Nunca estuvo Boca tan cerca de La Paz como en este momento. Nunca tan cerca de la paz, con minúsculas.
Con un equipo entero afuera por lesiones, suspensiones o contagios; con un equipo lleno de pibes con fuego y de grandes que quieren mostrar que no son cenizas, Boca logró uno de esos triunfos que marcan. Que hacen un click. Que importan por el valor del resultado pero mucho más por el significado, por lo que representan, por lo que dan a entender, por lo que proyectan. Si encima es el segundo partido consecutivo que se gana en tres días, en donde se repiten algunos trazos de equipo, entonces aparece la ilusión.
No podrá recordarse de ninguna manera, este 1 a 0 al pobre The Strongest -qué mal está el fútbol boliviano-, como una exhibición de fútbol de alto vuelo. Pero sí quedará en la memoria como el bautismo internacional de un grupo de pibes que se juntaron casi por accidente más allá del origen común de la cantera y que ahora limpian un futuro que aparecía borroneado en el horizonte. A veces los melones se acomodan en un pozo. Es un accidente, un traqueteo que cualquiera quisiera evitar.
Por más insólito que parezca, difícilmente Medina-Varela-Almendra habrían compartido un equipo titular si no se hubiera producido una serie de bajas casi irrepetible. Y a partir de ellos tres, Boca fue un equipo distinto contra Atlético Tucumán y fue un equipo distinto en Bolivia, en condiciones absolutamente adversas. Ellos manejaron los tiempos, ellos armaron esa telaraña viscosa en la que quedó atrapado el local, ellos fueron la marca Boca en la noche de Copa.
Claro que Boca no lo hicieron solos, pero sí ellos fueron el espíritu joven de un nuevo Boca. Hay montones de virtudes para destacar. En todas las líneas. Se puede hace un uno por uno, y en cada jugador habrá un mérito que hace al triunfazo en la altura. La tranquilidad de Rossi, la seguridad de Buffarini, la solidez de López, la presencia de Izquierdoz, la sobriedad de Mas, la técnica de Medina, la ubicación impecable de Varela, el pase de Almendra, la seriedad de Obando, la velocidad intratable de Villa, sin duda el MVP del partido por el gol y por los que pudieron ser. Y hay otro gran símbolo para destacar: Franco Soldano.
Criticado -también aquí, por supuesto- por su escaso aporte goleador, Soldano es acaso el ejemplo más grande de solidaridad y sacrificio, de esfuerzo, de empatía. Siempre lo es, en realidad, pero en un partido como éste, jugado con los respiradores al alcance de la mano, luce más porque él fue el oxígeno que todos sus compañeros necesitaban. Útil tácticamente para bajar los bochazos de Rossi -excelente precisión en la altura-, se mató por todos regresando a tapar un hueco, a relevar a un ahogado, a poner el pie con el sigilo de un punga para robar las pelotas de los pies indecisos de los bolivianos.
Fue una noche redonda y clara en un día que había amanecido negro y difícil con la muerte inesperada de Alfredo Graciani. Seguramente, como buen bostero, el Murciélago habrá disfrutado del triunfo, habrá gritado el gol como si fuera suyo, uno de los tantos que nos hizo gritar. Seguramente lo habrá hecho desde el Cielo de los goleadores, de esos eternos proveedores de alegrías. «Graciani por el gol, Alfredo», era el latiguillo de un gran relator a fines de los 80. Graciani por todo, Alfredo. Y Graciani por esta noche, Boca.