Con Neymar como emblema y figura, la selección de Brasil escribe en sus libros que apenas ganó un puñado de títulos, la Copa Confederaciones en 2013 y el oro olímpico en 2014. Es verdad que la gloria nacional se encaprichó con tirarle una gambeta endiablada y lo dejó con dos Copas del Mundo y tres Copas América con un sabor agrio de boca. Y cuando Brasil se quedó con el cetro de continental, él estaba lesionado.
Pero aquí en Qatar, en la última función del estadio 974, la que quizá haya sido la última suya, porque la presión que le pusieron sobre sus hombros lo está matando, la historia contará otra versión. Podrá escribirse que el público brasileño que suele mirarlo con recelo, llegó hasta esta ciudad para verlo brillar, para disfrutarlo, para bailar con su cadencia, para desatar una fiesta descomunal de goles y fútbol como la que se desató ante Corea del Sur (4-1), para intentar darle el guiño aprobatorio para que se siente definitivamente en la mesa de las glorias verdeamarelas.
“Neymar, Neymar, Neymar”, bajó de las tribunas pidiendo por él para ejecutar el penal. El astro de risa permanente y de alegría contagiosa no era el encargado de ese asunto, por eso se colocó a un costado sin chistar. Sentía que su noche era especial, porque una lesión en el primer partido de esta Copa del Mundo, ante Serbia, lo había llenado de incertidumbre nuevamente y sintió por un puñado de días que su relación con la selección en los mundiales se estaba transformando otra vez en una verdadera pesadilla. Pero el destino tenía reservado un regalo emotivo: Raphinha escuchó el pedido de la gente, se dio vuelta, tomó la pelota y se la cedió a Neymar. Toda una declaración de un grupo que lo protege, porque antes del comienzo del partido Casemiro lo abrazó y le habló por varios minutos, de la misma manera que Tite asumió una postura paternal con uno de los futbolistas más castigados de los últimos años en Brasil. Sin embargo, Ney hizo su trabajo con categoría y puso a sambar a todo el estadio.
Alegría en su máxima expresión, 30 años, una frescura encantadora. Se permitió celebrar con sus compañeros con coreografía incluida, junto a Vinicius, Lucas Paquetá y Raphinha. Y también tuvo tiempo para ir hasta una de las tribunas, subir las escaleras, meterse en la primera fila y confundirse en un abrazo con Alex Telles, su compañero que quedó afuera de la Copa del Mundo hace un par de días, tras una lesión en la rodilla derecha que sufrió ante Camerún, en el último partido de Brasil en la etapa de grupos.
Se divierte porque su equipo demuestra que su condición de candidato a quedarse con la Copa del Mundo es tan seria que convence hasta al más acérrimo detractor del fútbol brasileño. Puede disfrutar de lo que está pasando con la función que brindan sus compañeros; ahora sí puede hacerlo, se lo permite y no le interesa qué pasa a su alrededor. Es que Neymar hasta padeció jugar para su selección. Porque soportó que, cuando le dieron la cinta de capitán, con 25 años, en la Copa América de Chile 2015, la gente lo calificase de “irresponsable” e “irritable”, ya que no pudo llevar al equipo a una coronación. De la misma manera que leyendas como Zico, cuando el arranque de Brasil en los Juegos Olímpicos de Brasil 2016 no fue el esperado, lo atacase al decir: “Neymar no está preparado para ser el capitán de Brasil, debería concentrarse solamente en jugar al fútbol”. Neymar fue la figura de esa primera medalla dorada para su país en una cita olímpica y por las feroces críticas decidió devolver la cinta de capitán.
Se permite arengar a la gente, porque cuando él se acerca a las tribunas todos gritan su nombre. Incluso, los hinchas brasileños aseguran que le arrebatará la corona a Lionel Messi. No parece haber en el aire ni el más mínimo recuerdo de las críticas despiadadas que le cayeron por la temprana eliminación de Brasil en la Copa Centenario celebrada en los Estados Unidos. Ni tampoco se advierte registro de las desmedidas palabras de Rivelinho con Ney: “Es el mayor idiota de la historia”.
Neymar, en la noche del show de Brasil, en la que hasta Tite se animó a bailar después del cuarto gol de su equipo, se convirtió en el tercer jugador brasileño que marca en tres o más Copas del Mundo diferentes (2014-2018-2022), está detrás de Pelé (1958-1962-1966-1970) y Ronaldo (1998-2002-2006). Conquistó su séptimo gol en mundiales y se sintió mimado adentro de la cancha, pero fundamentalmente afuera, lo que implica una alta dosis de confianza para el astro.
Neymar es una joya de colección, aunque algunos lo resistan, es la dosis justa de talento, rebeldía, desparpajo, genialidad y ego. El elemento perfecto de marketing para que su padre engrose su cuenta bancaria. Puede salir de la cancha como anoche, casi molesto porque Tite no lo dejó hasta el final del partido, apenas responder al grito tibio de los fanáticos por él y después reírse a carcajadas con sus compañeros y celebrar la clasificación a los cuartos de final que disputarán ante Croacia a “cococho” de Dani Alves. Sí, con ese término infantil, porque eso pareció festejando la noche de su regreso. Caprichoso y generoso, también. Sin términos medios. Salió con Danilo a mostrar una bandera con el rostro de Pelé, que está luchando por recuperarse de su enfermedad. Sin filtro casi siempre, por eso es capaz de reconocer que seguirá saliendo de fiesta siempre que pueda. Un auténtico “caos perfecto”, como él mismo denominó a su propia vida.
Diego Morini
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