Por eso, una nueva final en el horizonte para un equipo que renovó el apetito que había sido puesto en duda luego de la zozobra ante Ecuador. Y ahí está, ante sus ojos, la posibilidad del cuarto título consecutivo de la era Scaloni. No es normal; se hizo costumbre, y el domingo la selección definirá en Miami contra Colombia o Uruguay.
El misterio era cómo respondería el equipo. ¿Se habrían tocado fibras sensibles que motivaban a recuperar la memoria del gran equipo que dominó el mundo o se acrecentaría dudas de funcionamiento que venían maquilladas?
Canadá salió igual que el partido anterior, a la espera del error argentino –apostando por la velocidad de sus extremos-, pero sin retrasarse, con presión alta sobre los centrales y cobertura sobre Enzo Fernández. El de Chelsea volvió a la posición que tuvo en el Mundial, de volante central, y liberó a Alexis Mac Allister como interno por la izquierda. Julián Álvarez, tirado sobre la izquierda, obligado a jugar de espaldas por la presión de Alistair Johnston.
Shaffelburg avisó a los 4 minutos, al quedar mano a mano y rematar de zurda por arriba. Y volvió a hacerlo a los 7. Argentina quedaba desacomodado y el ligerito de Nashville era un peligro. Y Jonathan David, escurridizo por todo el frente de ataque, dio muestras de por qué es una de las figuras de la liga francesa.
Messi fue otro, parado en la posición de delantero centro. A los 3 minutos despertó aplausos por un arranque en velocidad que luego se diluyó. Y a los 11 combinó en velocidad con Di María y su remate desde la medialuna se fue desviado. Se lo notó activo y parte del circuito ofensivo desde una posición que no suele ocupar. A veces como lanzador y otras como el más adelantado ofreciendo líneas de pase.
A los 22, De Paul, muy activo y preciso, lo encontró a Julián en su hábitat natural. Pase milimétrico entre los centrales, pelota que el delantero de Manchester City mató con el empeine para su derecha y pese a que un defensor se la pellizcó, se acomodó y definió ante Crépeau. Necesario grito para un Julián que además de prodigarse por los demás, también entrega alegrías. La química entre Álvarez y la selección está intacta.
A partir del gol quedaron atrás los nervios y dudas iniciales, y Argentina controló con la suficiencia conocida. Montiel -sobre todo- y Tagliafico ajustaron la marca ante los veloces extremos rivales, Cuti y Lisandro no dejaron grietas y Enzo gobernó su espacio.
Di María aprovechó un error a los 33′ y cacheteó una pelota que el arquero dio por perdida y no entró por centímetros, y Tagliafico luego no concretó una llegada clara por sorpresa que Messi administró magistralmente. Faltaba juntar pases a modo de distracción para encontrar un envío largo que sorprenda a una defensa que achicó la cancha, pero supo agruparse cuando Argentina no decidía rápidamente. Sobre el final del primer tiempo, el 10 recibió de Di María, engañó con el zurdazo y le dio de derecha, pero otra vez con el punto de mira desviado.
La sociedad Di María-Messi, con gran aporte de De Paul fue lo más destacado de la primera parte, que terminó con susto cuando un lateral al área quedó boyando y Dibu le tapó el gol a David.
El segundo tiempo mostró a la selección segura de sí misma y enhebrando pases desde el terreno propio. Messi, a esta altura, despejó cualquier incógnita. De Paul fue el socio de siempre. Y entre los dos construyeron el segundo tanto, con una combinación dentro del área, un pase atrás del Motorcito, un despeje corto y Enzo Fernández que acomodó un pase a la red. En el camino, Messi, viejo zorro, desvió para hacer suyo el grito. ¿Quién se lo puede reclamar? Primer gol del capitán en la Copa para llevar a su equipo a otra final.
Scaloni inevitablemente tenía un ojo puesto en la final: sacó temprano a Tagliafico, que cargaba una amarilla y tiró al costado a Lisandro tras el ingreso de Otamendi. Ya controlaba el partido a placer. Canadá nunca pudo reponerse del primer golpe y encima tuvo un gran impacto emocional: la salida de su capitán, Alphonso Davies, con una preocupante dolencia en una rodilla.
En los últimos 15 minutos, con la oleada de cambios, la selección eligió preservarse, casi que terminó el partido antes de que finalizase. Aún a riesgo de sobrar la situación y perder pelotas incómodas que Canadá no pudo capitalizar, por ineficacia y porque Dibu Martínez es una muralla.
La selección recuperó muchas cosas. La memoria del campeón sólido y suficiente, pero también algunos niveles individuales que parecían extraviados. Rodrigo De Paul fue el abanderado del sacrificio y también del juego, tal como lo hizo en los mejores días; Ángel Di María fue el socio perfecto, y, claro, Lionel Messi. La recuperación más vital para este equipo. Fue un futbolista totalmente distinto del que estuvo ante Ecuador. Y también Enzo, amo y señor del medio en su regreso al eje.
Se viene otra final. ¿Es normal que se haya hecho costumbre? La voracidad de este plantel hace lo hizo posible.
Diego Mazzei