Zverev, en el tercer game, con el que consiguió la ventaja por 2-1. Parecía un desafío juzgado. Se entendía que ya no había nada por hacer, que la victoria del alemán era inminente. Pero si hay algo dificultoso en el tenis es concretar lo que se genera y a Zverev lo invadieron los nervios. Ello coincidió con un florecimiento de Thiem, que extrañamente siguió posicionándose varios metros por detrás de la línea de fondo para impactar, pero logró mayor pimienta en sus tiros. En el cuarto game, Zverev dudó de nuevo, falló en el saque y le quebraron el servicio (2-2). El partido se niveló. Thiem, dueño de un exquisito revés de una mano, cambió el semblante, empezó a crispar el puño, quebró en el décimo game y se llevó el set (6-4).
Se suele hacer un juego de palabras para decir que la mente es el «músculo» más importante del tenis. Y hay mucha razón en esa sentencia. El lenguaje corporal de Zverev cambió cien por ciento. Aquel jugador que imponía respeto en cada impacto, se fue deshilachando. Y Thiem, que al principio parecía un principiante con los brazos entumecidos, se soltó, empezó a crear y a jugar con los nervios del contrario, siendo consciente, además, de que el historial entre ambos podía pesar (el austríaco había ganado siete de los nueve choques previos). Thiem empezó a encontrar el camino y elevó la efectividad de su servicio (ganó el 80% de puntos con el primer saque y el 100% con el segundo). Zverev cometió doce errores no forzados y se desplomó. Thiem se adueñó del cuarto set: 6-3.
Todo se trasladó al quinto set, como había sucedido en las últimas tres finales de Grand Slam (Australia 2020, US Open y Wimbledon 2019). Zverev empezó sirviendo y Thiem, con el impulso de una locomotora, le quebró el saque al alemán. Pero el austríaco no pudo sostener ese efecto positivo y volvió a dejar su saque (1-1). Zverev gritó, cambió su expresión, enviando un mensaje del otro lado de la red. Creció el suspenso. El partido entró en un momento crítico, de tensión máxima. Ambos jugadores cambiaron sus raquetas en el 3-3 para impactar las pelotas nuevas con encordados sin uso. Zverev le rompió el servicio a Thiem en el octavo game (5-3) y sacó para ganar el campeonato. Pero Sascha volvió a fallar y cedió el servicio por sexta vez en el match (5-4). Thiem sostuvo su servicio (5-5) y, una vez más, le rompió el saque a Zverev (6-5). El austríaco sirvió para campeonato y, ¡quebró Zverev! El drama invadió cada rincón de la gigantesca mole de concreto semivacía.
Por primera vez en la Era Abierta que un campeón del US Open se definiría en el tie-break del quinto parcial. Zverev cometió dos doble faltas (terminó el partido con 15), Thiem tuvo dos match points, perdió el primero con su servicio y otro con el del germano, pero en el tercer punto de campeonato, finalmente, alcanzó la gloria, grabando su apellido en el trofeo de campeón. El último en ganar una final de Grand Slam tras haber regresado de una desventaja de 2-0 en sets había sido Gastón Gaudio ante Guillermo Coria en Roland Garros 2004. Thiem, el primer campeón nuevo de un grande desde el croata Marin Cilic en el US Open de 2014, se unió a Thomas Muster (ganador de Roland Garros de 1995) como el segundo austríaco en conquistar un major.
Se trató de la primera vez, desde el US Open 2016 (Stan Wawrinka), que un Grand Slam no lo ganó un integrante del mágico Big 3 (Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic). Las tres leyendas que dominaron el tenis en las últimas décadas estuvieron ausentes, por distintos motivos, en el último día de Flushing Meadows. Thiem tuvo la oportunidad y la aprovechó. ¿El recambio empezó llegar? Como mínimo, está en marcha.
Por: Sebastián Torok
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