Angustioso y agónico empate de River Plate ante Lanús, en el Monumental

Las ilusiones estaban renovadas. Más de un mes había pasado desde el último partido oficial de River. Un partido que debió ser un punto de inflexión, debió ser un piso, la tristemente histórica derrota contra Deportivo Riestra. Más de un mes, una pretemporada y un mercado de pases casi completo, y River de momento no cambió radicalmente respecto a la última pintura de un primer semestre de claroscuros, acaso de más oscuros que claros. En todo caso, lo que casi cambia en este redebut contra Lanús es su fortaleza en el Monumental, que esta vez salvó un par de veces y, la última, sobre la hora. Después, lo mismo: el de Demichelis es un equipo que a excepción de la primera jugada preparada del partido, con el saque inicial, sigue sin dar cuenta de estar bien trabajado, de una evolución en el juego, de una idea madre sólida. Sigue sin dar seguridad atrás, sigue sin tener cambio de ritmo en el medio, sigue siendo previsible en ataque y sigue, también, rezándole a San Miguel Borja, el imán del gol, que encuentra sus propios gritos en el barro, en cualquier mínimo error (o no tan mínimo: el de Muñoz fue garrafal) de la defensa rival.

El colombiano salvó al CARP como otras tantas veces en el año (sin ir nada lejos, sucedió en el último partido oficial que jugó con la Banda, contra Tigre en el Liberti) y apenas por eso el equipo no perdió su invicto como local en esta temporada ante un Lanús que lo atacó dos veces y le hizo dos goles. El Granate de Zielinski esperó cómodo a un River que nunca supo cómo entrarle, que erró los caminos, que centralizó su ofensiva y que no se hizo ancho ni profundo, que no hizo daño con laterales que -especialmente en un Enzo Díaz que hace mucho que no llega al fondo y que, en cambio, toca casi siempre para atrás- no aportaron por afuera.

Casi sin patear al arco en todo el primer tiempo, River tuvo un juego por momentos exasperante, pausado, predecible, sin sorpresa ni un funcionamiento aceitado que sirviera como llave para abrir las dos líneas defensivas que plantó Lanús delante del arco de Aguerre. Los arrestos individuales tampoco alcanzaron. Curioso, de mínima, el diagnóstico que se hizo para encarar un mercado de pases en el que el club, por indicación del entrenador, decidió hasta el momento no tener como prioridad de búsqueda alternativas para volantes mixtos que lo equilibren pero que rompan, eso tan difícil que hacía Nicolás de la Cruz hasta el año pasado. En todo caso, el parado final que diagramó Demichelis explica sus ideas: el técnico terminó parando un 3-2-1-4, con Solari, Borja, Bareiro y Colidio, que da cuenta que en sus premisas el mediocampo es poco menos que un sector de paso. Es válido. El problema es que en la mayoría de los partidos que juegue River, y especialmente en el Monumental, la pelota la va a tener River (con Lanús, un 76% de tenencia) y la zona media del equipo es la que naturalmente concentrará casi todo el juego, la que tiene que encontrar los huecos, la que tiene que romper con triangulaciones.

Pocas cosas buenas podrán quedar para Micho de este regreso. En todo caso, la mejor noticia fue, además de la ratificación del momento de Borja, la aparición de un Peña Biafore que estuvo siempre bien parado en la mitad, que cortó alto como tiene que cortar el cinco de River y que distribuyó rápido. La rebeldía de Mastantuono, aún sin tanta lucidez, no es una novedad. Por lo demás, los debuts de Ledesma y Gattoni quedarán en el haber y el ingreso de Bareiro dejó buenas sensaciones por el empuje del paraguayo. ¿Alcanza para la Copa Libertadores? ¿Los refuerzos le cambian la cara a un equipo que hace mucho no da seguridad? Se verá con el paso del tiempo, pero las primeras impresiones muestran a un River que todavía tiene los mismos problemas que antes. Principalmente uno: no se sabe del todo bien a qué juega. Y a esta altura, más allá de lo entendible de un engranaje aún pesado a la vuelta de cualquier pretemporada, debiera estar bastante claro.

Ariel Cristófalo (Gentileza Olé)

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