El presidente radical, hincha de Independiente, pensaba que no debía ser el DT de la Selección en México: los jóvenes radicales que él escuchaba complotaban ferozmente por la vuelta de Menotti. Qué pasó cuando salieron campeones, cómo se organizó el festejo de la Selección de Maradona desde el balcón de la Rosada y el testimonio del hombre que ayudó al difícil encuentro del “Narigón” con Alfonsín.
Por Juan Bautista Tata Yofre
A las 20,24 horas del 28 de marzo de 1984, Carlos Salvador Bilardo firmaba con Julio Grondona, el presidente de la AFA, su incorporación como director técnico de la selección nacional de fútbol.
Eran días difíciles para el país. Un año antes, en la tarde del mismo día 28 de marzo, salía de Puerto Belgrano la flota que transportaba las tropas que ocuparían las Islas Malvinas el 2 de abril. Tras la caída de Puerto Argentino, el gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri se desplomaba y lo sucedía como presidente de facto el general Reynaldo Benito Bignone.
En la Junta Militar de ese tiempo se había acordado que se retirarían del poder el 29 de marzo de 1984. Los “protagonistas” castrenses no asumían que el 14 de junio de 1982 se había perdido una guerra que la sociedad pensaba que se ganaba como consecuencia de la acción psicológica que ellos mismos habían desatado o avalado con su silencio. A contramano de una presidencia acordada con un militar a la cabeza, Raúl Alfonsín propuso que Arturo Umberto Illia presidiera el período de transición. La alternativa no fue aceptada y finalmente se acordó con la dirigencia civil convocar a elecciones generales el 30 de octubre de 1983 y entregar el poder el 10 de diciembre de 1983.
Mientras los militares limpiaban las oficinas y sus archivos a poca gente le interesaba qué pasaba con el fútbol profesional. Durante el conflicto con el Reino Unido se había llevado a cabo el Campeonato Mundial de España en el que la selección argentina (esta vez con la presencia de Diego Maradona) había tenido una deslucida actuación. Fue cuando se comenzó a tratar la sucesión de César Luis Menotti, el director técnico del campeón mundial de 1978.
Tras atravesar varios escarceos e imponerse sobre otros candidatos (en esos momentos se hablaba de Miguel Ángelo López o Carlos Griguol), el “Narigón” Bilardo llegó a lo que él consideraba el punto máximo de su carrera, que había comenzado como jugador en la década del 50 y como director técnico en 1971. Tenía en su haber su paso por varios clubes y tres copas Libertadores y una Intercontinental con Estudiantes. Asumió con dos compromisos que a Grondona le llamaron la atención, según bien recuerda el periodista Ernesto Cherqui Bialo: Durante su gestión los dirigentes del fútbol iban a ser escuchados y para él ser director técnico de la selección era “el máximo honor para un técnico de futbol”. No condiciono su cargo por dinero y dijo que buscaba “la gloria”.
A diferencia de otros colegas sostenía con total desenfado que “ganar no es lo más importante, es lo único. Ser segundo no vale. ¿Vos sabes quién piso América después de Colon? Yo no.” Todo muy sugestivo y jocoso pero el “Narigón” tenía su secreto, su fórmula: había que formar un equipo con los mejores y rodear, acompañar, a Diego Armando Maradona, a quien hizo capitán. Algo que hace recordar al nuevo campeón del mundo con Lionel Messi y los muchachos dirigidos por Lionel Scaloni.
A Bilardo nada le fue fácil, poner el equipo en pleno funcionamiento y en la dirección correcta le costó un Perú, casualmente el equipo al que tras un agónico empate pudo asegurarse el pasaporte al Mundial de México. En medio de todo esto, Bilardo era mirado de lejos por un Presidente de la Nación que conocía muy poco de fútbol y era hincha de Independiente, el gran contrincante de Estudiantes en esos años. Por lo tanto, como inicialmente Grondona (ex presidente de Independiente), Raúl Ricardo Alfonsín consideraba a Bilardo el antifútbol y el “pinchaculos con alfileres” en la cancha.
Corrían los tiempos de bonanza del gobierno radical. A pesar de los paros generales que demandaba Saúl Ubaldini, el gobierno de Alfonsín había logrado adormecer la inflación con el Plan Austral, ganar las elecciones legislativas de medio término de 1985 y la Argentina era observada con simpatía en el exterior, luego de la desastrosa gestión militar de 1976-1983. Todo conducía a formar el Tercer Movimiento Histórico y con el Consejo de Consolidación de la Democracia se analizaba una reforma constitucional que contemplara una reelección presidencial. Con respecto a los problemas que faltaban, Enrique “Coti” Nosiglia le sugería al Presidente (en el libro El Coti): “Si salimos campeones del mundo se arreglan todos los quilombos en este país. Y no podemos salir campeones con Bilardo”.
Los funcionarios habían tocado el cielo con las manos y les picó el “virus de la altura” del que hablaba la chilena Laura “Lala” Rodríguez: “El virus de la altura es algo que le sucede a mucha gente que está en cargos públicos, en cargos políticos o no políticos… es cuando la gente cree que ha llegado a cierto cargo por sus propias cualidades y no porque ha habido aporte de mucha gente (…) se olvida de la gente, y al olvidarse comienza a tomar decisiones contra la gente. Cuando le sucede eso a los políticos es muy peligroso”.
De allí que cuando el Secretario de Deportes, sus colaboradores y periodistas abonados, comenzaron a hablar de fútbol se fueron enterrando lentamente en un lote de arenas movedizas. El Secretario Rodolfo “Michingo” O’Reilly era considerado un prócer del rugby y un “parvenu” en el radicalismo: se afilio al centenario partido a fines de 1982 llevado de la mano por su vecino de la avenida Alvear y Montevideo, el embajador Oscar “Buda” Torres Ávalos. No me lo contaron lo vi. Rápido, entrador, don “Michingo”, en poco tiempo se puso bajo el ala de Nosiglia, el funcionario de la Coordinadora que siempre escuchaba el primer mandatario, y a fines de 1983 era designado Secretario de Estado de Deportes.
Llegaba 1986 y la crítica a Bilardo era muy fuerte. En especial de Clarín y una nutrida cohorte de periodistas. Llegó a tanto la presión que el “Narigón” prefirió salir al exterior para enfrentar equipos y tranquilizar a los jugadores. Antes de partir, el jugador Oscar Garré (futuro campeón Mundial) le preguntó a su familia si lo acompañaba al aeropuerto, recibiendo como respuesta: “No, andá, si putean, que te puteen a vos solo”.
Los resultados de la antesala del Mundial no fueron buenos y Bilardo sabía que las críticas a su persona eran feroces. Sentía el aliento de sus adversarios en la nuca y se angustiaba por los dichos o las operaciones que surgían de la oficina de “Michingo” y sus acólitos. En realidad, conociendo el panorama interno del gobierno, O’Reilly y sus colaboradores eran solo parte de un engranaje más importante que obedecía las opiniones de Nosiglia y los diputados Stubrin y Leopoldo Moreau. Todos sazonados por el “virus de la altura” del que hablaba Laura Rodríguez porque entendían que estaban “por encima de todo, especialmente por sobre las pequeñeces cotidianas de los seres humanos vacilantes y sufrientes. Se está y se existe solamente para lo importante, para lo elevado, lo divino. Se está en el Olimpo”. Habían abandonado su paso por el café Florida Garden porque estaban para cosas más grandes. No aceptaban reparos. En principio, los tres eran partidarios de la vuelta de Menotti o de la entrada de Roberto Marcos Saporiti, un ex colaborador del “Flaco”, integrante del Independiente campeón de 1960.
Alfonsín, mientras tanto se limitaba a escuchar. Estaba preocupado por un posible papelón y atendía a los conspiradores, y ahí aparece Enrique “Quique” Fernández Cortés, el hijo de Jacinto, radical hasta la médula, lo mismo que hincha de Estudiantes como Bilardo. Se había incorporado al equipo deportivo de radio Rivadavia en 1969 y le gustaba cubrir los vestuarios, conocer a cada uno de los grandes jugadores de la época. Como todos, aprendió escuchando al “gordo” José María Muñoz, Néstor Ibarra, Dante Sabatarelli y García Blanco, entre otros. Al “Narigón” lo conoció porque lo acercó a la radio Mauro Viale su vecino y amigo. Había trabajado en la campaña presidencial de 1983 y se desempeñaba como Director de Prensa y Televisión de la Presidencia de la Nación con acceso cotidiano a Alfonsín.
Una noche, durante un asado en la quinta de la familia Lynch que alquilaba Nosiglia, Fernández Cortés tomó conciencia del maremoto que se le venía a su amigo el director técnico. Apenas faltaba un mes para comenzar el campeonato en México y estaba al tanto de algunas confidencias que el director técnico le hizo por carta desde Colombia. Según recuerda durante la reunión se habló del desplazamiento de su amigo. Estaba Alfonsín y “Quique” cree recordar que también asistió Germán López, secretario general de la Presidencia, que sabía menos de fútbol que el primer mandatario. Fue en esa cumbre que Alfonsín le preguntó a O’Reilly: “¿Qué estás esperando para echarlo a Bilardo? Toda la gente lo putea”.
El Presidente seguía hablando de los alfileres y los culos y Fernández Cortés le explicó dos cosas. Una que Bilardo no era de utilizar alfileres para molestar a los contrincantes, no hacía falta, los irritaba con la palabra como lo hizo con José “Pato” Pastoriza y el mariscal Roberto Perfumo. Palabras más, palabras menos, le dijo: “Bilardo sostiene que si ‘el 10′ está bien llegamos a la final y si lo cambiás a Bilardo vas a ser el responsable de cualquier mal resultado porque el DT será tuyo. Te va a salir muy caro”.
Junto con Fernández Cortés le llegó el turno a Julio Grondona. Estaba en Suiza, no en Buenos Aires como cuentan otras historias, y lo llamó a O’Reilly y le dijo (en realidad Don Julio le hablaba a otras personas más importantes por arriba del rugbier): “Michingo, dedicate al rugby que de esto no sabés un carajo”. Y lo amenazó con denunciar la operación y renunciar a la presidencia de la AFA. Ahí, como comentaría años más tarde el Chavo Fucks, “se terminó el complot”. Fue entonces que harto de las idas y vueltas, Alfonsín le dice a Fernández Cortés que se ocupe de “la cuestión Bilardo”.
Antes de asomarse al balcón Maradona le presenta al presidente a Ruggeri, mientras observan Grondona y Conrado Storani
Antes de asomarse al balcón Maradona le presenta al presidente a Ruggeri, mientras observan Grondona y Conrado Storani
Lo que sucedió en México los argentinos no lo olvidan. Fue el mundial de Maradona y los muchachos, grandes jugadores en su época, como Valdano, el “león” Ruggeri, el “Burru”, el “Tata” Brown, Olarticochea y tantos otros.
El 29 de junio de 1986 fue la final y la Argentina le ganó a la Alemania Federal. Después de tantos devaneos, Alfonsín no estaba en el palco oficial como el canciller alemán Helmut Kohl, lo mandó a Conrado “Cacho” Storani, Ministro de Salud y Acción Social, una víctima de los aprendices: era el funcionario que, semanas antes, los “conspiradores” pensaban que debía comunicarle a Bilardo que su gestión había terminado. A la hora del festejo Bilardo y Maradona lo saludaron fríamente. Tal era el disgusto que primaba entre los argentinos en el Estadio Azteca aquel día que el Presidente solo pudo hablar con Bilardo gracias a una conexión televisiva que hizo Víctor Hugo Morales.
“¿Y ahora qué hacemos?”, se preguntaron en la Casa Rosada. La delegación se avino a visitar Balcarce 50, mientras la multitud esperaba en la Plaza de Mayo. Todo fue una fiesta, un “aquí no ha pasado nada”. La historia oficial dirá que Alfonsín le dejó el balcón para que salgan a saludar, aunque imaginó acompañarlos.
Tras los festejos, ahora, había que tender puentes. Alfonsín le pidió a Fernández Cortés que lo lleve a Bilardo a la residencia presidencial. Antes de ir a Olivos, lo sentó en el restaurante Clark´s de la Recoleta a Bilardo con “el mensú” Nosiglia y Stubrin. Primero propuso un lugar más reservado pero los jóvenes radicales, para que los vieran, le dijeron “hacelo más público”. Luego lo llevó al DT a Olivos donde se sacaron la foto y conversaron amigablemente. En un momento, el Presidente le preguntó a Bilardo si tenía un director técnico para su equipo en Chascomús y el “Narigón” le respondió con otra pregunta: “¿Con patas de rana o sin patas de rana?”
En un encuentro posterior, Fernández Cortés recordó que tanto Bilardo como Maradona le tendieron la mano al Presidente. Le dijeron que estaban a disposición de la Argentina y que podían ayudar a promocionarla en el exterior, “necesitamos argumentos, información para hacerlo”. Todo quedo sin respuesta, en el aire.
Alfonsín dejó el gobierno antes de tiempo y Bilardo permaneció en el cargo. Con Carlos Menem no tuvo problemas aunque hubo un atisbo de intento de cambiar a Grondona. Nada sucedió porque Armando Gostanian lo ayudó a mantenerse. En 1990, la selección argentina saldría subcampeona mundial en Italia. El “Narigón” Bilardo había ido por más y estuvo a punto de lograrlo. No se quedó contento, decía: “El segundo es el mejor de los perdedores”.
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