La casa en el cordobés barrio de Villa Belgrano está desprovista de recuerdos futbolísticos. Nada de fotos, pósters o medallas. Hasta que al atravesar el living aparece esa camiseta enmarcada.
La 21, a bastones celestes y blancos. La del Mundial ’78. “Creo que es la que usé contra Francia, no lo sé muy bien. Pero no está ahí por eso, sino porque de alguna manera la tengo presente a mi mamá”, avisa la ‘Rana’ Valencia, con tono pausado. Necesita hacer la aclaración porque la autorreferencia lo incomoda. Se escapa de ahí. Cuando hace unos años falleció Blanca, su madre, José Daniel Valencia se trajo de su Jujuy natal algunas cosas de la vieja casa familiar. En un cajón descubrió la camiseta. No recuerda ni puede explicar cómo había llegado ahí. Quizás, nunca lo supo. Entonces, lo interpretó como una señal. Un mensaje.
No es desaprensivo la palabra que mejor lo describe. Prefiere otra explicación, pero acepta que nunca les ha dado valor a los objetos futbolísticos. Su sensibilidad transita por otra vereda. No conserva camisetas, nada. Ni una en más de una década en Talleres. En una de las tantas giras que hizo por el mundo con la ‘T’, intercambió la casaca con Johan Cruyff…, pero no sabe cómo la perdió. Regaló todo, hasta los botines. ¿Para amigos, familiares, afectos…? No, a cualquiera que se cruzara y se los pidiera. No había visto los partidos del Mundial, hasta que el encierro, los programas especiales de TV en pandemia y el pedido de sus hijos ya grandes, lograron sentarlo frente al televisor. No tocó la Copa del Mundo hasta 2006, sí, casi tres décadas después de conquistarla, cuando la FIFA reunió a los campeones en Alemania. ¿Y la medalla del ’78…? “Sí, sí, esa está bien guardada…, pero no por mí, sino por mi señora”. Sonríe. íntimamente siente que ser así lo puso a resguardo.
La camiseta argentina con el 21, la de Valencia en el Mundial de 1978, enmarcada en el living de su casa, en Córdoba…, pero detrás hay una historia llena de sentimientos, no es solo un trofeo
Valencia jugó entre 1975 y 1985 en Talleres. Se marchó y después volvió. Durante aquella década tuvo muchas oportunidades para ser transferido al exterior, pero siempre eligió quedarse. A la “T” de Luis Galván, Miguel Oviedo, el ‘Hacha’ Ludueña, Humberto Bravo, la ‘Pepona’ Reinaldi, Tarantini y Valencia, entre tantos, la invitaban a jugar desde todos los rincones del planeta. En una de esas giras, Santiago Bernabéu, emblemático presidente de Real Madrid hasta 1978, se interesó por la ‘Rana’. Quería comprarlo en ese mismo instante. Y Valencia…, también dijo que no. ¿Ni el dinero le interesaba?
Que lo explique él: “Ojo que en esa época no se manejaban las cifras de hoy… Yo le pregunté a Amadeo (Nuccetelli, entonces el presidente de Talleres) qué contrato me querían hacer, y me dijo ‘hay esto, esto y esto’. Y no era una diferencia abismal. La única ventaja era que a los tres años el pase quedaba en mí poder. Yo no vivía ni vivo del aire, pero priorizaba otras cosas, las sigo priorizando y nunca me arrepentí. Era feliz jugando en Córdoba, y si podía jugar todos los días, mejor. Por eso hoy me llaman la atención los jugadores cuando dicen ‘estamos jugado muy seguido y no descansamos’. Nosotros llegamos a jugar 100 partidos en un año y nos íbamos en colectivo a jugar a Bahía Blanca, a Salta, a Formosa, a Rosario, a Buenos Aires… Hoy viajan en primera, los adelantos médicos los recuperan mucho antes, los cuidan desde la nutrición, con los GPS pueden armarles un entrenamiento personalizado… ¡Y se quejan los jugadores de que juegan seguido! Eso me molesta. Muchachos, esto es fútbol, es lo más lindo, les pagan por hacer lo que les gusta…, aunque quizás a algunos les gusta más la plata que jugar al fútbol. Yo jugué en el Barcelona de esa época, a Talleres lo iban a ver todos, hasta los hinchas de Belgrano. Y ese orgullo no tienen precio”.
Vivió hasta los 14 años en un estadio de fútbol, debajo de una tribuna. Su padre era el canchero del estadio de la Liga jujeña. Para la ‘Rana’, el campo de juego era el patio de su casa. Valencia es distinto, ni mejor ni peor. Actúa diferente, piensa diferente. Y a los 65 años no se calla.
Daniel Valencia y Diego Maradona en la selección. compinches en la cancha y compadres también afuera por un lazo familiar; “Yo pienso que todavía lo voy a ver”, susurra la ‘Rana’El 25 de junio de 1978, apenas un rato después de ganar el Mundial, el primer Mundial para la Argentina, la ‘Rana’ huyó de los festejos. Se escapó del éxtasis. Con un patrullero atravesó la marea callejera hasta el hotel Plaza, donde se preparaba la cena-show para homenajear a los héroes. Se fugó de ahí, se subió a su auto y arrancó un viaje de 1500 kilómetros hasta Jujuy. Se imaginó que se iban a preocupar por su ausencia, entonces dejó una nota en conserjería: “Profe, gracias por todo. ¡Somos campeones del mundo! Vine rápido al hotel antes que se llene de gente, ya me voy a casa a ver a mamá. Despídame de todos. Abrazo enorme”. Era para el profesor Pizzarotti. Manejó solo, apenas acompañado por los bravíos latidos de su corazón. El título no era la razón de ese entusiasmo, sino la ansiedad por abrazarse con Blanca, su madre, a quien no veía desde el verano entre tantos meses de concentración en el seleccionado.
Como en el recorrido atravesó varios destacamentos policiales, la noticia llegó a oídos de la gobernación provincial. No dudaron: asueto laboral para recibir al ‘Rana’ con honores. Un pueblo orgulloso volcado a la avenida principal. Pero no se trataba del único acceso para llegar a la casa de Blanca. También había una solitaria calle de tierra…, si, la preferida de Valencia. Lejos del ruido, de las distinciones. Claro que ese abrazo con su madre, tan único que la ‘Rana’ jura que todavía lo siente cuando entrecierra sus ojos, se demoró al golpear la puerta de casa: Blanca también estaba en la avenida principal de Jujuy.
Viaja a esos años…, pero cuando vuelve, se amarga. “En ese momento no me daba cuenta de las cosas, solo quería jugar y divertirme. No me comparaba con nadie, no sabía quiénes eran los rivales… César me decía: ‘¿Contra quiénes vamos a jugar?’ Y yo no sabía qué contestarle. Me decía: ‘¿Hungría, Francia o Italia?’ Y yo me quedaba mirándolo, no tenía ni idea. Nunca me importó y creo que eso me hizo muy bien”. Y resopla como un quejoso bandoneón: “Nunca más vamos a ver a los 10 de antes. Por cómo se juega ahora, ya no se ve buen fútbol. Quizás, Riquelme haya sido el último 10 que hayamos visto”.
-Hablás con bronca, con angustia…
-El fútbol de hoy me da mucha tristeza. Ha cambiado todo tanto… La gente, los medios, los periodistas… Yo escucho que en los relatos dicen: ‘Qué crack, pero qué crack’. Con una liviandad lo dicen, a cualquiera, a cualquiera se lo dicen. A lo mejor porque alguien hizo un cañito, una pared o se pasó a uno…, aunque estas cosas que describo casi no se ven porque todo es correr y meter. Los programas de fútbol me dan un poco de vergüenza…, de tristeza, porque no hablan de fútbol. Y gritan, y no se les entiende nada. No voy a dar nombres, pero después me han confesado que es el papel que tienen que interpretar. Sí, me encanta escucharlos a Sebastián Domínguez y a Diego Latorre.
-¿Porque fueron futbolistas?
-No sé si tendrá que ver eso, porque también está Ruggeri. No por haber sido jugador, podés dirigir bien, por ejemplo. También hay que saber transmitir, hay que saber hablar. Y no porque hayas jugado al fútbol, vas a hablar bien. Hay que prepararse y estudiar para hablar correctamente, tenés que saber que mucha gente te está viendo y escuchando. Ellos dos (Domínguez y Latorre) comentan muy bien. Vos podés decir ‘ese jugador jugó mal’, y no decir ‘no sé cómo ese jugador juega al fútbol’. Y eso pasa en nombre del rating y la mediatización. La vida cambió… sería largo. Los jugadores cambian muy seguido de clubes, están seis meses o un año y se besan la camiseta. Y muchos lo hacen porque los están filmando. Los técnicos, que levantan las manos, las bajan, gesticulan, caminan de un lado para el otro… A mí no me gustaba hacer muchos goles, prefería hacer las jugadas antes que convertir. Me gustaba gambetear a dos o a tres y pasarla para atrás, para que otro la empuje. Hasta no sabía gritar el gol… Mis hijos ven algunos partidos por YouTube, y cuando ven algunos de los pocos goles que hice, notan que yo solo levantaba las manos… ‘Papá, que pecho frío’, me dicen. Y bueno, yo lo sentía así, porque para mí el gol no era lo más lindo. Yo no sabía cómo festejar un gol, y hoy muchos jugadores ensayan una coreografía en la semana. Es raro.
-¿Y qué pasó?
-Han quedado muy pocos maestros. Las inferiores se vaciaron de esos hombres, y ahora hay gente que está muy pendiente de un resultado para no perder el trabajo. Antes te enseñaban no solo a jugar, sino también a expresarse, a vestirse, a comer. A mí me sirvió muchísimo. Yo tuve grandes técnicos, desde don Adolfo Pedernera hasta el ‘Bocha’ Maschio, Roberto Saporiti, Pastoriza, Basile… y el ‘Flaco’ Menotti, para mí, lo máximo. ¡Maestros del fùtbol! Hoy no puedo terminar de ver un partido, decí que hay muchos por TV y voy cambiando y voy cambiando de canales.
-¿Ni a Messi podés ver durante 90 minutos?
-Al único que puedo ver es al Barcelona, y quizás al City. Y sí, me detengo frente al televisor porque está Messi, pero todo se hizo muy físico, y cualquiera es un fenómeno como dicen los periodistas. Hay muy buenos jugadores, pero no son cracks. De acá me gusta River, Vélez, algo Defensa y Justicia con un técnico al que le fue mal en un lado y en el otro, porque tengamos en cuenta que también hay técnicos para equipos chicos. Y Talleres, que no es que juegue bien, pero sostengo que tiene ganas, y digo ganas, de salir campeón. Aprieta, va, juega de la misma forma de local y de visitante. Pero no me gusta el fútbol de hoy, se emparejó para abajo, me aburre. No hay jugadores para seguir.
-Jugaste con Maradona. ¿Messi es …?
-Este es otro extraterrestre. Yo puedo hablar de Diego, pero Messi parece de Play Station porque nadie lo puede agarrar, tiene un cambio de ritmo que es increíble. Y lo conserva pese a los años. Sigue siendo goleador en ligas tan competitivas. Puedo hablar de Diego y decir que era fácil jugar con él. Sólo había que estar atento y entenderlo. Era muy fácil para mí, si los rivales los marcaban a él.
-La leyenda urbana cuenta que aquella final del Nacional ’77 definió algo más que un título, que la presidencia de la AFA también estaba en juego. Ganó Independiente con 8 jugadores y tiempo después, Julio Grondona asumió en la AFA…
-Ese título marcó la presidencia de la AFA. Si ganábamos, el presidente hubiese sido Amadeo Nuccetelli, el presidente de Talleres. Es cierto…, después, vaya a saber qué hubiese pasado… Don Julio habrá tenido sus cosas buenas seguramente…, un tipo que sin saber hablar ni una palabra en inglés, llegó a ser el vicepresidente de la FIFA. Creo que también fue un extraterrestre. Todo lo que hizo, y lo que dicen que hizo, bien o mal, insisto, sin hablar inglés…, imagino que debía saber mucho de fútbol.
-Andrés Fassi, al frente de Talleres, tiene un estilo de gestión diferente a la vieja clase dirigente del fútbol argentino. ¿Cuál es tu opinión?
-Vive el fútbol como una empresa y maneja todo. Sabe de fútbol, sabe de dirigencia. Yo lo tuve de preparador físico acá, en Talleres, y mirá lo que es ahora, un empresario millonario. Y no para, no para nunca. No está acá, y por eso en Córdoba a veces lo critican, pero a la distancia maneja todo porque la tiene muy clara. Él busca jugadores con proyección, y eso el hincha muchas veces tampoco lo entiende porque quiere a una, a dos o a tres figuras para ser campeón. Él también quiere ser campeón. Pero mirá a todos los jugadores que vendió en esta pandemia, desde Facundo Medina, hasta Cubitas, Tomás Pochettino, y Nahuel Bustos, que creo que se fue muy rápido… Hoy el fútbol se maneja así y él es un adelantado porque vive para eso. Yo quiero que Talleres salga campeón y él también. Lo admiro porque eligió otra manera y lo está haciendo bien.
-Te quejas de los medios, ¿pero el jugador no es más frívolo o desinteresado?
-… Yo no sé lo que sienten ellos, pero hay poco valor por la privacidad, por la discreción. Y a veces, cuando la prensa los muestra, se enojan. Todo fue cambiando para mal. Recuerdo que hace unos años, cuando con la selección tocamos fondo y cambiamos seguido de técnicos, al primero que fueron a hacerle una entrevista fue a Caruso Lombardi. Y no es así. No sé si Caruso Lombardi es buen o mal técnico, no voy a juzgarlo, pero creo que había gente más importante para escuchar. Se les podía preguntar a Menotti, a Bianchi, a Bilardo, a Bielsa…, pero no, prefirieron ir por la mediatización. Fueron a preguntarle a alguien que seguro iba a ponerle más leña al fuego. No iba a solucionar nada, no iba a tirar ninguna idea. Creo que desde los medios tampoco se jerarquiza la búsqueda de voces. A la gente hay que ayudarla a entender un poco más todo esto. Insisto, el fútbol actual no me gusta. E incluye todo. Recuerdo un día que las cámaras los tomaron al ‘Turco’ Asad y a Caruso Lombardi haciéndose gestos, acusándose de haber recibido plata… Imaginate: de Pedernera, de Maschio, a Bianchi, a Bielsa…, a eso. Pero hoy sirve enfocar esa porquería y mostrarla.
“La falta de cariño que tenía Diego era terrible”
Disculpen los que saben muy bien quién es la ‘Rana’ Valencia. Estas líneas intentarán explicarles a los demás cuál fue su dimensión futbolística. Con ayuda de un tal Diego Maradona: “Valencia es el mejor 10, y el que debe jugar, sin desmerecer a Alonso ni a Villa. Pero Valencia tiene más noción de conjunto, de toque, y sabe aplicarles velocidad a los movimientos”, decía en 1978 días después de su frustrante exclusión del plantel que participaría del Mundial. En los años ’70, en la Argentina jugaban Babington, Potente, Zanabria, Poy, Bochini, Sabella… Típicos números 10, todos geniales. Pero Menotti eligió a otros para el Mundial 78, cada uno con sus particularidades: Alonso, Villa, Larrosa, de alguna manera también Kempes y Valencia. ¿El titular? Valencia. En el debut con Hungría jugó la ‘Rana’, con el 21 en la espalda por el orden alfabético de la numeración. Repitió contra Francia y completó la primera rueda ante Italia. También arrancó contra Polonia, hasta el entretiempo. Y ya no jugó más en el Mundial, pero se trató de la primera opción de Menotti, que en el propio torneo encontró la fórmula de ataque en Kempes/Bertoni/Luque/ Ortiz.
“No jugué para un 9 o un 10, como muchas veces lo había podido hacer en mi club, pero sí para un 6 o 7, ese fue mi nivel en el Mundial”, cuenta. Una molestia en el tobillo lo fue marginando del equipo. Muchas veces le dicen a la ‘Rana’ que por él, Maradona se perdió el Mundial… No. Su casillero, Menotti no lo tenía en duda. “Hasta el día de hoy César, que me sigue llamando Nene, me dice que no sabe si soy derecho o zurdo. Y yo le respondo que no insista porque me va a hacer dudar… Soy derecho, pero casi todo el mundo cree que soy zurdo”, comenta Daniel. Estaba un segundo adelantado porque no tenía problemas de perfil.
Con la complicidad de un patrullero, Valencia dejó atrás el Monumental luego de la final del mundo para dirigirse al hotel Plaza, donde habían trasladado los autos de los jugadores desde la concentración de José C. Paz porque allí sería la cena y los festejos. Como ya se contó, lo único que le interesaba era manejar horas y horas, solo, para llegar a Jujuy y abrazarse con su madre. Pero en ese patrullero que atravesaba las alborotadas calles porteñas sí estuvo acompañado: iba con Diego Maradona. “Me lo recordó hace poco mi hermano, porque él se sorprendió al vernos llegar al hotel. Es que para mí no era Maradona, era mi amigo. Por eso nunca reparé, por eso también lo había olvidado”. Toda una revelación del hombre que sueña, algún día no tan lejano, con convertirse en embajador deportivo de su Talleres de Córdoba.
Una fecha: 20 de octubre del 76, debut de Maradona en Argentinos. Contra Talleres, con Valencia en la cancha. “Esa fue la primera vez que lo vi en carne y hueso. Y después empezamos a tratarnos en el 78, a partir de la concentración en la Villa Marista de Mar del Plata. Enseguida se dio la relación, a pesar de que yo le llevaba 5 años a Diego. Teníamos muchas cosas en común: la familia, la música, hablar con doble sentido, reírnos adentro de la cancha…” Las casualidades volverían a reunirlos: el 22 de febrero de 1981 fue el debut de Maradona en Boca. Contra Talleres, con Valencia en la cancha. Y también compartieron una Copa del Mundo, la de España ’82, porque aun con Maradona, Ramón Díaz, Valdano y Calderón en el plantel, Menotti sostuvo a Valencia en el plantel (entró por Kempes en la derrota 2-1 con Italia).
Eran compadres, sí: Diego era el padrino de María Inés, una de las hijas de Daniel. Se vieron por última vez en septiembre de 2019, cuando Maradona viajó a Córdoba como entrenador de Gimnasia. La ‘Rana’ lo esperó con toda su familia en el lobby del hotel. Se abrazaron, y lloraron. Lloraron mucho abrazados. “Fue muy duro verlo así, con una terrible falta de cariño. Él nos hizo llamar para que fuéramos a verlo. Yo fui con mis hijos, y al llegar nos dijo: ‘Los estaba esperado’. Esa última vez fue muy triste, muy dura. Tenía una voz larga, no era la voz de él. Ya estaba con sedantes…, no pude evitar largarme a llorar. Era emoción, sí, y era tristeza. Y a pesar de eso, al otro día, cuando le entregaron en la cancha un cuadro inmenso, él, pícaro, al oído me decía: ‘Compadre, ¿cómo hago para llevarme esto en el avión? Qué boludos que son…, ¡cómo hago!’”.
Valencia lo visitó en Cuba. Cantaron, hay un VHS por ahí. Y al día siguiente de su muerte, la ‘Rana’ subió una larga carta de puño y letra en su Twitter. Al final, dice: “Perdóneme si le escribo esto y no lo lee, pero necesito desahogarme de alguna manera. Son las 3:15 a.m. y no puedo pensar en otra cosa, no pude hablar en todo el día, recién ahora estoy intentando descargarme y aun así encuentro enormes dificultades. ‘Si todo vuelve cuando más lo precisas, nos veremos otra vez’. Lo quiero mucho ¿sabe? Le deseo con el corazón roto la paz que en este mundo no pudo tener. ¡Hasta siempre compadre! Daniel”.
Valencia se sostiene con la voz quebrada. “Después de esa vez en Córdoba ya ni pude hablar siquiera, porque este muchacho, Morla, como todo el mundo ya sabe…, también caí en la bolsa. Siempre lo mismo: que no estaba, que dormía, que estaba con el psicólogo, con el masajista… Nunca más pude hablar con él”. Hay algo de incredulidad, y de deseo también. “Yo pienso que todavía lo voy a ver”, dice la ‘Rana’ sobre su compadre.
La Voz del Interior
Cristian Grosso